CAPÍTULO 5

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Anahí pasó el resto del vuelo durmiendo. Alfonso, por su parte, no fue capaz. Aunque lo intentó. Después de haber pasado dos años durmiendo en una camioneta, era capaz de dormir en cualquier parte.

Salvo si tenía a Anahí Puente a su lado.

Observó durante horas con frustración cómo dormía como un bebé. Aunque no tenía nada de bebé. Y él estaba deseando acariciarla.

—¡Maldita sea! —susurró, dejando de mirarla.

—¿Señor? —le dijo la azafata—. ¿Va todo bien? ¿Necesita algo?

¿Un somnífero? ¿Una pistola?

—Café —contestó—. Mucho café. Tengo que trabajar.

Siempre tenía mucho trabajo. Estar ocupado le ayudaba a olvidar las circunstancias de su vida.

La azafata le llevó el café y él volvió a sacar el ordenador, intentó concentrarse, pero no pudo. Maldijo entre dientes.

—¿Umm? —Anahí se giró hacia donde estaba él.

Vaya, si la miraba, podía ver su cara, su boca entreabierta. Esos labios que él había besado.

Anahí tenía una boca generosa. Que daban ganas de besar. Y él iba a tener que volver a besarla esa semana, besarla de verdad, para que todo el mundo pensase que eran una pareja feliz.

No obstante, sabía que no debía desear a Anahí Puente. A ella no le gustaba, se había casado con él por compasión.

Se estremeció sólo de pensarlo. No quería la compasión de nadie. Nunca la había querido.

Y no entendía por qué se había enfadado Anahí con él cuando le había dicho que no se preocupase, que no pretendía saltarle a la yugular. Podría controlarse. O eso esperaba.

Además, no iban a dormir en la misma cama. Sólo compartirían el bure.

Cerró los ojos. La oyó moverse y murmurar algo. Anahí estiró un brazo, que aterrizó sobre él. Abrió los ojos. Ella lo agarró con fuerza por el antebrazo.

Tenía los dedos largos y delgados, y las uñas cortas y limpias. Con aquellas uñas, nadie habría pensado que llevaba lencería de seda y encaje color melocotón. No había nada de sexy o erótico en aquellos dedos... hasta que empezaron a acariciarle la manga de la camisa.


Alfonso se puso tenso y la miró con cautela. ¿Estaba despierta? ¿Le estaba tomando el pelo? ¿O leyéndole la mente? Pero su respiración no había cambiado. Sonrió. Tragó saliva, le daba miedo hasta respirar, pero no apartó el brazo.

Una Semana JuntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora