CAPÍTULO 8

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—¿Anahí? —Alfonso la miró como si no pudiese creer lo que acababa de oír. Ella no podía repetírselo, así que le dijo con nerviosismo:

—A no ser que tú no quieras. Él la miró fijamente.

—Me estás tomando el pelo, ¿verdad? —dijo con voz entrecortada. Y, sin más, la tomó entre sus brazos, la apretó contra su cuerpo y la besó.

E instintivamente, Anahí le devolvió el beso. Era como volver a casa.

Como un recuerdo de su noche de bodas, pero infinitamente mejor. Aquellos besos habían sido ansiosos y desesperados. En ése también había ansiedad. Y tal vez un poco de desesperación.

Pero ahí se acababa todo el parecido. No avasallaba, exploraba. No exigía, buscaba una respuesta. Y, además de eso, ofrecía. Le ofrecía al Spence con el que siempre había soñado. Su beso le decía que era suyo.

Anahí, por supuesto, siempre había sido suya, desde que tenía uso de razón. Pero hasta entonces, hasta aquel momento, le había dado miedo entregarse a un hombre que nunca querría de ella nada más que una amistad, y muchas horas de duro trabajo.

Pero en su beso, en su manera de temblarle las manos al acariciarla, le estaba diciendo que no tenía de qué tener miedo. Él la deseaba tanto como ella a él.

—Any —le susurró contra los labios. Ella sonrió.

—Umm —murmuró mientras le quitaba la camisa por la cabeza y le acariciaba el pecho, los hombros, los músculos de la espalda—. Sí.

—¿Sí? ¿Así, sin más? —preguntó él acariciándola también.

Ella le desabrochó el cinturón y le quitó los pantalones, y el resto de la ropa, y pudo contemplarlo en todo su esplendor.

—Oh, sí —murmuró Anahí, apartándose para mirarlo, y luego acercándose para volver a tocarlo. Le acarició el pecho, el musculoso abdomen y su erección.

—¡Any! —exclamó él poniéndose tenso.

—¿Umm?

Pero él no contestó. Ella le besó en la mandíbula, el cuello, los hombros, el pecho. Alfonso empezó a respirar más deprisa, le ardía la piel. Al ver qué no decía nada, Anahí se preocupó.

—¿Estás... bien?


—Me estoy muriendo —dijo él haciendo un sonido que era entre una risa y un gemido.

—¿Muriéndote? —repitió ella apartándose, alarmada.

—Por ti, idiota —murmuró Alfonso—. Me estoy muriendo por ti.

Una Semana JuntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora