CAPÍTULO 7

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Alfonso estaba soñando. Era un sueño casi real, en el que desnudaba a Anahí, le besaba los brazos, los hombros, la mandíbula, las mejillas, la punta de la nariz y, finalmente, la exquisita boca.

Y mientras la besaba, la acariciaba y le iba quitando la ropa, aquellos trajes y blusas tan serios, para llegar a la ropa interior de seda que sabía que había debajo.

Acababa de llegar a la ropa interior y había empezado a desabrocharle el sujetador cuando oyó un ruido.

Se despertó sobresaltado y vio cómo Anahí abría la puerta de cristal que daba a la ducha exterior. La puerta volvió a cerrarse. Y, a través de ella, Alfonso fue testigo de una realidad mucho más vibrante y vivida que cualquiera de sus sueños.

Observó aturdido, pero fascinado, cómo colgaba Anahí la toalla y el albornoz en una percha al lado de la pequeña piscina, cómo miraba brevemente hacia la puerta y luego se quitaba el traje de baño y se metía, desnuda, en el agua.

A Alfonso se le secó la boca. ¡Ni siquiera parpadeó mientras observaba la piel color melocotón de Anahí, completamente desnuda!

Gimió al verla, y al notar la reacción de su cuerpo, ya sensibilizado por el sueño. Tomó aire y cerró los ojos.

—Maldita sea —susurró, luego abrió un poco los ojos, con la esperanza de que todo hubiesen sido imaginaciones suyas, de que el jet lag, el estrés, el exceso de trabajo y la frustración sexual hubiesen hecho que tuviese alucinaciones.

Pero no.

Ella seguía allí. En la piscina de piedra, debajo del chorro de agua. Sus pechos asomaban ligeramente, el agua los hacía brillar. Alfonso volvió a tragar saliva.

Y ya no pudo volver a cerrar los ojos. ¿Para qué molestarse? Jamás podría olvidar aquello. Así que era mejor disfrutar de las vistas.

Al fin y al cabo, Anahí era su mujer. Así que tenía derecho a mirarla.

Podría haberse levantado de la cama, haberse quitado la ropa y haber ido con ella. Era su marido, podía pasar las manos por su cuerpo lleno de jabón, besarla en el cuello, bajar hasta sus pechos, acariciarle el ombligo con la lengua, y besarla todavía más abajo, acariciarla... allí.

Apretó la mandíbula y se tumbó boca arriba, con todo el cuerpo protestando por que no se le permitiese hacer todo aquello, y más.

¿Por qué no más?

¿Se resistiría ella? No le había parecido que le molestase demasiado tener que compartir cama con él. Y a él lo único que le había preocupado era que ella le pareciese mal.

¿O no sería así?


¿Quería Anahí que le hiciese el amor? Al fin y al cabo, se había casado con él.

Una Semana JuntosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora