XIII

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Se sentía bien, tan bien que supo inmediatamente en donde se encontraba. Solo había un lugar donde se sentía bien y no había otro sonido que el de su respiración. Minnie abrió los ojos con seguridad, sin sorprenderse de que lo único que viera fuera el color negro.

Todo era de un negro tan puro que no sabía si había una pared a dos centímetros de ella o a kilómetros. No había alguna luz que la guiara donde ir o que le dijera que realmente tenía los ojos abiertos. Cuando miró su mano, limpias y bien cuidadas, sintió miedo. Parecía como si realmente fuese un ángel puro. 

Se levantó sin apuro, sabía que estaba muerta por lo que el tiempo ya no le era importante. Solo tenía curiosidad de donde estaba, si no era el limbo donde estaba la muerte, ¿qué es este lugar que la muerte no la llevo? ¿Qué hay más allá de la misma muerte si no es el cielo ni el infierno? 

Miró sus pies pisar el piso negro, parecía que estuviera flotando y ese pensamiento le hacía sentir vértigo. Se detuvo al sentirlo, si podía ver y sentir su cuerpo era porque estaba con él, seguía viva o eso parecía. Se pellizcó para comprobarlo. Tampoco se encontraba en un sueño. 

—¿Dónde mierda estoy?—susurró y a lo lejos vio a una figura humana.

Caminó hacia aquella figura blanca que le hacía dar cuenta que aquellos pasos, si la llevaban a un lado, no como en el limbo, que sin importar cuanto caminaba, siempre te encontrabas en el mismo lugar, era la prisión hecha por Hyunjin.

—¿Profesora Jihyo?—murmulló al reconocer aquella mujer rubia—no entiendo lo que pasa—

Recordaba con mucha claridad a aquella mujer, para Minnie, era imposible olvidar aquella profesora que la guio en sus días en el orfanato. Era la única humana que conoció que nunca odio ni por un segundo y el único ser que podría confiar sus secretos, pero no la había visto hace mucho tiempo, el día anterior de haberse suicidado.

—he tomado la imagen de tu figura materna en vida—dijo la mujer.

Minnie quería llorar al escuchar aquella voz, extrañaba tanto usa mujer que más de una vez deseo dejar todo para solo ir a donde ella y pedirle solo un abrazo para que le dijera que todo iba a estar bien. Jihyo era su lugar seguro durante sus días viviendo como una humana.

Aquella cosa que usaba la imagen de la persona adecuada, con cualquier otra, talvez le haya alzado la voz para hacerle millones de preguntas, pero con esa la había dejado sin palabras. ¿Quién sabría que esa es la persona correcta?

—¿Dios?—su voz temblaba.

—Así me suelen llamar—su voz era tranquila, no expresaba nada, pero le daba mucha tranquilidad—la propia muerte te ha matado y he tenido que intervenir para que no te lleve—

—Si existes, ¿Por qué no ayudas? ¿Por qué no detienes la pelea de tus tres hijos malcriados? La muerte ha provocado el apocalipsis—Dios solo se dio vuelta y comenzó a caminar—ustedes y sus caminatas dramáticas, tal palo, tal astilla—se quejó mientras la seguía.

—No soy como los humanos relatan, soy como mis cuatro hijos, estoy solo para cumplir un papel y es solo aconsejarlos y vigilar a que hagan todo bien—

—Pero Hyunjin está matando a lo desquiciado, hace mucho que no lo hace bien—

—Te he creado el mismo día que la muerte mató a su primera víctima con sus propias manos—se detuvo solo para agarrarle la mano—le he ordenado al destino que te criara de una forma donde pudieras conocer a los humanos de tal forma que te dejara de importar su existencia—

—No me está gustando a lo que quieres llegar—

—Has sufrido lo suficiente para que dejes de encariñarte con ellos y para no odiarlos. Conoces la vida sin sentimientos, al igual con ello—Minnie rodó los ojos.

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