seventeen

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Rodrigo conocía miles de olores, fragancias increíbles que cautivaban el olfato de muchas personas. Y es que trabajaba en una perfumería, era su trabajo revisar todos esos perfumes.


Pero a él no le llamaba la atención ninguno. Eran tan simples, tan comunes, ninguno había logrado hacerle experimentar esa sensación que describían sus clientes cuando encontraban su fragancia perfecta.

Los olores en ese lugar eran como el amor; cada persona iba en busca de su esencia indicada, esa que se fundía tan magníficamente en tu piel, como una cúspide de perfección. Él también quería sentir esa plenitud al encontrar el perfume correcto, el indicado.

Y todo era monótono en su vida, tan repetitivo, rodeado de aromas que le daban completamente igual. Sus días eran repetitivos.

Hasta que llegó él.

Con su cara larga, su aspecto cautivador y su fragancia aún más espléndida. Conectaron miradas, y Rodrigo por primera vez en su vida se sintió completo.

Encontró su fragancia.

Su olfato se derritió ante el aroma a cigarrillos y café que desprendía ese pelinegro. Sintió sus piernas temblar, y su corazón palpitó tan desesperadamente que sentía que iba a salir despavorido de su pecho. Intentaba mantener la compostura, pero era casi imposible para él mantenerse cuerdo con la presencia de ese chico.

Era un desconocido, jamás lo había visto, pero sentía una extraña atracción hacia él, sentía que debía pasar el resto de su vida a su lado.

Y eso le sorprendía, porque era una sensación desesperada, y extraña. ¿Por qué él había encontrado su fragancia en otra persona y no en un perfume como la mayoría de personas?

Y es que lo sucedido era muy extraño, un fenómeno. Menos del 10% de la población encontraban su olor destinado en otra persona. Solo los que tenían su aroma propio desde el nacimiento podían experimentar eso.

Y él era uno de ellos.

—Disculpe, estoy buscando a Tomás, dijo que trabajaba aquí— habló el chico frente a él, rascando su nuca con nerviosismo y un delicado rubor en sus pómulos.

Iván también había sentido eso, esa conexión tan extraña y atrapante. Degustaba muy discretamente la fragancia que emanaba del cuerpo del petiso. Un delicioso olor a lluvia.

—Ah, sí... Él ahora mismo no se encuentra acá, tuvo que salir. Si quiere le aviso que usted vino— murmuró con timidez, evitando mirar a los ojos profundos del más alto.

—Claro, muchas gracias— le dedicó una sonrisita floja, y sin más se retiró de aquel gran y llamativo edificio. Rodrigo lo vio irse en su auto deportivo y soltó un gran suspiro.

—Le pediré su número a Tomás.

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