eighteen

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Las fiestas suelen ser un escape de la realidad, momentos en que te permites descansar de tus problemas y pasarla bien. Conocer gente nueva, o simplemente disfrutar con tus amigos.


A Rodrigo le parecían ridículas las personas que decían encontrar el amor en una fiesta. Él creía firmemente que jamás experimentaría eso.

Se preparó para la fiesta nocturna en casa de su colega Alexis. Vistiendo ropas de tonos oscuros que le hacían ver sumamente atractivo. O eso creía él.

Una celebración para despedirse de la secundaria y pasar a otra etapa; la universidad. Sonaba bien, al menos en su mente.

¿Qué podría salir mal?

La noche transcurrió con normalidad. Las horas pasaban y Rodrigo se aburría cada vez más, todos sus amigos bailaban con sus parejas, —ridículos— escupió con desgano, rodando los ojos.

Se había enrollado con casi toda la secundaria, lo que le hacía perder el interés en todos ellos. Ninguno podía satisfacer sus deseos carnales.

Buscó con su mirada alguna cara nueva, y grande fue su sorpresa cuando divisó a un extravagante chico a unos cuantos metros de él, fumando un porro mientras observaba con evidente desinterés el lugar.

Era el hermano mayor de Alexis, un campeón nato del atletismo.

Dejándose llevar por el alcohol que recorría su organismo, se acercó valientemente al muchacho, con una sonrisa surcando sus labios esponjosos. —Hola, eres el hermano de Alex, ¿no?— cuestionó con fingida curiosidad.

Quería llevar a ese chico a la cama, y lo iba a lograr. Porque nadie se le resistía a Rodrigo Carrera.

—Sí— hubo un silencio corto, Rodrigo se meció de adelante hacia atrás con las puntas de sus pies y le miró expectante, aguardando a que le preguntase algo, o al menos se presentara. —Soy Iván, ¿cuál es tu nombre?

—Rodrigo Carrera, un gusto, Ivi.

El nombrado frunció el ceño ante el apodo, y el petiso dejó escapar una risita traviesa. —Veo que te gusta fumar, ¿no?

—Así es.

Entre risas y frases sin sentido, tuvieron una charla bastante amena. Rodrigo admitía que le sorprendió la actitud tan jovial de Iván, ya que según las palabras de su amigo, era un estúpido desinteresado.

El reloj de su muñeca marcó las cuatro con treinta y cinco de la mañana, suspiró. Se mantuvo hablando por dos horas y pico con el pelinegro y aún no había tenido ningún contacto más allá de los golpes en broma. —Alex dijo que eres un fuckboy, y que hace rato ansiabas conocerme. ¿Me quieres llevar a la cama como todos o qué?— sonrió con sorna. Rodrigo jadeó debido a la impresión de sus palabras burlonas y le miró con un deje de vergüenza, casi mínima, lo único que le apenaba es que Alexis le hubiese dicho esas barbaridades.

Aunque no eran del todo mentira.

—Tal vez sí, tal vez no. ¿Me dejarías tener un momento de pasión contigo?— le siguió el juego mientras le miraba, devolviendo aquél gesto que realizó con sus labios, que admitía se veían sumamente atractivos. Le daban ganas de probarlos.

—Tal vez sí, tal vez no.

Rodrigo rió, meneando el vaso que yacía en su mano e ingiriendo el contenido de este de un solo sentón. De cierta manera, el licor le daba esa valentía que perdía ante la presencia de Iván.

Fue sorprendido por el repentino contacto de sus manos; Iván la tomó y lo dirigió hacia el segundo piso de su hogar, escabulliendose entre toda la gente que bailaba animadamente. Subieron las escaleras con los pasos torpes de Rodrigo, quien tropezaba repetidas veces y al final entraron a una habitación.

La habitación de Iván.

Era evidente que Rodrigo se sentía dichoso, nunca jamás alguien había llegado a ingresar a la recámara del azabache. Eso significaba que él era, de cierta forma, especial.

Iván no dudó en atacar los labios rojizos del petiso, rodeando su cintura con sus fornidas manos y jadeando por el choque tan desesperado –y experimentado también– de sus bocas.

Rodrigo retrocedió por inercia y su cuerpo se recostó en la cómoda cama. Buhajeruk se posicionó encima evitando aplastarlo y siguió con el beso, degustando el sabor agridulce de los belfos contrarios. Sabían a menta y licor.

—Tienes condón, ¿no?— cuestionó el oji-café mirándole, su pecho subía y bajaba con irregularidad a consecuencia del oxígeno que escapó de sus pulmones.

Rodrigo asintió de forma desesperada y atrajo de nueva cuenta a Iván para unir sus labios. Jadeaba en medio del beso, despojando las ropas de Iván que ya comenzaban a molestar.

Entre caricias y besos húmedos, ambos cuerpos quedaron al completo descubierto y pronto, bajo la tenue luz de la luna que se colaba por la ventana, Iván exploró el cálido interior del ojeroso.

[...]

—Venir a esta fiesta no fue tan mala idea, después de todo— mencionó con gracia el castaño, escuchando los calmados latidos del órgano vital de Iván. Rodrigo se encontraba recostado cómodamente en el pecho del mayor, trazando círculos imaginarios en su abdomen.

—Digo lo mismo.

El de orbes verdosos levantó a mirada, y Raúl besó de una manera tan dulce y cariñosa sus labios que sintió derretirse ante el toque, disfrutaba demasiado besar aquellos labios.

Quizás se había vuelto adicto a dicho contacto.

A Rodrigo le apenaba admitir que sentía una calidez profunda al ser abrazado por el más alto, sentía calma. Sentía paz. Una extraña sensación se instaló en su estómago, la cual reconoció como las típicas mariposas que revolotean en tu interior cuando te enamoras de alguien.

¿Enamorarse? Algo ridículo, no se había enamorado nunca de alguien, jamás en su vida le había interesado alguien de otra forma que no fuese sexual o amistosa. Rodrigo era un desinteresado en eso del amor, no tenía tiempo para amores.

Pero algo en Iván le hacía pensar de otra manera. Le hacía pensar que debería darse una oportunidad para enamorarse. Quizás funcionaría, quizás no, pero seguramente valdría la pena si es con el oji-marrón.

Tal vez, él había sido uno de los ridículos –como él los llamaba– que encontró el amor en una fiesta.

«Eres el mejor, Alexis» pensó con una sonrisita y se dedicó a besar profundamente a Iván, posicionándose de nuevo en su regazo.

—¿Una segunda ronda?

—Suena bien— rió.

El sentimiento era mutuo, ambos lo sabían, lo sentían en sus miradas, en sus cuerpos, en sus acciones. En las caricias que se daban y los besos rebosantes de un sentimiento inexplicable. Algo tan hermoso, tan inefable.

Algo que ambos estaban gustosos de experimentar, aunque ninguno supiera exactamente cómo saldría. Solo deseaban fervientemente que fuese sempiterno.

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