fourteen

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Cada día, exactamente a las 5:30 de la mañana, Rodrigo tomaba el ascensor para ir al sexto piso.


Y cada día, Iván compartía el ascensor con un chico castaño en la madrugada; iban al mismo piso siempre, a la misma hora.

Iván nunca se atrevía a hablarle, pero le parecía sumamente atrayente.

Con esos labios carnosos, esa cabellera rizada de un color café, esos ojos verdes con bolsas oscuras debajo de ellos. Siempre vistiendo ropa holgada, de tonos oscuros.

No podía evitar mirarle en todo el transcurso de ese pequeño viaje, para luego esperar a que se retirase en un profundo silencio, y luego él hacer lo mismo, dirigiéndose a su departamento.

Ese muchacho danzaba tan molestosamente en su cabeza que se sentía hostigado. Era curioso, ¿por qué pensaba tanto en alguien que ni siquiera conocía?

Era lindo. Quizás esa era la respuesta.

No, no era eso. Lo sabía muy bien, era algo más.

Quizás sus expresiones, esa que siempre ponía al entrar al elevador; una de cansancio, mezclado con melancolía. Luego, mientras el ascensor subía, su rostro se relajaba y abría paso a una sonrisita floja, que se disipaba al salir.

O quizás era su aura misteriosa, pero a la vez tan cargada de sentimientos. No le prestaba mucha atención a eso, no le interesaba en lo absoluto, pero con él era diferente.

Su aura era de un color blanquecino, ese tono era puro, tanto como las emociones que emanaba de todas sus acciones, aunque ni siquiera se hablaran, él podía saber cuando había tenido un mal día.

E imaginaba que trabajaba hasta la madrugada, porque, ¿por qué otra razón tomaría el ascensor a su departamento a esa hora?

-Buenos días- musitó el pelinegro al ver al chico -en el cual justamente estaba pensando, qué gran casualidad- ingresar a la cabina de metal. Este le miró, y Raúl sintió un escalofrío recorrer su cuerpo entero.

-Buenos días.

«Ok, eso fue bastante incómodo, ¿ahora cómo mierda le pregunto por su nombre?» pensó, mordiéndose el labio.

-Soy Rodrigo, ni pienses que seremos amigos o algo así, no quiero perder mi tiempo- espetó.

¿Le había leído la mente acaso?

Rápidamente ambos jóvenes llegaron a su destino, el más bajo se apresuró a entrar a su hogar, abriendo la puerta torpemente y cerrándola de un portazo que le hizo sobresaltarse.

Iván sonrió.

-Pues que mal, porque te haré perder tu tiempo, lindo.

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