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Si había algo que sacara de sus casillas a Minho más que el aguacate en sus emparedados, era la gente ingenua. Bien, admitía que no era mucho de preocuparse por las desgracias o las dichas ajenas, mientras no lo afectaran a él, podía mantener un semblante serio. Aunque era imposible no impacientarse cada que salía de compras y se enfrentaba a decenas de ingenuos y exasperantes omegas. Que si podía ayudarles a bajar los cereales del estante, que si podía ayudarles a cargar sus bolsas, que si no tenía un dólar que le sobrara de casualidad porque no alcanzaban a completar su pago. ¡Maldición!

Tenía que tragarse los gruñidos para evitar gritarles en sus patéticas caras con intentos de expresiones tiernas o seductoras. Simplemente no soportaba a la gente que intentaba tomarle el pelo, como si no supiera él que fingían todos esos escenarios de ayuda mientras imaginaban el perfecto momento para soltar sus feromonas y lograr un buen polvo. Claro que no era ningún tipo de alfista o algo por el estilo, consideraba que la liberación de los omegas en la ciudad era clave para que las regiones más alejadas se adaptaran a los nuevos estilos de vida. Sin embargo, podían ser liberales sin involucrarlo a él.

El chico frente suyo sin embargo, superaba con creces a todos esos omegas que habían intentado algo en su contra antes de que se volteara directamente e ignorara cualquier reproche. Era más complicado y grave esta vez, porque no podía simplemente dar la vuelta e ignorar a no ser que quisiera a un completo y extraño desconocido merodeando en su casa.

Había estado encerando las puertas de su adorado jeep que se pavoneaba en la ciudad con ese brillo reluciente en la negra superficie, llamando la atención de la gente y logrando que todos los valet parkings inmediatamente tuvieran un mejor trato hacia él. Era un día tranquilo con las copas de los árboles meciéndose, justo como debería de ser, y tenía ya la lista de quehaceres para el día. Después de encerar su automóvil, iría a podar el césped de la cabaña trasera para mantener a los perros lejos de su territorio con sus fisgonas patas y sus detestables heces.

Pero entonces percibió algo que lo desconcentró en cuestión de segundos, le pareció escuchar sonidos extraños incluso cuando la bodega (ocupación asignada por él al no encontrar otro uso para esa extensión de su casa) se encontraba a una cuadra. Había pasado mucho tiempo en completa soledad como para reconocer a la intrusa compañía en cualquier momento, al fin y al cabo, era su trabajo como cuidador de un viñedo.

Fue a tomar su escopeta y rezó a los cielos para que no se tratara más que de un venado o algún animal cuadrúpedo al que pudiera ahuyentar con su descargada arma. Necesitaba conseguir nuevas municiones pronto. Sigiloso salió por su puerta trasera y se dirigió a la bodega con cuidado de no provocar algún ruido, pero su guardia se relajó cuando un dulce olor a galletas de avena y chispas de chocolate inundó sus fosas. Gruñó.

Un maldito omega.

Caminó más apresurado dispuesto a dirigir al intruso de nuevo a la salida por dónde había entrado. Pero tan siquiera ¿Cómo y por qué había entrado? Todos sabían que aunque el viñedo no mantenía ningún tipo de delimitaciones con vallas o algo por el estilo, era propiedad privada. Era casi obvio puesto que todos en la ciudad se dirigían al viñedo cuando éste abría sus puertas al público. ¿Quién mierda había caminado tanto sobre la carretera como para intentar irrumpir en su propiedad? Y sobre todo ¿Un omega?

Cuando sorprendió a un muchacho intentando forjar la cerradura de la puerta a la bodega, gruñó. Cargaba consigo una maleta y se veía realmente desesperado.

–¿Qué demonios estás haciendo?– espetó al instante.

Vio como saltó en su lugar y las feromonas cargadas de miedo no tardaron en llegar. El chico había volteado con ese semblante que lo asemejaba a un cachorro perdido y sus ojos hinchados, una mueca tan miserable que hubiera conmovido a cualquiera.

Kerosene [MinBin] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora