Plor

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Al atardecer, Alexandra sale al balcón de su cabaña, con una taza de algo más fuerte, vodka diluido en jugo de naranja, con tanto glamour, semejante al de su vivienda ubicada a orillas de un cañón en algún lugar.  Trata de comprender, lame sus heridas, se las presenta a la nada. Observa la sangre reseca en sus manos, no recuerda todo, eso es claro.  Lucha por respirar, sentir que lo hace. Algo detiene el ritmo acompasado de su pecho, lo oprime. Mira bajo este resquicio, nota el tumulto de tierra que se niega a reverdecer a orillas de su jardín; le recuerda su crimen: lo mató, es la responsable. La animalista empedernida que traicionó sus principios por amor, robó la vida del ser que más amaba, al que prometió cuidar y proteger.  Muy parecido a todas sus promesas.

-¿Cuándo dejará de doler?-se dice secando las lágrimas que brotan a caudales por sus mejillas blanquecinas y tersas.  La existencia es feroz, desalmada; se lleva partes de ti que ni siquiera logras presentarte hasta que es demasiado tarde.   se detiene en su ropa, cuerpo; por primera vez reconoce los excesos, el reflejo en el espejo de los vidrios de la puerta entreabierta denuncia el abuso: no hay músculo, sus piernas se escaparon, su rostro es delgado.  Detalla la curvatura de los huesos de su clavícula.  Se ha descuidado, es todo caos. -Muy parecido a la muerte-suspira.  El dolor ha arrasado con todo lo que alguna vez le perteneció.  Intenta escrutarse, confiar. Es imposible.

En silencio recita una estrofa de uno de sus poemas favoritos. Santa Teresa sale a alaridos en su rescate: "¡Ay! ¡Qué larga es esta vida, qué duros estos destierros, esta cárcel y estos hierros en que el alma está metida! Sólo esperar la salida me causa un dolor tan fiero, que muero porque no muero."  Hace cuatro años consideró el suicidio como una posibilidad mundana que transmutó pasando a encabezar la defensa asidua de la eutanasia y el suicidio asistido. Existen tantas formas de morir; todo un portafolio en su honor.  Es como ir al Dollar City de las cogidas y la muerte para solicitar una orden: -una inyección letal por favor, de preferencia rosa-.

La agonía del hombre ha inspirado más obras que la felicidad, tal vez, porque es más profunda y certera. Apunta justo en medio de su corazón, lo aniquila, desarmando todo lo que lo representó.  No existe un pegante que pueda reunir los pedazos.  El kintsugi japonés aquí no tiene ninguna utilidad.  La mierda es el lugar común donde reposan las fosas comunes de cientos de individuos que alguna vez creyeron pertenecer a algún lugar, a algo. El olvido es el opio de los oprimidos y heridos de muerte.  Pia intenta conquistarlo, no obstante, aún no ha logrado finiquitar el rito funerario de su alma. Ha perdido demasiado como para refugiarse en la amnesia.  -Lo intentaré-musita.

Anarkhia: historia de una resistenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora