Como el Coloso de Rodas

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Dicen que el Coloso de Rodas fue una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo. No existe, debido a que se derrumbó durante el terremoto del 226 a.C. Tal cual se siente Alexandra Pia, como el Space (edificio en zona privilegiada del Poblado que se colapsó por fallas estructurales) imperfecto que perdió sus cimientos. Pese a esto, ha decidido que debe continuar, recoger los pedazos, barrerlo todo y seguir viviendo, muy al estilo de Maria Mercedes Carranza, una de sus poetas favoritas quien luego de pronunciar estas magnas palabras se suicidó desencantada de su patria, del mundo, de sí misma. Lo irónico es que dirigió la casa de poesía Silva, en honor al gran romántico que transó los versos por una bala; una especie de premonición de lo que sería su fin. El magno poeta decidió acabar con su sufrimiento con la ayuda de un revólver Smith & Wesson viejo; se encontró a la cabecera de su lecho El triunfo de la Muerte de D' Annunzio en una traducción francesa. -jajaja, que no digan que en Colombia no ruedan los cerebros por el piso- expele, convencida de que si sigue respirando es porque le espera algo más. No todo está perdido.

Tras horas de luchar contra su insomnio decide encender la televisión; ingresa a Netflix intentando acallar sus fantasmas. La solución resulta más violenta que el mal que la aqueja. Se encuentra con una película Árboles de paz que narra el genocidio en Ruanda en 1994 donde dos clanes étnicos Tutsi y Hutu con rivalidades históricas, intentan establecer la supremacía. En el camino, el 70% de los hutu fueron masacrados a punta de machete, cuchillos, navajas y palos. Este esperpento cobró una proporción de casi 80 personas por día quienes se escondían en los matorrales, graneros, cuevas, intentando huir de la ira hegemónica de un pueblo enardecido tras el sabotaje al avión presidencial, en donde su líder, Juvenal Habyarimana fue impactado por dos misiles que se le atribuyeron a los Hutu pese a que ni siquiera la ONU ha sido capaz de establecer responsabilidades, o simplemente, no le da gana de hacerlo. Es más un asunto diplomático.

La muerte es un buen negocio, incluso para "los más filántropos". Si no lo creen, miren lo que pasó en los últimos años con Afganistán; el horror de miles de mujeres que fueron teletransportadas de la posmodernidad a la Edad Media cuando los talibanes retoman el poder tras casi 20 años. Pia comprende el porqué muchas personas se colgaron o escondieron en los trenes de aterrizaje sin importar que al despegar fueran cercenados o arrojados al vacío. Es más fácil morir en el acto que una eternidad agonizando. Piensa que hicieron lo correcto; ella por su parte, hubiera optado por un Harakiri japonés porque le teme más a volar que a exponer las tripas.

Meditando, la sorprende el amanecer. Llega a la conclusión de que los belgas fueron en parte responsables porque usaron su genética antisemita para infundir odio, marcar diferencias midiendo narices, pómulos; intentando determinar los contrastes fisonómicos entre los dos grupos. Les enseñaron el odio. Esto terminó socavando a una nación entera. Cientos de mujeres quedaron expuestas con sus fetos tras ser violadas, humilladas, sometidas; los niños y jóvenes perdieron su pureza; se convirtieron en asesinos despiadados, obligados a crecer en fracciones de segundo, tomar bando si querían sobrevivir. Terminaron vulnerando a su propia gente. Todo, por miedo.

Esta termina la película. No puede más que quedarse ahogada, espirando algo del aire milenario que le fue robado al nacer y ahora se acumula en los costados sin lograr salir. Piensa en que nada ha cambiado mucho desde entonces. Rememora su niñez: las calles en las que se crió; los vejámenes de género que padeció hasta que decidió escoger un frente: el de la supervivencia; volviéndose hostil, contestataria en el mal sentido, resistente más no resiliente. Esta última palabra, la vida se encargaría de enseñársela a los golpes. Recordó los cientos de cadáveres sobre los que saltó cogida de la tarde como siempre, cuando iba para la universidad. Si pudiera darle palabras a esas fracciones de segundo hubiera expresado:-Parce un muerto ¿qué hago? me cogió la tarde, no tengo tiempo para recoger un cuerpo más-: Sí, la guerra la volvió indiferente. Sumados varios atracos, golpes , pedradas, insultos, manoseos e intentos de violación había perdido su ingenuidad. Decidió que sería todo, menos una víctima. Lo que ignoraba, era que en ese preciso instante la conversión le cobraría un alto precio: su inocencia.

Anarkhia: historia de una resistenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora