Saka Ewarisma

59 4 0
                                    

Un día como cualquier otro, Alexandra Pia se despertó convertida en sí misma, lo más parecido a las fotos que conservaba en la mesita de noche de su sala, las que alguna vez denunciaron que vivió, amó, fue, quiso, se vio. Tan ella, como quizá nunca lo percibió.  Mientras se tomaba el café de la mañana, pensó en su amiga, quien se encontraba a la orilla de la playa en Bahía Solano presenciando el paso de las ballenas jorobadas a través del pacífico; un espectáculo que puede avistarse por todo el literal colombiano entre los meses de julio y noviembre, desde Nariño hasta el Chocó, justo al noroeste del país.  

Migran silenciosas a través de las aguas oceánicas en busca de alimento, o tal vez, intentando aparearse, tal como ella, quien las observa a la par que abraza a su pareja de casi una década, atesorando los afectos y recuerdos porque conoce el peso de la vida, el valor de un adiós, la angustia que sobreviene tras la pérdida.  Sabe que son compañeros de viaje; más nunca, se pertenecerán más allá del sentimiento libertario que deja ser.  Se aman a su manera, sin etiquetas,  espacios comunes, más que su cama instalada en la parte superior de su loft ubicado en un barrio de tradición en medio del Poblado; una torre habitada por todo tipo de artistas e intelectuales, chibchombianos o tan europeos como ella, mitad austriaca e italiana, importada de tierras lejanas, bohemia, clandestina, cerebral, y un corazón del tamaño de su continente.

La protagonista de esta historia se imagina volando por distintos parajes, teletransportándose desde su realidad hasta esa parte del país.  En segundos, se devuelve a su infancia, recorre los sitios que visitó en compañía de su madre.  Huele el mar, recuerda su espuma arribando con algas verdosas, trayendo consigo los desechos de plástico que denuncian los excesos de la posmodernidad.  Aún siente la arena bajo sus pies;  cómo olvidar el roce de la aridez entre su entrepierna, la que hace casi un siglo no experimenta los placeres mundanos, orgasmos aplazados por la responsabilidad, el deber ser, que bien podría irse a la mierda junto con sus calzones de abuela deprimida y anquilosada en los quehaceres cotidianos. En ese instante, tuvo una premonición, vaticinó su futuro,  comprendió que era hora de avanzar.  No podía seguir estancada en su ausencia, evocando lo que no fue, intentando atrapar los rostros en el aire solitario de su cabaña neohippie.  Como por arte de magia cual resorte, decide vivir.  Es hora.

Anarkhia: historia de una resistenciaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora