Al llegar a casa de su padre, almuerza unos espaguetis con atún, decide grabar desde el tercer piso de la casa un video apuntando a la calle para nunca olvidar quien es. -Mija, un hombre sin pasado no es nada-, eso se lo enseñó su abuela a la par que moría ahogada por un cáncer pulmonar. Esta imagen la acompañará siempre, aunque igualmente lo hará el enorme amor que la habitó por casi un siglo de no haber sido por el inesperado diagnóstico que la ingresó de forma abrupta a la adultez: despertar sin familia, con una madre a cuestas que adoraba y un cartón que declaraba era alguien.
-Alexa venga a comer pues-le espeta su padre. -Voy- responde. Se le pasan los minutos apuntando con su mirada a la plaza que hay en el primer piso disfrazada de almacén de ropa y cachuchas que vende de todo, menos, lo que se supone que anuncia en sus avisos. Basta ver cientos de carros y motos deteniéndose cada cinco minutos; vidrios que se bajan para entregar billetes de diferente numeración, o por qué no, a uno que otro muchacho, aspirando coca mientras despacha en las ventanillas al adicto de turno.
Pese a lo escandaloso que podría suponer esta escena, para ella es magia: sus calles, el barrio. Niñez y adolescencia resumidas en una cuadra. La nostalgia la invade de golpe, al fin algo se mueve en su interior, muy parecido a cuando en la película Alien la bestia se retuerce en el vientre de su portador. Tiene algo para decir, a su manera, como solo ella puede: exponiendo las entrañas, una cirugía a corazón abierto. Imagina que el suyo es una especie de lotería macilenta que algún borracho olvidó en medio de un bingo dominical en un bar de mala muerte. Algunas piezas se extraviaron, quedaron estropeadas; pese a esto, siempre llega un niño que es capaz de unirlas, ponerlas en su lugar, respetando los vacíos que se presentan por sus cuatro extremos.
A continuación, toca su mano izquierda, recuerda que su dedo no está. Como quien rueda una película de las de carrete clásico; una docena de imágenes se levantan de la polvareda de su subconsciente: ve al perro mezcla de pastor alemán con rotwailler desfigurando a su madre; su bulldog exagüe, siendo zarandeado por esta que en medio del terror trata de que respire e ingrese la lengua morada en su cavidad; resucitado por un veterinario que llegó a tiempo para aplicarle la inyección que lo trajo de vuelta; Morgan su pitbull, halado con furia de su oreja izquierda mientras ella en el desespero mete su mano a la boca del contrincante. No siente dolor, pese a que su meñique está siendo triturado y la sangre borbotea. Le teme más al resultado. Lo noquea evitando que le atine un golpe certero al cuello. Le muerde la oreja y grita: -¡Totto no, lo vas a matar, Tottoooo por favor!
Después de la cadena de emociones y el horror de lo vivido, por su mente pasa la corte silenciosa de hombres cargando en el aire el cuerpo de su bebé, su perro, dirigiéndolo al hueco que los trabajadores habían excavado para enterrarlo; la cara de sus tres caninos viendo a través de la ventana el espectáculo mortuorio. Hasta podría jurar que a su perra se le humedecieron los ojos. Ella fue quien lo crio desde cachorro. Una diferencia de tres metros que horadó como una estaca para siempre su alma:-terminé como Drácula-se dice.
Con lágrimas, evoca el afecto húmedo de una lengüita áspera; unas enormes patas negras y amarillas que besaba con amor; una barriguita peluda, áspera, que se volteaba esperando recibir cariño; un cuerpo gigantesco que se volvía pequeño para amarle y ser amado. En instantes, ve al veterinario inyectando el sedante a través de la reja de la perrera a su niño lleno de ira y agresividad; al gigante de corazón noble (aunque solo con ella) desarmándose en el piso, cayéndose; sus pasos acelerados escapando aterrorizada de su dolor, evadiendo el despedirse del amor de su vida, tras enterrar a Mateo, su primera adoración.
Al mismo tiempo, los abrazos y gritos de agonía con su madre hasta que le informaron que sucedió lo inevitable. Era hora. Como un flashback ve los etólogos, los avisos de adopción, las fundaciones; la moto que trató de vender para comprarle una piscina anhelando que liberara energía, la cerca eléctrica instalada, los miles de juguetes; su agotamiento protegiéndolo de él mismo, que nadie ni nada lo lastimara; las tres casas de las que pasó alejándolo de los problemas, las personas a las que se les abalanzó y los perros extraños que atacó. Todo se entremezcló.
Tan solo quedaron las deudas, frustración y padecimiento. Cada noche en medio de estertores revive cada cuadro, teme dormir, destapar su mano. Cuando cree que va a desfallecer, los brincos y ataques nocturnos de su bulldog fruto del trauma le indican que no había más por hacer. Pese a esto, justo al lado izquierdo de su pecho algo sigue faltando, ha quedado incompleta. Acaricia el vacío, cierra sus ojos e intenta imaginar que todo fue una pesadilla, puede despertar. Los abre. El tumulto sigue en el mismo lugar, no se ha movido. Es su recordatorio, su condena.
Pia se desmorona en llanto al traer de vuelta todo esto. Sí, es una criminal, lo mató porque no pudo salvarlo de su propia oscuridad. El día que lo ingresó en ese hoyo, enterró algo más que a su mejor amigo; dilapidó su corazón. Ahora, no sabe cómo seguir adelante con toda esa angustia a cuestas; no hay pálpito. Todas las mañanas sale a su balcón, le dice:-sabandija te amo, perdono y pido perdón, nunca me lo perdonaré. No tenía opción. Cuando te dormí, de alguna forma me maté. Una parte mía se fue contigo, te pertenece, fue mi último obsequio para ti. Nunca la recuperaré ni me interesa. Mi vida, lo siento-.
La aspirante a escritora balbucea:"-vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero que muero porque no muero". Seca la humedad de su rostro, coge las llaves, levanta su bolso, se despide de la familia paterna, sale por la puerta sin volver la mirada. Está dejando atrás las últimas fuerzas que le quedan para existir. Recuerda la historia de Orfeo y Eurídice, si lo hace, nunca retornará. Habría sido más fácil lanzarse de la magna balaustrada a descender por los escalones rumbo a algún sitio. En su hogar, que ahora no es tan suyo, se ha abierto un enorme cráter, no sabe cómo llenarlo, no puede. Aprende a vivir entre escombros y ruinas igual que los sirios o los libaneses. Comprende el valor de la renuncia, ha sido desahuciada.
Su territorio solo es el vestigio de lo que alguna vez fue un paraíso terrenal. Debe reponerse, aprender a respirar así sea artificialmente, con ayuda de algo. Los minutos corren vertiginosamente. No es si quiere, tiene que retornar, levantar cabeza, salvar a su familia fracturada por la implacable violencia de la vida.-Adiós pa-se despide entre sonidos guturales que salen con dificultad atrancados a lo largo de su garganta. Abre la puerta del carro, ingresa las bolsas, se sienta, lo enciende, se coloca el cinturón de seguridad. Emprende la ruta que la dirigirá a ese pequeño espacio resignado, que es actualmente su realidad -debo volver, no puedo seguir así-.
Perdón, debo parar de escribir para llorar a cántaros...-Tal vez, en otra vida nos volvamos a encontrar sabandija de mi alma hermosa. "No voy a decirte adiós porque yo no me despido(...) solo te diré hasta luego". Nos veremos en el más allá mi amor-.
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Anarkhia: historia de una resistencia
NouvellesDe manera recurrente escuchamos el término mujer; pocas veces nos sentamos a reflexionar sobre el peso que subyace tras esa palabra. No estoy segura de habitarme, como siempre, cada que inicio una obra cual mecanismo de supervivencia o sanación. E...