1

132 9 1
                                    

Matadero.

Tracé un último garabato sinsentido sobre la hoja, para seguidamente apartar el lápiz del cuaderno y comenzar a dar unos suaves golpecitos con el mismo sobre la mesa, emitiendo sonidos débiles, rítmicos, que no llegaban a inquietar. Levanté la mirada, observando a mi acompañante, que estaba sumido en su lectura y no me prestaba ni la más mínima atención.

Lo analicé durante unos segundos antes de interrumpirlo. Sus ojos, negros como la noche, se movían lentamente de lado a lado, leyendo cada palabra una a la vez. De vez en cuando, sus dedos se encargaban de voltear de página con un movimiento limpio, generando un sonido casi imperceptible. Su expresión se mantenía calmada, serena, al igual que su presencia.

Tenerlo como compañero de lectura es todo un gusto, pues es grato contar con su silenciosa compañía, es como si su concentración fuese contagiosa.

Es toda una lástima, o tal vez no, pero debo interrumpirlo. Necesito hablar con él.

-Ray -lo llamé, y al captar su mirada expectante, supe que me escuchaba-. Emma y Norman han estado muy raros. Lo notaste, ¿no?

Cerró el libro que tenía entre sus manos, dándome a entender que estaba interesado.

-Sabía que también te darías cuenta. Estuve observándolos con cuidado, y parece que están escondiendo algo... No, más bien, es bastante obvio.

Él tenía razón, no necesitabas ser un genio para percatarte de aquello. Su disimulo no era particularmente impecable; era bastante evidente, al menos para nosotros, que su actitud había cambiado drásticamente desde la noche en que fueron a devolverle el peluche a Conny.

Supongo que ellos están convencidos de que no se les nota en lo absoluto, de otro modo, no seguirían haciéndose los tontos delante nuestro. Por otro lado, es justamente el hecho de que intenten encubrir lo que sea que esté ocurriendo con tanto esfuerzo lo que más me preocupa. Algo tiene que haber pasado, y mi intuición no me hace sentir que se trate de nada bueno.

-Conociéndote, mi querido Ray, sé que no vas a quedarte de brazos cruzados -hablé sin ápice de duda, sonriendo-, así como tú sabes que yo tampoco lo haré. Entonces, para hacerlo más fácil, colaboremos. ¿Te parece?

No tardó en devolverme el gesto, sonriéndome con complicidad, como si hubiese estado esperando esa propuesta desde el momento en el que toqué el tema.

-Tú y yo concordamos en mucho -comentó-, justo estaba por hablarte de eso. Eres bastante oportuno cuando quieres.

Esa es una de las tantas cosas buenas de Ray. En situaciones como esta, siento que siempre puedo contar con él. Nosotros desarrollamos ese tipo de confianza a lo largo del tiempo, pues hemos sido cercanos desde temprana edad.

-Eso significa que ya tienes algo en mente. Entonces, adelante. Cuéntame.

[...]

Ahí se encontraba Ray, sentado bajo la sombra que le ofrecía la copa de un árbol; aquel árbol que habituaba casi diariamente por costumbre. Su espalda descansaba contra la corteza, que no lucía muy cómoda, mientras sus ojos se mantenían cerrados. Sobre su pecho reposaba un libro, uno de los tantos que leía a menudo, abierto y boca abajo, como si estuviese tomando descanso junto a su lector.

Estaba esperándome, tal y como habíamos acordado. Pronto llevaríamos a cabo nuestro movimiento, que, siendo honestos, no se destacaba precisamente por su complejidad.

En fin, es la oportunidad perfecta para interrumpir su momento de tranquilidad. Sería un acto de total insolencia desaprovechar la situación.

Entre noche y día | Norman, Ray x Male reader | The Promised NeverlandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora