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Aquel verano…

El castaño entró despacio en su cuarto.

¿Era de día? ¿De noche? Qué más daba. Seguía ahí. Con él.

Llevaba puesta su ropa, un short azul y una camiseta blanca que sobre su cuerpo parecía diferente, tenía el cabello despeinado y sostenía una bandeja entre sus manos.

Pensó que se veía muy guapo y al segundo pensó si era correcto pensar eso.

—Te queda bien.

—Mejor que a ti.

—No lo dudes —El castaño le dedicó una sonrisa comedida y él intentó devolvérsela sin éxito.

La normalidad ya no existía. Trataba de actuar como antes, pero antes los había abandonado por una nueva realidad. Una que odiaba, que no era bienvenida y, aun así, no se iba.

Las persianas estaban bajadas y Jungkook había cambiado la cama por el suelo. Estaba sentado, apoyado en la pared debajo del mapa. Todavía no había salido de su habitación. Fuera estaban los planes, las preocupaciones tontas y la vida.

Es decir, fuera no quedaba nada.

El chico había oído hablar de las famosas fases del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. Debería encontrarse en la casilla de salida, en la etapa de menear la cabeza con vehemencia y escudarse bajo el lema de que las desgracias son ajenas, les suceden a los demás y no podía ser cierto. Cerrar los ojos con la esperanza de que al abrirlos…

Era absurdo. No funcionaba así. Al menos, con él había fallado. Se lo creyó al asomarse con Taehyung en el borde del barranco y seguía haciéndolo. Directo al final del trayecto.

Seokjin, Namjoon y, tragó saliva, Yoongi, estaban muertos.

Tenían los pulmones llenos de agua salada.

Sus corazones no latían.

¿Cómo no iba a aceptarlo si cada vez que tomaba aire le faltaba algo? ¿Qué diablos era?

Ah, sí, ganas de respirar.

—Tu abuelo quiere que comas algo —susurró Taehyung. A él no le pasó desapercibido el «tu abuelo» en lugar de «tu madre».

—No tengo hambre.

—No es necesario —Llevaba sin apetito desde… desde el segundo en el que al girar una curva sus peores sospechas se habían confirmado. En ese momento, el estómago le rugió—. Vaya, Jeon, parece que te llevan la contraria. Nadie rechaza el tocino, es una ley universal.

Pensó que, si Kim Taehyung fuese uno de los siete principios que regían el Universo y al ser humano, sería la Ley de la Vibración: nada está inmóvil, todo se mueve, todo vibra. Y, al reflexionar sobre el motivo por el que conocía esa mierda, experimentó un latigazo debajo de las costillas: una terraza, Jin y Yoongi debatiendo sobre filosofía y física, y Namjoon tirándoles cacahuates. Algo que no se repetiría jamás.

El chico se sentó a su lado con la espalda recta y las rodillas flexionadas. Dejó el plato enfrente, tocino crujiente, huevos revueltos y pan, y lo observó de reojo con cautela. Últimamente toda su gente lo hacía, mirarlo con precaución, reservas, prevenidos por si efectuaba un salto a la inversa en las fases del duelo, dirección a la ira, y decidía instalarse allí.

Incluso Jimin, la única persona por la que había reunido fuerzas suficientes para descolgar el teléfono, que se había despedido con un significativo «mantente entero, Jungkook, ahora solo estamos nosotros».

«Ahora solo estamos nosotros», repitió la frase y, mierda, cada poro de su piel la sufrió.

Pinchó un cacho de tocino, se lo llevó a la boca y lo masticó de un modo robótico. Gasolina para mantener la energía.

That Summer ❀ KooktaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora