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Aquel verano…

Taehyung agarró el lápiz azul marino del estuche, se llevó un extremo a la boca y lo royó como un ratoncito; mantenía esa fea costumbre desde niño cuando, probablemente, había compartido todos los microbios de sus compañeros de guardería.

Había encontrado por casualidad uno de los viejos cuadernos para colorear de su infancia y eso estaba haciendo: llenar de color las líneas que representaban una pequeña barca descansando en la orilla del mar, encajada en la arena.

Dibujar se le daba de pena, pero pintar resultaba sencillo. Relajante. Mente en blanco.

—¿Puedo pasar? —Su padre golpeó un par de veces con los nudillos en la puerta de su habitación antes de abrirla.

Era de noche y acababa de volver de «correr». O de intentarlo, más bien; porque, según calculó, no habían pasado más de quince minutos desde que lo había visto desaparecer por el jardín con paso decidido y un outfit de runner impecable: tenis deportivos nuevos, mallas negras y una camiseta elástica que se le pegaba al torso y estaba empapada de sudor, como su frente, como su cabello.

A diferencia de la mayoría de los mortales, la lista de buenos propósitos de Taesung no llegaba en Año Nuevo; él planificaba su particular hoja de ruta entre los últimos días de agosto y los primeros de septiembre. También, como la mayoría de los mortales, empezaba con un extra de motivación que terminaba por evaporarse.

Aprender algo nuevo, comer saludable, perder peso y, por lo que observaba, tener tiempo para hacer ejercicio. ¿Cuánto le duraría? Si superaba la primera semana cuando estuvieran en la capital, sería todo un logro. Al menos, durante ese verano había hecho frente al eterno pendiente: dedicar más horas a la familia que al trabajo.

Frunció el ceño. El hombre ocultaba algo en la espalda.

—¿Qué escondes?

—¿Yo? Nada. Vengo con refuerzos —Su padre no se hizo de rogar y le enseñó el peluche.

—¡Mi panda! ¿Dónde estaba?

—Conmigo, guardo todas tus cosas, aunque tu madre me acuse injustamente de que padezco el síndrome de Diógenes.

—Qué cruel.

—Completamente insensible —Hizo un mohín dulce y victimista, y avanzó para tenderle el muñeco, que olía a galleta, a la seguridad de su niñez. El chico lo abrazó con fuerza. Quizás con otra persona habría contenido su efusividad, pero con sus padres no era necesario fingir, no había nada que demostrar, y funcionaban de ese modo con una única excepción—. Los dibujos que robaste serán la nueva decoración de mi despacho. Creo que al regresar lo voy a remodelar…

—¿Lo sabías?

—¿Que los robaste? Pues claro, los padres somos el ojo que todo lo ve y que todo lo sabe más o menos hasta la adolescencia. Luego tenemos que recurrir a micrófonos ocultos y detectives privados —bromeó. Agarró un puñado de la bolsa de gomitas de ositos que había en la mesa del escritorio—. Y qué orgulloso estuve de ti, mi niño. Habías sacado el espíritu inconformista de Soohae, su energía. ¿Alguna vez te conté nuestra primera cita?

—No.

—¿Te gustaría que…?

—¡Claro! ¿Acaso crees que rechazaría chisme del bueno? ¿Por quién me tomas?

Taesung se quitó las gafas y limpió los cristales con el bajo de la camiseta.

—Era becario, mi jefe me explotaba y cobraba una miseria. ¿Te imaginas dónde la llevé?

That Summer ❀ KooktaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora