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«¿Me pasé?».

Sé lo que estás pensando y, efectivamente, te pasaste, amigo. Pero tú eres así. Contigo las cosas o se hacen del todo o no se hacen; nunca a medias —Taehyung activó de nuevo la cámara delantera para sustituir la panorámica del salón por su cara para la videollamada Seúl-Gwangyang con Hoseok—. Parece una fiesta de señoras mayores sacada de Pinterest.

A ver… Había puesto algo de botanas en la mesita por educación. Los ramilletes… Bueno, los ramilletes en la chimenea y esparcidos por la habitación estaban hechos con hierbas y flores silvestres que se había encontrado paseando y, cualquiera que lo conociera, sabía perfectamente que era superior a sus fuerzas resistirse a los colores. Además, su olor mezclado con el de la lumbre era maravilloso: sencillo, fresco, delicado y salvaje como la naturaleza. En cuanto a la guirnalda con luces por el techo… Para eso no tenía excusa. Todavía. La había descubierto entre las cajas al ir por leña y, segundos después, ya se encontraba subido en una escalera colgándolas de un lado a otro, sin pensar. El resultado era… ¡Guau!

Aunque su amigo estuviera allí para acabar con la magia.

Eso sí, la vajilla no tiene precio. Prometo plagiarte.

Como no tenía una de «verdad», había utilizado una olla de cocina con hielo para colocar la botella rescatada del mueble bar de sus padres. Y estaba muy orgulloso de su ingeniosa salida.

—A ti no te gusta el vino.

Ni a ti. Antes de irte te amarrabas al cuello de una botella de cerveza como un bebé al biberón y, mírate, todo un caballero con su copa.

—Es para Jimin.

¿El innombrable no va?

—No tengo ni quiero noticias. Gracias.

Por fin iban a leer la cápsula del tiempo, los mensajes a su yo del futuro que habían escrito una tarde de verano y habían guardado en el enorme sobre blanco que lo había traído de vuelta. Que Jungkook apareciera o no dependía solo de él, y del poder de convicción de Jimin esa misma mañana. Lo había intentado, vaya si lo había hecho, pero había llegado el peligroso punto en el que la persuasión corría el riesgo de transformarse en forzar, y no todo valía para que estuviera.

Hoseok arrugó la nariz, olvidándose de que Taehyung podía verlo en la pequeña pantalla recorriendo Gangnam-gu. Hoseok era un chico de centro, urbanito. Adoraba el tumulto, perderse entre la gente y el ruido, descubrir restaurantes y cafeterías en las calles nocturnas y desconocidas de la capital, caminar con los audífonos puestos por un corazón que no se cansaba de desgastar. Estaba enamorado de sus luces y sus sombras, de su ajetreo y de sus atardeceres tiñendo los edificios de dorado, de la imagen que la ciudad le devolvía desde las azoteas y sentado en el suelo mirando hacia arriba.

Ahora, sin embargo, estaba quieto en la parada de Seolleung. Mala señal.

—Suéltalo —Su amigo se aclaró la garganta y acercó el objetivo a la cara hasta que solo enfocó su boca formando una mueca graciosa—. Hoseok…

Bien —Lo apartó de nuevo y se mordió el labio—. Coincidirás conmigo en que, como paño de lágrimas, tengo casi el mismo derecho que tú a odiar a Jungkook.

—O más.

Exacto —Sonrieron. Ahí venían las curvas—. El caso es que, quizás por una vez en su miserable existencia, tenga razón. Es decir, ¿por qué quieres remover el pasado? Me consta que no eres masoquista. Ayúdame a entenderlo.

¿Cómo se lo explicaba? La verdad, esa siempre funcionaba.

—Cuando Jimin me llamó yo… los había olvidado.

That Summer ❀ KooktaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora