Aquel verano…
El despertador del móvil sonó a las seis de la tarde y lo apagó a ciegas de un manotazo. De buena gana habría acoplado las tres gloriosas horas de siesta con la noche. Pero era jueves, y tenía una motivación para ponerse en pie.
Jungkook bostezó, se estiró y fue a oscuras hasta la ventana de su habitación. Había bajado la persiana para que la luz no le molestara antes de dejarse caer en la cama molido por las horas extra de toda la semana. La subió de un tirón y ante él se extendieron dos mares.
Sí, dos.
Un océano azul con tintes naranjas y salpicado de nubes algodonosas, y el de verdad, azul, inmenso e infinito, al fondo. La casa en la que vivía con su madre y su abuelo estaba en lo alto de la colina y compensaba sus contras –tamaño minúsculo y cuestas imposibles empinadas– con unas vistas estupendas.
A diferencia de la de Taehyung, no la rodeaba un cuidado jardín con instalaciones deportivas; solo tenía un árbol enfrente, nada más cruzar la carretera, al que su abuelo, Donggun, había atado un neumático en su sexto cumpleaños para que tuviera un columpio.
Distinguió la bicicleta de Yoongi apoyada contra el tronco. El resto ya no las utilizaba. Namjoon, que era un año mayor, la había sustituido por el Ibiza de segunda mano que se había conseguido con lo ahorrado trabajando en la pescadería familiar desde que había dejado el instituto. Seokjin era su eterno copiloto. Jimin prefería caminar. Y Jungkook… había derrapado durante una carrera, había estropeado la suya y su madre había decidido que no habría una nueva por temor a que la siguiente vez, en lugar de todo el lateral magullado, se quedara sin dientes.
También influía la edad. Sus ganas de crecer y saltarse etapas, de rozar lo prohibido; de sentirse mayores, desde que habían empezado a beber a escondidas a los quince compartiendo algún cigarrillo en cualquier rincón oscuro entre risas nerviosas. El deseo de avanzar. De todos menos de Yoongi, que se mantenía sujeto a su lado infantil con detalles tan tontos como el medio de transporte del que no se desprendía. Jungkook admiraba su capacidad de no dejarse arrastrar por los demás. Sí, sin duda era al que más admiraba, aunque siempre por detrás de su madre. A ella nadie la bajaba de la primera posición.
Fue al baño a darse una ducha rápida. Dejó el grifo corriendo y se colocó debajo de la alcachofa, con los ojos cerrados, los brazos extendidos y las manos apoyadas contra los azulejos. El agua le caía por la espalda recorriendo el sendero delimitado por los músculos contraídos. Logró relajarse justo cuando alguien corrió la cortina
—¡Mierda, mamá! ¿Es mucho pedir un poco de intimidad? —Al otro lado estaba ella y ni siquiera tenía la decencia de desviar la mirada. Se cubrió la entrepierna—. Imagínate que me estoy haciendo una paja.
—Le pondrías el seguro.
—¿Y si se me olvida?
—Reconozco que sería muy incómodo, aunque de pequeño tú ya jugabas con tu cosita…
De acuerdo, no estaba dispuesto a escuchar aquello.
—La próxima vez toca antes de entrar, ¿sí?
—No seas exagerado.
—Eres… —Evitó soltar algo de lo que arrepentirse después cerrando la cortina de nuevo.
«La confianza da mucho asco», pensó.
Su madre y él formaban un equipo inusual con una complicidad que rara vez veía en sus amigos; un equipo especial, fruto de sus circunstancias poco comunes.
Eunhye se había quedado embarazada de Jungkook en un festival con diecisiete años. Lo único que este conocía de su padre es que era un turista con el que compartía nombre, al que le gustaba cantar y que había subido a su madre encima de sus hombros para que tuviera una mejor panorámica del concierto. De sus inicios, sabía que había sido un escándalo hasta que, según la propia protagonista, había decidido tenerlo. Entonces Donggun, padre de Eunhye y mudo hasta ese instante, le había preguntado:
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That Summer ❀ Kooktae
Romance•• Taehyung y Jungkook estaban destinados a colisionar en Gwangyang. El primero iba todos los veranos. El segundo vivía allí. Dos desconocidos que cayeron abrazados a la piscina aquel mes de julio. Cinco años después, Taehyung vuelve dispuesto a c...