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Cuando Jungkook era pequeño, su madre le decía que la mataría de un susto. A él le hacía mucha gracia porque nadie se moría de eso. Era un niño lanzado, atrevido y demasiado temerario, un tanto inconsciente. Rara vez veía las amenazas y corría más de un riesgo innecesario.

Solo había una cosa que le daba miedo, pero miedo de verdad (más aún que los rayos): que Yoongi se rascara la nariz, porque le advertía de que venía una de esas cuestiones para las que rara vez tenía respuesta. Aquella tarde en su habitación, sin embargo, a unas piezas de terminar el puzle, había sido distinto.

—Si pudieras ser otra persona, cualquiera, con la condición de que solo sea una, de los cómics, la televisión… ¿Quién serías? Y no vale el Capitán América porque me lo pido yo —preguntó su amigo.

—¿Marvel?

—Mi segunda opción era Einstein, pero en todas las fotos sale muy viejo. Queda Iron Man, también es bueno.

—Ni el Capitán América ni Iron Man, yo querría ser mi abuelo.

A Yoongi no lo convenció mucho, pero Jungkook nunca estuvo más seguro de una decisión en toda su vida y probablemente nunca lo estaría.

Esa misma mañana había visto a Donggun cargar sin ninguna ayuda un neumático enorme y pesado, escalar un árbol para anudar las cuerdas y construir el mejor columpio de Gwangyang. ¡De la tierra! Además, le había dejado estrenarlo y lo había empujado tan alto y tan rápido que casi había creído estar en un cohete espacial directo a Júpiter en lugar de en una rueda vieja recogida del deshuesadero.

Su abuelo era listo.

Su abuelo era ingenioso.

Su abuelo era fuerte.

Su abuelo era sacrificado.

Su abuelo tenía un carácter de mil demonios y un corazón gigante bajo el pecho.

Su abuelo era su héroe, ¿para qué elegir fuera si tenía al mejor en casa? Sería estúpido. Era imposible que existiera alguien capaz de superarlo y…

Jungkook regresó de sus recuerdos y lo observó en el presente, con el paso del tiempo y una enfermedad inesperada adheridos a su piel.

El Alzheimer que consumía al mayor de la casa no pasó a formar parte de la familia Jeon de manera apresurada. Lo hizo lento, a sorbos, a pequeñas pinceladas. De una manera tan sutil que no detectaron las señales que lo anunciaban. Cuando se dieron cuenta, era demasiado tarde, ya se les había enredado y era un inquilino más de la casa. Y se vieron obligados a aprender todas esas lecciones que egoístamente uno desea que pasen de largo y sean el problema de otro.

Pero allí estaban.

Tuvieron, pues, que prestar atención a los disparos de una avalancha de información por parte de los psicólogos y doctores. La primera etapa estuvo centrada en ejercicios para fortalecer la mente y rutinas. La segunda… Adiós preguntas abiertas, hola a lo concreto que se podía responder con un sencillo sí o no. Interpretar sus rodeos para expresar una idea, potenciar el uso de las palabras comodín tipo «la cosa esa» o «el chisme» en sustitución de los términos que no recordaba.

Muchos intentos distintos para acercar a una persona que cada vez estaba más lejos.

Hasta que se desvaneció.

O así lo veía Jungkook.

No tanto Eunhye, que mantenía la costumbre de las rutinas. Y, como cada miércoles de los últimos dos años, tocaba afeitarlo.

That Summer ❀ KooktaeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora