41- Mis princesas.

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Acababa de salir una enfermera cuando Sheila me llamó. No estaba de humor como para contestar asi que colgué. Le envié un mensaje disculpándome, ella contestó y dejé de lado el teléfono. Pensaba en lo que me acababa de decir esa señorita de pelo largo y moreno, ojos color avellana. "No se puede pasar a verla, lo siento mucho. Sé lo que está pasando usted. Su hermana está mejor, pero no deja de estar grave. De momento está estable, pero no se sabe si durará mucho tiempo". Esas palabras me habían destrozado.

Lloraba desconsoladamente pensando que en cualquier momento mi hermana podía irse del mundo y que nunca le había dicho cuanto la quería...

-Matthew -dijo la morena-.

-¿Si? -dije con esperanzas de que no fuera el final de mi mejor amiga-.

-La señorita Charlotte quiere verlo.

A pequeños pasos avanzaba hacia la habitación, no quería ver todo el daño que le habían hecho. Lo único que me consolaba era saber que la causante estaba teniendo su merecido.

Entré en la habitación y visualicé a una chica desconocida para mi. Estaba igual que cuando la habíamos rescatado, la única diferencia era que ahora tenía un montón de tubos conectados por todo su cuerpo. Sufría viéndola así, anulada.

Ella extendió los brazos muy despacio indicando que quería que la abrazara. Obedecí y poco a poco me acerqué a ella, le besé la mejilla cuidadosamente y la estreché entre mis brazos. La tristeza de verla así me pudo y empecé a hipar cuando le dije:

-¿Qué te han hecho?- dije intentando reprimir mis sollozos-.

-Matt, dejémoslo estar, por favor. No quiero recordarlo.

-De acuerdo -dije acariciándole la mejilla-. ¿Cómo estás?

-Mejor, Matt. Pero no dejo de estar mal. ¿Te han dicho mi estado los médicos-.

Negué haciéndome el tonto y ella prosiguió:

-Matt, no voy a durar mucho tiempo. Quiero que me hagas un favor.

Asentí con las facciones de mi cara muy serias.

-Quiero que le digas a Ross que entre y te diremos una cosa -dijo con una sonrisa que no tiene nada que hacer contra la de antes...-.

Llamé al chico y vino poco a poco, como si tuviera miedo de lo que le iba a decir. Qué extraño...

Entró él delante de mi y enseguida que vió a Charlie la abrazó, después se cogieron de las manos y mi hermanastra empezó a hablar:

- Matt, él...y...yo... estamos... -le estaba costando mucho explicarme que estaba sucediendo-.

Ellos dos se miraron y al fin el rubio lo suelta:

-Juntos... Estamos juntos.

Él paso su brazo por encima de sus hombros y ella le sonrío. En ese momento lo ví todo muy claro: Estaban hechos el uno para el otro.

Entonces le dí un golpe suave en la espalda a Ross y dije:

- Os doy mi bendición -sonreí-. Charlie, mientras veía ante mi como te ibas de este mundo, he podido entender que te quiero mucho y que, si él te hace feliz... Lo acepto.

- ¡Muchísimas gracias Matt! -me apretujó entre sus brazos-. Te quiero muchísimo.

- Hay algo que también tengo que deciros -dije sonriendo-. Sheila está embarazada.

Lo dije como si nada pero por la cara que puso mi hermana, no era muy normal...

Sus ojos eran dos naranjas y su boca formaba una "O". Entonces empezó el bombardeo jamás visto.

- ¿Cómo está? ¿Qué día lo supisteis? ¿Chico o chica? ¿Está sano? ¿Os han enseñado alguna eco? ¿Estás nervioso por ser papá? ¿Habéis dormido juntos? ¿Tenéis una casa propia? ¿Habéis preparado la habitación para el bebé? ¿De qué color es? ¿Le habéis comprado algún peluchito? ¿Que le puedo regalar yo? ¿Para cuando el parto?

Y justo al preguntar eso, mi móvil sonó, era Sheila. Contesté y:

- ¡Matt! ¡Estoy de parto!

- ¡Voy para allá! ¡Te quiero! ¡Estaré allí enseguida, mi amor! -colgué- El parto para ahora.

Salí corriendo y fuí con la moto de Rubi al aereopuerto. Le monté un pollo a la de información pero no conseguí ningun billete...

Después una señora mayor me dijo:

-Toma, hijo mío. A mí no me urge tanto. Cuida bien de tu bebé.

-Muchísimas gracias -le sonreí y la abracé-. Se lo agradeceré siempre.

Me subí al avión, el tiempo se pasó muy lento, demasiado lento. Así que me puse a observar el avion. Nada interesante. Miré por la ventana y todas las nubes me recordaban a Sheila y a mi nena.

No paraba de pensar en ellas dos, cómo estarían en ese momento. Pero una cosa que tenía muy clara era que quería estar en ese parto, aguantando la mano del amor de mi vida y viendo como mi vida nacía.

Bajé del avión muy deprisa, tanto que iba dando trompicones por la escalera. Conseguí salir del aereopuerto y le cogí la moto a un turista.

Fuí por las calles a toda máquina saltándome los pasos de peatones, los Stops, las indicaciones de velocidad, los semáforos... Me daba igual con tal de volver a ver pronto a mis dos princesas.

Abrí las puertas del hospital, corrí hasta llegar a información y pregunté por Sheila. Me dirigí hacia los quirófanos y ya supe lo que me esperaba.

Ví a Sheila tumbada en una camilla con las piernas abiertas y con una médica revisando las dilataciones. Cogí la mano de Sheila, le sonreí y le dí un beso en su sudada frente.

Había tardado unas horas, pero se veía que mi niña no quería salir sin su papá delante.

Nunca había visto a mi amada con aquellos ojos. Ella estaba luchando por esa persona que los dos habíamos creado.

Las repiraciones de Sheila eran muy fuertes, así que como las escuchaba las realizaba con ella y la animaba a seguir adelante.

Ella gritaba, yo intentaba hacer algo por ella que la ayudara en esos momentos. Se le cayó alguna que otra lágrima. De repente la doctora nos avisó que ya venía.

Derrepente se escuchó un sollozo agudo y estridente pero llenó de alegría nuestros corazones: El bebé ya había nacido. Sheila y yo la arropamos con una toalla y entre los dos la abrazamos y le dijimos entre susurros cuanto la queríamos.

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¡¡¡Las quiero mucho muchísimo!!!

Vuestra fiel escritora,
Pili ^^

Un antes y un despuésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora