𝑉𝑒𝑖𝑛𝑡𝑒

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El sol es lo que despierta a Dawn esa mañana de sábado. Y no es el sol del amanecer, no, es un sol que lleva ya horas brillando en el cielo. Se ha quedado dormida en la cama de Charlie.

Se mueve un poco, pensando que puede despertarle, pero Charlie ya no está en la cama, de hecho su lado está demasiado frío y Dawn se levanta para ver si ve algún reloj por algún lado, pero no lo ve, así que va hasta el armario y coge una de las camisetas de Charlie porque allí no tiene nada de ropa, toda está en el hotel porque la mandaron sus padres después de que acabara en Rumanía de nuevo.

Cuando baja las escaleras espera encontrarse a Charlie por allí, pero tampoco parece estar en la casa así que Dawn coge su varita y deja el resto de su ropa encima del sofá mientras va a la cocina, donde por fin encuentra un reloj. Y las diez de la mañana no es una hora a la que ella se suela levantar, de hecho ni siquiera recuerda la última vez que lo hizo.

Su estómago protesta por no estar acostumbrada a levantarse tan tarde y espera que a Charlie no le importe que utilice su cocina para hacer el desayuno. O quizá quiere que se vaya, es lo que debería hacer, no debería quedarse allí, pero...

Pero en realidad tiene que hablar con Charlie porque no puede solucionar las cosas besándole si discuten, no, deberían ser capaces de hablarlas. Ella debería ser capaz de hablarlas, ya es adulta, no puede seguir ignorando las cosas cuando no le conviene o salir huyendo. Así que se queda y empieza a preparar el desayuno al ritmo de la radio mágica.

No hace nada demasiado elaborado, está acostumbrada a preparar galletas caseras en menos de cinco minutos así que se pone con ellas, ha visto que Charlie tiene horno, así que puede hacerlas.

Solo que él llega justo cuando está terminando la masa y poniéndola en la bandeja. No dice nada, se queda en el marco de la puerta de la cocina y la observa. Dawn no se ha dado cuenta de que está cantando y moviéndose al ritmo de la música, pero Charlie si lo hace y no puede evitar sonreír.

—Alguien está de buen humor —dice, acercándose a ella y abrazándola por la espalda.

Se merece la cucharada de masa de galletas que le da en la cara por asustarla.

—¡Charlie! —le regaña, pero también se gira y le limpia rápidamente la cara, mientras sigue entre sus brazos porque no piensa salir de ahí—. ¿Cuándo has llegado?

—Hace poco —responde él y vuelve a sonreír—. Sigues bailando cuando cocinas.

—Cuando el trabajo me deja cocinar —intenta que suene como una broma, pero está claro que Charlie no se lo toma igual porque su sonrisa desaparece.

Claro que tenía que hacer mención al trabajo, no sabe hacer otra cosa. Le parece normal que Charlie se aleje un poco y en la cocina hace, de repente, frío, a pesar de que el horno está encendido y Dawn lo abre para dejar las galletas.

—Ahora voy a tener más tiempo, hoy tengo el día libre —lo dice lentamente, como si temiera la respuesta de Charlie, pero él ni siquiera dice nada, solo aparta la mirada hacia la encimera de la cocina—. Lo único es que el hotel no tiene cocina, pero al menos voy a disfrutar de esa bañera.

Charlie deja de mirar el bol con la masa de galletas restantes y la mira fijamente. Le brillan los ojos y Dawn ha echado de menos ese brillo. Decir en voz alta que se queda durante un tiempo es raro porque nunca había pensado que podría hacerlo, pero tiene sentido teniendo en cuenta que va a estar trabajando con Neagu y con Irina para que todo pase, así que no tiene sentido estar volviendo al Ministerio cada dos por tres, no.

—¿Sale rentable quedarse en un hotel? —pregunta el chico y Dawn se encoge de hombros.

—No lo sé, Ian me ha dicho que si me quedo más podemos mirar un apartamento.

Efecto Coriolis [Charlie Weasley]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora