Capítulo 2

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Durante la última semana, el cuerpo de Cornalina había permanecido en una cueva cerca de la cima de la Montaña de Jade. Según la tradición de los Alas Celestes, sus muertos eran ofrecidos al cielo durante siete días antes de ser quemados. Un viejo dragón llamado Pescador - el único en el Palacio Celeste que hablaba con Peligro voluntariamente - le había dicho a Peligro que esto era para asegurarse de que sus espíritus pudieran volar libres y regresar como Alas Celestes, en lugar de volver como cualquier otro tipo de dragón.

Sin embargo, ese tipo de conversación siempre hacía que la Reina Escarlata pusiera los ojos en blanco. Dejaba que su tribu siguiera los rituales que le interesaban, pero no le interesaba mucho lo que les ocurría a los dragones después de muertos.

Peligro había visitado el cuerpo dos veces, por la noche, cuando todos los demás dormían.

No recordaba haber conocido a la feroz dragonet roja en el Reino Celeste, pero tampoco conocía a la mayoría de los Alas Celestes por su nombre. A la Reina Escarlata no le gustaba que Peligro intentara hablar con otros dragones. Para ser sinceros, a los demás dragones tampoco.

Así que Peligro había visto la cueva del luto a la luz de la luna - el alto techo arqueado, los altísimos y esbeltos pilares de roca gris pálida, todas las ventanas y claraboyas que se abrían al aire. Y había visto a la dragona quemada envuelta en seda blanca, tan quieta y vacía como cualquiera de los cuerpos carbonizados que Peligro había dejado en las arenas de la arena de Escarlata.

Pero nunca había visto la cueva de día. No había visto la luz del sol que entraba a raudales, blanca y dorada y respaldada por el cielo azul, ni el viento que ondulaba la seda de forma que parecía que Cornalina respiraba.

Ahora sí que parecía un lugar en el que un espíritu podría liberarse... un lugar en el que un nuevo Ala Celeste podría resurgir.

A no ser que se asustara por los dragones furiosos reunidos alrededor del cuerpo. El lado positivo es que, al menos, todos los gritos significaban que nadie podía oír a Tortuga y a Peligro subiendo a hurtadillas por el pasillo hacia ellos.

Tortuga se agazapó detrás de una roca cerca de la entrada de la cueva. Peligro se asomó, lo suficiente como para ver al menos una docena de Alas Celestes abarrotando la cámara, y decidió quedarse más atrás, manteniendo unas cuantas curvas de la pared y varias columnas entre ella y la reina que la odiaba.

—Me huele a mentira toda esta historia —gruñó un Ala Celeste - no era Rubí, pero Peligro no reconoció la voz. —Primero nos decís que albergáis a una criminal violenta y sanguinaria, y luego nos muestras a una dragonet que ha muerto exactamente de la forma en que esa criatura mata—.

Oh - esa soy yo, Peligro se dio cuenta. Soy la criminal violenta y sanguinaria. ¡Injusto! No tengo sed de sangre. Si necesito freír a alguien hasta las cenizas, lo haré, ¡pero no ando por ahí matando dragones por diversión! ¡Ni siquiera he matado a nadie en meses! Sedienta de sangre dicen, INJUSTO.

—Fue un incendio —intervino la voz de Tsunami. —No me gusta Peligro más que a ti, pero te prometo que ella no le hizo esto a Cornalina—.

Muy solidario, gracias, Tsunami.

El desconocido Ala Celeste siseó con incredulidad. —¿Qué te parece más probable —gruñó —que el monstruo mascota de Escarlata haya asesinado a un dragón leal a la reina Rubí, o que alguna Ala Lodosa haya descubierto cómo activar una bomba de llama de dragón y haya matado accidentalmente a nuestro soldado en lugar de su supuesto objetivo Ala Helada?—.

—Quiero saber dónde está la Ala Lodosa—. La voz de la Reina Rubí era ilegible sin la expresión de su rostro. ¿Era una furia fría, o una pena, o un liderazgo tranquilo y decisivo? Peligro no tenía ni idea. Esta reina era tan diferente de la hija sumisa que había interpretado toda la vida de Peligro. Peligro no podía entenderla en absoluto.

Alas de Fuego #8: Escapando del peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora