Capítulo 9

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Peligro no se dio cuenta de que todavía le dolían las bolas de espinas hasta que volvió a estar en el aire, volando con unos músculos que protestaban con pequeñas chispas de agonía. Apretó los dientes, decidida a ignorarlo hasta que desapareciera.

Pasó el resto de la mañana volando por el desierto, persiguiendo a un zorro del desierto (que se escapó a un agujero y era demasiado mono para comérselo de todos modos), y luego atrapando un gran pájaro blanco en el aire y comiéndolo en su lugar. También prendió fuego a un cactus alto porque la miraba con superioridad y le apetecía. Una de las ventajas del desierto era que no tenía que preocuparse por los incendios forestales o por quemar accidentalmente un campo de cultivo Ala Celeste o por cualquier otra razón que la reina siempre había tenido para mantenerla en el palacio.

LA reina. Todavía la considero así. Las palabras de Qibli no dejaban de dar vueltas en su cabeza, lo cual era MUY molesto y hacía que el siguiente cactus también pareciera una tentadora brasa.

"¿No es Rubí tu reina ahora?" Bueno... sí, técnicamente, pero ¿cómo podrías jurar lealtad a una reina que ni siquiera te quiere en su reino?

¿Cómo podría alguien sentirse leal a una reina que claramente sólo te quería muerta?

Peligro se desvió para volver a volar hacia Posibilidad y vio un grupo de camellos a poca distancia, hacia el sur. Tal vez un camello la haría sentir mejor.

Pero al acercarse, vio que los camellos estaban atados a una palmera y rodeados de bulliciosos carroñeros... al menos diez, que montaban tiendas y sacaban agua de un pequeño estanque del oasis.

Todos se quedaron graciosamente quietos cuando ella disparó por encima. Estudió sus rostros respingones, que parecían ser en su mayoría ojos. Ojos aterrorizados.

Nunca había visto una presa tan tonta; ¿qué hacían en el desierto abierto, donde sería tan fácil atraparlos y comerlos?

Nunca se había comido a un carroñero. La Reina Escarlata siempre los guardaba para luchar en la arena o para ser servidos en banquetes especiales, a los que Peligro nunca era invitada, porque bla, bla, prender fuego a los invitados sería poco hospitalario, bla, bla.

Volvió a dar vueltas, tratando de decidir cuánta hambre tenía. Mientras lo hacía, vio a un carroñero sentado aparte de los demás, un poco más arriba de la duna más cercana. Este no miraba a Peligro. Tenía los hombros caídos y la cabeza enterrada entre sus bracitos marrones, de modo que lo único que Peligro podía ver era un matorral de pelaje oscuro en la parte superior de la cabeza, una tela de color arena envuelta en ella y dos patitas marrones que sobresalían.

Parecía... triste.

Eso es divertidísimo, pensó Peligro. ¿Los camellos se ponen tristes? ¿Las cabras montesas están deprimidas? ¿Alguna vez un halcón tiene un día en el que siente que ninguno de los otros halcones quiere ser su amigo?

Tal vez debería quemar a los otros carroñeros y ver si eso hace que este se sienta mejor.

Lo pensó por un momento, pero había algo en la curva de la espalda del carroñero que le resultaba demasiado familiar, y al final Peligro se dio la vuelta y se fue volando, dejando a los carroñeros y a los camellos que se ocuparan de sus propios problemas.

El arco de piedra arenisca era fácil de encontrar, en lo alto de un monte al oeste de Posibilidad, saliendo del suelo y volviendo a él en forma de cola de Ala Lluviosa. Peligro voló a través del hueco del arco, sintiendo que las puntas de sus alas rozaban la piedra a ambos lados, y luego giró en espiral para aterrizar sobre él.

El desierto se extendía ante ella, vasto e interminable bajo el cálido sol de la tarde.

Cuando se dio la vuelta, pudo ver toda la ciudad de Posibilidad... las estructuras más altas agrupadas en torno al delta del río y el rastro de otras más pequeñas que se alejaban a lo largo del río. Desde aquí, los dragones que serpenteaban por las calles no parecían más grandes que los carroñeros, y a veces incluso era difícil saber de qué color eran sus escamas.

Alas de Fuego #8: Escapando del peligroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora