"La Santa Compaña"

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La Santa Compaña es una de las historias de terror para no dormir más popular en Galicia.

Incluso, hay quienes aseguran haber visto la fúnebre procesión pasar en otras regiones al norte de España. Santiago, quien había escuchado alguna vez de esta leyenda, fue de visita la pequeña aldea gallega donde vivía su abuelo. Ya de avanzada edad, estaba postrado, esperando el abrazo de su querido nieto.

Hubo una algarabía entre los vecinos del lugar cuando se enteraron de la visita de Santiago. Al llegar a la casa de su abuelo, ambos se dieron el anhelado abrazo. Adentrada la noche y sin poder aún conciliar el sueño, Santiago salió a tomar aire fresco por las angostas calles de la aldea. Se escuchaba un cántico en la lejanía, similar a los entonados en la misa. No se parecía a la algarabía que más temprano hubo por su llegada. Además, se percibía un penetrante aroma a cera quemada.

Curioso, encaminó su paso hacia aquellas voces graves y enigmáticas que se oían en medio de la espesura de la noche. El clima cambió: un frío indescriptible se colaba a través de su piel hasta helarle los huesos. Con el corazón acelerado, Santiago pensó que sería mejor volver, pero la curiosidad no le dejaba, así que prefirió agazaparse entre algunos arbustos y esperar a ver qué sucedía. Para su sorpresa, un coro de apariencia espectral se acercaba en su dirección.

Aquella procesión fantasmagórica estaba encabezada por un hombre demacrado, quien alzaba con una mano una cruz, mientras que en la otra llevaba un cubo de agua. Apenas podía entenderse la cadencia del rezo del rosario recitada por los cadavéricos penitentes, formados en dos filas tras la cruz. Estaban vestidos con sotanas negras y blancas, mientras que sus cráneos se hundían en las capuchas cónicas de su misterioso ropaje. Además, llevaban velas encendidas en sus huesudas manos alumbrando tenuemente el recorrido.

Motivado por una fuerza mística, Santiago siguió sigiloso la espectral caravana. El terror se apoderó de él cuando la marcha continuó su curso hasta el pueblo, deteniéndose luego en la puerta de la casa de su abuelo. El anciano, inexplicablemente, caminó hasta la procesión, donde uno de los espectros le concedió una vela. Su abuelo se unió a la fila y, de inmediato, desaparecieron en medio de la niebla de la noche. El portador del crucifijo cayó al suelo por un momento hasta que logró incorporarse para continuar sin rumbo fijo. Parecía un muerto viviente agotado por el menester de las procesiones nocturnas.

Agitado, Santiago irrumpió en la casa de su abuelo, encontrándole sin vida en su cama. En ese momento comprendió que aquello que había visto era la Santa Compaña reclamando la presencia de su abuelo a sus filas. A partir de entonces formaría parte de la fantasmagórica procesión que camina eternamente en busca de nuevas almas.









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