Capítulo 2: Las pruebas

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Estados Unificados, 25 de junio del año 1952

Un día de verano, antes de que Johan naciera, Tanya me llevó en coche a la ciudad. Era la primera vez que iba a la ciudad, ya que a Tanya no le acababa de gustar las acumulaciones. Lo cierto es que mi madre desentonaba bastante entre la gente, ya que, aunque se podía considerar una mujer muy bella, una horrible cicatriz le cruzaba la cara. Según ella, la cicatriz se la hizo peleando con un oso, pero yo sabía perfectamente que esa cicatriz correspondía a una herida con bayoneta. Aparte de la cicatriz en su cara, tenía varios disparos alrededor del cuerpo.

-Mamá, ¿Adónde vamos?

-Vamos al médico

-Pero el Dr. Brown vive en el pueblo

-Pero el Dr. Brown no te puede hacer las pruebas

-¿Que pruebas?

-Ya lo verás, ahora mira el paisaje, que es muy bonito.

-Valep

Tras varias horas de viaje llegamos a una gran ciudad, -Orildo creo que se llamaba si mal no recuerdo- y nos bajamos del coche. Tanya me cogió de la mano y avanzamos hasta la consulta. Dentro me vistieron con una especie de bata blanca y me llevaron junto a otros niños a una sala aparte. Allí nos esperaban varios doctores, que nos pusieron una especie de colador de pasta con muchas luces y cables en la cabeza de uno en uno. De tanto en tanto, las cosas de alrededor empezaban a levitar, y los médicos anotaban algo en las carpetas. Finalmente llegó mi turno

-Erika Mitchell -me llamó el médico- te toca

Tomé asiento y me pusieron el colador en la cabeza. De repente, todo comenzó a levitar, incluido algún niño. Mamá me miraba desde el otro lado de un cristal, en una sala lateral y al ver lo sucedido sonrió de forma muy tenebrosa. Cuando hicieron las pruebas a todos los niños, los doctores me llevaron a mi y a mi madre a una sala aparte, solas. Nos esperaba un hombre que no era médico, leyendo unos informes el cual nos pidió sentarnos sin levantar la cabeza. Cuando la levantó, sus ojos se fueron hacia el rostro de mi madre, marcado por aquella cicatriz, y le preguntó:

-Esto... Sra.... -miró el informe- Sra. Mitchell ¿Está usted bien?

-Si perfectamente, he venido por mi hija

-No me refería a eso, quiero decir... -hizo un gesto con la mano como señalando su propia cara

-¡Ah la cicatriz! Me la hice peleando con un oso

-No parece una herida de zarp... -Tanya hizo un gesto con la cabeza señalándome a mí- oh bueno, supongo que no soy doctor, ja ja!

-Si, supongo, ja ja -Respondió mi madre, con tono de incomodidad-

-Bueno, entrando en el tema que nos incumbe: Erika, ¿sabes que es la magia?

-No -Hice una mueca de interrogación- supongo que lo que hacen los hechiceros en los cuentos de fantasía ¿no?

El hombre soltó una carcajada

-No solo es fantasía, existe en la vida real. Hay personas, muy selectas, que nacen con maná, una energía que reside en nuestro cuerpo y nuestro mundo, y esa magia sirve para luchar. Sin embargo, es muy difícil de controlar, por lo que usamos esto: -El hombre se agachó y de un cajón, sacó algo envuelto en un trapo, lo desenvolvió y me enseñó una especie de reloj de bolsillo- una gema computacional, o gema de los deseos, si lo prefieres. Este artefacto sirve para controlar la magia y está basado en un reloj de bolsillo. -Mi madre al ver esto hizo un gesto de dolor que le pasó desapercibido al hombre- Sin embargo, esto solo lo pueden usar las personas que pueden controlar la magia, pero tú, pequeña Erika, puedes hacerlo. Cuando una persona consigue controlar su magia, se le llama mago. Estos magos sirven en el ejército como magos aéreos. Mi trabajo es encontrar a niños y niñas como tú, capaces de controlar la magia, para convertirlos en magos.

Cuando acabó de explicar, habló con mi madre en privado. Al volver, Tanya me dijo que nos íbamos y me dio la mano. Sin embargo, al girar la vista hacia el hombre, este lanzó una mirada asesina a Tanya y alargó su mano para coger el teléfono. Al ver esto, noté algo extraño, una sensación incómoda, y mientras caminaba me quité un zapato y lo dejé ahí. Cuando llegamos a la salida, justo antes de la puerta dije:

-¡Uy! Se me ha caído un zapato ¡Ahora vuelvo!- y salí corriendo

Mamá intentó pararme, pero yo me escurrí y le di esquinazo.

Llegué a la habitación del hombre y puse la oreja en la puerta, lo escuché hablar por teléfono.

-Si, señor. Estoy seguro... No, no lo he confirmado pero... ¡Escúcheme por favor! Estoy casi seguro, esa cicatriz es idéntica a la que la sargento Mary Sue le hizo al Demonio del Rin... No, señor, dice que se la hizo un oso, pero... ¡Parece de bayoneta mágica, se lo juro!... Agh, está bien señor, no me meteré en... ¿Señor?¿Señor?... Odio esto.

Colgó el teléfono y suspiró

De la nada, algo me golpeó en mi cabeza, haciendo que se me saltaran unas lágrimas.

-¡Ay!¿Que ha...?- Alcé mi mirada, que se encontró con la cara de mi madre, que tenía una mirada de furia que no había visto antes. Se agachó, me agarró por los hombros y me cantó las cuarenta.

-Tu... Pequeña renacuaja ¡No vuelvas a irte sin avisar! ¡¿Y si te pierdes, eh?! ¿¡Qué le digo yo a tu madre!?- A Tanya se le fue la mirada de furia y se le saltaron un par de lágrimas. Tras esto, la puerta se abrió, y el hombre nos observó desde arriba. Mi madre se limpió los ojos y se puso de pie.

-Perdón, Sr. Jameson- así se llamaba, al parecer-, mi hija salió corriendo y la he encontrado aquí...

-¡Mi zapato!- Salí corriendo de los brazos de mi madre hasta donde había dejado mi zapato antes. Lo cogí y volví con Tanya. Tras pedir disculpas al Sr. Jameson, nos marchamos. Durante toda la conversación vi el terror en el rostro del Sr. Jameson, que en presencia de mi madre estaba rígido.

Una vez en el coche, le pedí perdón.

-Lo siento, mamá, no volverá a pasar.

Tanya suspiró

-No pasa nada, cielo- me acarició una mejilla.

Tanya arrancó el coche y nos marchamos en dirección a nuestra granja. Durante el trayecto la duda sobre ese tal Demonio del Rin me corroía. Quería preguntarle, pero tenía miedo de cómo podría reaccionar. Finalmente me lancé a la piscina:

-Mamá, antes de que tú llegaras estuve escuchando al señor hablando

-¿Cuántas veces te hemos dicho que escuchar conversaciones ajenas es de mala educación?

-Ya, ya lo sé, pero...

-¿Pero...?

-Creo que hablaba de ti.

-¿De mi?- se extrañó Tanya -¿De mi porqué?

-Por tu cicatriz. Hablaban de una tal Maggie Sure- Tanya se estremeció y apretó el cambio de marchas al oír ese nombre -y de un tal Demonio del Rin.- Tanya dio un volantazo y frenó en seco, dejando el coche aparcado en el arcén. Su cara era una mezcla de Fúria, seriedad y miedo.

-No le cuentes nada de esto a Lily, ¿vale?

-¿Por qué?

-¡Solo prométemelo!

-Va-vale, te lo prometo, no le diré nada a mamá.

Tanya arrancó el coche y volvimos a casa. El resto del viaje transcurrió sin problemas. Al llegar a casa, Tanya le contó lo sucedido en las pruebas a Lily, omitiendo mi incursión como espía y la conversación que tuvimos en el coche a la vuelta.

La hija de ArgentDonde viven las historias. Descúbrelo ahora