Capítulo 1: Una nueva vida

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Trinchera soviética, en algún punto del frente oriental, Noviembre de 1944

Estaba asomado con unos prismáticos, vigilando por si algún soldado alemán aparecía en la línea de bosque. Pese a todo, lo único que se veía era nieve, algún tanque destruido, cráteres de bombas y cadáveres, demasiados cadáveres.

De golpe, tras unos minutos de vigilancia, un reflejo llamó mi atención en el bosque. La sangre se me heló. Tras unos segundos de incredulidad, intenté alertar a mis compañeros, pero un fogonazo me dejó inmóbil. De repente, el tiempo se paró. Uno de mis compañeros giró la cabeza y comenzó a hablar.

-Veo que solo tienes 23 años. ¿No vas a rezarle a dios ahora que tienes la muerte en tu puerta?

-Nunca he sido muy creyente -contesté- y menos desde la anexión de Austria y el inicio de la guerra. No creo que Dios exista.

-Si no existe, ¿Quién soy yo?

-Dios no. Tal vez el Diablo, tal vez un ente lo suficientemente egocéntrico para jugar con nuestras vidas.

-¿Cómo puedo hacer que creas en mí?

-No puedes. Ya no. Me dejas morir teniendo el poder para salvarme. Me abandonas a mi suerte. Si Dios es bueno, y tú eres malvado, tú eres el diablo.

-Conozco a alguien que piensa como tú. Lástima que haya 70 años de diferencia entre vuestras muertes. Quizá te mande con él.

-¿De que hab...? -El tiempo se descongeló en ese momento, y noté como un proyectil impactó en mi cuello. Lo último que recuerdo fue escuchar a mis compañeros gritando "¡Francotirador!¡Francotirador!" justo antes de que el dolor se desvaneciera, justo antes de que todo se desvaneciera.

Todo se tornó negro, pero a la vez, cálido.



Estados Unificados, 8 de noviembre del año 1948

No sé exactamente cuánto tiempo estuve dentro, solo sé que rememoré mi vida y mi muerte una, y otra, y otra vez. Cada vez que recordaba, mi odio hacia el nazismo iba en aumento, cada día más, cada segundo más. Me quitaron mi país, quitaron mi futuro y me quitaron a mis amigos judíos.

Un día, una luz se vio encima de mi cabeza. Una luz fría, pero una luz. Avancé hacia ella. Cuando fuí a salir, unas manos enormes me agarraron y me ayudaron a salir. Un golpe de frío me hizo tiritar y comenzar a gritar y a llorar. No sé porqué, sólo lo hice como acto reflejo. Las manos que me sacaron eran las de una especie de doctor, iba con bata verde, gorro y mascarilla. Me dieron la vuelta y vi a dos mujeres agarradas de la mano: una en el potro, morena, con los ojos azules y un contorno de la cara puntiagudo, sudando y llorando, roja como un tomate, pero feliz, la otra, en cambio, rubia, con rostro angelical, un pelo rubio y rizado y con los ojos azules más bonitos que he visto en mis dos vidas; al lado, de pie, agarrándole la mano y una sonrisa una mezcla entre alivio y felicidad. Esas dos mujeres eran el matrimonio Mitchell, la primera pareja lesbiana legalmente casada de todos los Estados Unificados.

La mujer del potro era Lily Samantha Mitchell y su mujer era la mayor Tanya "Argent" Von Degurechaff, aunque tras la guerra y la boda se había cambiado el nombre a Tanya Kasserine Mitchell, ya lo explicaré más adelante.

-Enhorabuena Sra. Mitchell, es una niña.

"¡¿Cómo que una niña?!" pensé para mi. Miré hacia abajo y comprobé, atónito, que el doctor tenía razón.

Mis madres me llamaron Erika. Erika Victoriya Mitchell. Eran propietarias de una granja en el sur de la costa este del país, donde crecí sana y cuidada por mi familia. Tres años después de mi nacimiento nació mi hermano Johan Manfred Mitchell. Siempre me pregunté cómo Lily se había quedado embarazada, teniendo en cuenta que Johan y yo éramos más parecidos a Tanya que a Lily.

La hija de ArgentDonde viven las historias. Descúbrelo ahora