III

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Caminaba calle abajo hacia casa.

Estaba cálido, así que me quité la camisa del uniforme del trabajo. Me dejé la camiseta blanca que tenía por debajo y la brisa refrescó mi piel.

Las llaves del taller pesaban en mis bolsillos. Las extraje y las observé, jamás había tenido tantas llaves. Me sentía responsable por algo.
Las devolví a mi bolsillo. No quería tener oportunidad de extraviarlas.

-¡Ey! ¡Ey, lade ahi! ¡Tú! ¡Ey, chica!

Levanté la vista.

Había una niña parado en el camino de tierra, mirándome. Su nariz se sacudía y sus ojos estaban muy abiertos. Eran verdes y brillantes, tenía el pelo largo y negro, la piel pálida, casi tanto como la mía. Era joven y pequeña, y me pregunté si estaba soñando otra vez.

-Hola.

-¿Quién eres? -me preguntó.

-Soy ___.

-¿___? ¡___! ¿Hueles eso?

-Huelo los árboles -respondí tras olisquear el aire. No podía oler nada más que los bosques.

-No, no, no. Es algo más grande -dijo negando con la cabeza. Caminó hacia mí, sus ojos se fueron agrandando y comenzó a correr.

No era muy corpulenta, no podía tener más de nueve o diez años. Colisionó contra mis piernas, y apenas pude dar un paso hacia atrás cuando comenzó a treparse en mí, enroscando sus piernas en mis pantorrillas e impulsándose hacia arriba, hasta que sus brazos rodearon mi cuello y estuvimos cara a cara.

-¡Eres tú!

-¿Qué soy yo? -no entendía lo que estaba sucediendo.

La pequeña estaba en mis brazos, no quería que se cayera.

-¿Por qué hueles así? -quiso saber mientras sostenía mi rostro entre sus manos y apretaba mis mejillas hacia el centro-. ¿De dónde vienes? ¿Vives en el bosque? ¿Qué eres? Acabamos de llegar aquí. Por fin. ¿Dónde está tu casa? -apoyó su frente sobre la mía e inhaló profundamente. -No entiendo -exclamó. -¿Qué es? -y comenzó a arrastrarse hacia arriba y sobre mis hombros, con sus pies presionando mi pecho hasta que trepó mi espalda, con sus brazos en mi cuello y su barbilla enterrada en mi hombro. -Tenemos que ver a mamá y papá -dijo. -Ellos sabrán lo que es esto. Ellos lo saben todo.

Era un torbellino de dedos, pies y palabras, y yo había quedado en medio de la tormenta.
Sus manos estaban entre mi cabello, tirando de mi cabeza hacia atrás mientras me decía que vivía en la casa al final del camino, que acababan de llegar hoy. Que se había mudado de muy lejos. Estaba triste por dejar a sus amigos. Tenía diez y esperaba ser grande como yo cuando creciera.

¿Me gustaban los cómics? ¿Me gustaba el puré de patatas? ¿Qué era Lo de Dinah? ¿Había trabajado con algún Ferrari? ¿Alguna vez había hecho volar un auto? Quería ser una astronauta o una arqueóloga, pero no podía ser ninguna de las dos porque debería ser un líder, algún día. Dejó de hablar por un momento luego de decirlo.

Sus rodillas estaban enterradas a mis costados. Sus manos se envolvían en mi cuello, el peso de su cuerpo era casi demasiado para mí.

Fuimos hacia mi casa. Hizo que me detuviera para poder observarla, no se bajó de mi espalda. Y en lugar de eso, la suspendí en lo alto para que pudiera ver.

-¿Tienes tu habitación propia? -preguntó.

-Sí, ahora somos mi madre y yo.

-Lo siento -dijo tras un silencio.

-¿Por qué? -nos acabábamos de conocer, no tenía que lamentarse por nada.

-Por lo que sea que te haya hecho sentir triste -contestó. Como si supiera lo que estaba pensando, como si supiera lo que sentía. Como si él estuviera aquí y fuera real.

Running With The Wolves (Lauren Jauregui y tú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora