Las Noches

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Ni siquiera sé con exactitud cuántos días han pasado. Algunas mañanas, creemos haber olvidado marcar una raya sobre el tronco, y entonces marcamos dos, o incluso tres, y el resultado es que ya no sabemos a ciencia cierta cuánto tiempo llevamos aquí. Poco ha cambiado. Los días se han hecho monótonos, y finalmente no hemos llegado a realizar ninguna de las actividades propuestas. Ni hemos construido la balsa ni hemos organizado el torneo de petanca. Nos limitamos a dejar pasar las horas tiradas en la arena, a comer fruta y pescado y a mirar al mar con la esperanza cada vez más remota de ver la silueta de un barco. Corrijo: algo sí ha cambiado... y es quizá lo que menos esperaba que sucediera. De un tiempo a esta parte, el estado de ánimo de Nat se ha vuelto más taciturno, y me doy perfecta cuenta de que lo está pasando mal. Es como si su optimismo se estuviera agotando, y cuando la miro tengo a veces la angustiosa sensación de estar viendo una vela a punto de apagarse. Por increíble que pueda parecer, resulta evidente que nuestros respectivos roles están cambiando, ignoro si de un modo permanente. Si al principio era ella la que tiraba de mí, ahora parece que es al revés. Hay días en los que tengo que convencerla para darnos un baño en el mar y, algunas tardes, espiándola a hurtadillas, descubro en mi compañera una mirada que me preocupa. Hoy, como es habitual, nos hemos sentado alrededor de la hoguera después de cenar. Cada vez charlamos menos, supongo que es natural. Llevamos mucho tiempo juntas y sin ver a nadie más, es probable que ya nos los hayamos contado todo. Habitualmente, el silencio no me incomoda, pero esta noche hay algo en el gesto de Nat que me induce a romperlo. Mi amiga siempre está ahí para mí en mis momentos duros, y me duele no poder hacer yo lo mismo por ella. —Mañana vamos a hacer algo distinto. —Buena idea. ¿Vamos al cine y a bailar? Noto una nota triste en su ironía que no me gusta nada, pero finjo no haberme dado cuenta y sigo su broma. —Me parece perfecto. Podríamos llamar a Joan y Miki. —O pasar de ellos e ir solas, ¿no te parece?Ahora me ha dejado un poco descolocada. A través de las llamas de la hoguera, el juego de luces dibuja en su rostro un gesto que no sé cómo interpretar. ¿Está triste, aburrida... deprimida? Sé que si nos dejamos llevar por la desesperación nuestras posibilidades de supervivencia se reducirán considerablemente pero, ¿cómo podría ayudarla? —¿Estás bien? Nat se levanta y da un par de vueltas alrededor del fuego. Su cuerpo desnudo, con la única iluminación que la proporcionada por las llamas, parece sacado de una historia romántica. —Claro que estoy bien. —Últimamente, te siento... distinta. ¿Estás enfadada contigo? —¿Enfadada? ¿Por qué iba a estarlo? Eres cariñosa y encantadora. Ya te he dicho muchas veces que ha sido un placer naufragar contigo. A veces me parece la misma Nat de siempre, chistosa, alegre, desenfadada, pero... noto que hay algo que falla, algo que va más allá del hecho evidente de tener que estar aquí solas las dos. —Si puedo ayudarte en algo, yo... —Perdona Alba, pero estoy agotada. Voy a echarme a dormir. Me ha dejado de piedra. Ya no me cabe duda, a Nat le pasa algo. No es de extrañar que, igual que yo, también pase por momentos de desmoronamiento, pero hasta ahora ella los disimulaba mucho o no eran tan intensos como el que ahora está sufriendo. Un poco asustada, la sigo hasta la cabaña y me tumbo a su lado. Desde la primera noche en que me abrazó, se ha hecho costumbre entre nosotras que ella pase su brazo sobre mi cuerpo hasta que nos quedamos dormidas. Por eso, dándole la espalda adopto la posición habitual y aguardo el dulce peso de su brazo, pero esta noche flota algo distinto en el aire.Girándome hacia ella, la adivino situada de espaldas a mí, mirando hacia el lugar donde rompen las olas. Esta noche no hay Luna, y la oscuridad es tan profunda que, pese a tenerla a escasos centímetros, a duras penas consigo distinguir su hombro. —¿Hoy no me abrazas? —Estoy muy cansada. —¿Estás bien? No estarás enferma. —No, tranquila, duérmete. —¿Te preocupa algo? ¿Quieres que hablemos? —Es solo un pequeño bajón. Mañana seré la de siempre, te lo prometo. Nunca el silencio me había parecido tan oprimente entre las dos. Acercándome hacia ella en la oscuridad, esta vez soy yo la que rodea su talle y la abraza suavemente. Nat permanece quieta, pero al menos no me rechaza. Casi puedo sentir su tristeza a través de su piel. Mi amiga, mi mejor amiga, mi única amiga, sufre, y yo me siento impotente para ayudarla. Nadie mejor que yo sabe lo que es estar aquí, y cómo hay momentos en los que es imposible escapar de los pensamientos más sombríos y pesimistas. De un modo espontáneo, deposito un bezo fugaz sobre su hombro y busco su mano con la mía por encima de su breve cintura. Sus deditos, tiernos y suaves, se enredan en los míos, y las dos nos quedamos mucho tiempo así, mis pechos contra su espalda, mis muslos sintiendo la calidez sedosa de su piel desnuda. —Escucha Nat, te prometo... —¿Podemos estar en silencio? —Claro, como quieras.Quedamos las dos calladas por un tiempo indefinido. Es obvio que ninguna tiene sueño, nos hemos metido en la cabaña mucho antes de lo habitual después de un día entero tumbadas en la arena de la playa sin movernos prácticamente nada. Sin embargo, ahora no me siento tan abatida como hace unos minutos. Al fin y al cabo, seguimos juntas, y sus dedos entre los míos me demuestran que Nat no está enojada conmigo. Es agradable estar así. El rumor de las olas, el canto de las aves nocturnas, el crujido de las ramas mecidas por el viento y, sobre nosotras, un espectacular manto de estrellas. La hoguera se ha apagado y, como no hay Luna, la oscuridad es total. Quizá debería levantarme para reavivar las brasas, pero esta noche estoy moralmente abatida y no me parece muy probable que algún barco vaya a pasar cerca, de modo que sigo junto a Nat, notando el subir y bajar de sus costillas cuando respira y sintiendo su calor. Espero que ella se sienta reconfortada por mi abrazo. Seguro que mañana vuelve a ser la chica impulsiva y de alegría contagiosa de siempre, la verdad es que se está muy bien aquí. Tanto, que incluso noto cómo los párpados empiezan a pesarme. He dado una pequeña cabezada, esta postura es muy cómoda. Tener tan cerquita a Nat, sentir su breve cintura bajo mi brazo y su mano sobre la mía es como regresar a la infancia, como estar en un sitio seguro donde nada malo puede pasar. Otra cabezada, creo que voy a caer dormida en un segundo y... Mis ojos se abren de golpe, mi corazón salta asustado y un relámpago de electricidad me recorre por dentro con violencia. ¡No puedo creerlo! ¿De verdad ha pasado? Ajena sin duda a mi estado de sopor, Nat ha cogido mi mano con la suya, la ha hecho descender despacio sobre su vientre... ¡y la ha dejado colocada sobre su vello púbico! Durante un instante, no sé muy bien cómo reaccionar. Mi primer impulso es retirarme de allí, pero como quiera que su propia mano sigue presionando suavemente sobre la mía, casi como si me suplicase que no huya, me quedo paralizada y sin hacer movimiento alguno. Me doy cuenta de que la situación es muy absurda. Ninguna de las dos dice nada, y nos limitamos a seguir tumbadas de medio lado, yo a su espalda y rodeándola con un brazo. La única diferencia es que, ahora, nuestras manos entrelazadas descansan sobre su triángulo dorado en lugar de sobre su estómago, pero se diría que ese detalle carece de importancia, pues seguimos sin hacer otra cosa que darnos calor físico y moral.Los minutos pasan lentos. ¿Qué debo hacer? Quizá lo ha hecho sin darse cuenta y está dormida, ¿y si estoy pensando cosas que no son? En ese caso, si se despierta y me descubre con la mano ahí... ¿qué pensaría ella de mí? Es esa idea la que me provoca un respingo, y entonces Nat suelta un leve suspiro que me hace saber que no está ni mucho menos dormida. Entonces, mi amiga gira despacio sobre sí misma hasta quedar tumbada boca arriba, siempre con su mano obligando a la mía a permanecer sobre su pubis. Agradezco al cielo que esta noche no haya Luna, porque creo que no sería capaz de soportar esta tensión si pudiese ver la silueta de su cuerpo recortada contra el mar en calma. Si al menos me dijese algo, pero es como si ella tampoco se atreviese a hablar. Paralizada, sigo tumbada de costado a su lado, la mano izquierda reposando sobre el inicio de su vello púbico y sin atreverme a... Apenas doy crédito. Con sigilo, con un movimiento tan imperceptible que ni siquiera estoy segura de que esté ocurriendo, Nat ha tomado de nuevo la iniciativa y, siempre con su mano guiando la mía, la ha conducido despacio, muy despacio, hacia abajo. Me doy cuenta de que sus piernas se han abierto levemente, y creo que sus riñones se han arqueado. Sin aliento, descubro que, ahora, tengo la palma de la mano colocada directamente su sexo. Ya ni siquiera oigo los ruidos de la noche. Tan solo me llega la respiración nerviosa de Nat, que no dice ni una palabra. No entiendo qué está pasando. No soy capaz de asimilar que esto pueda ocurrir así, de pronto y sin aviso. ¿Pretende que yo...? Tras unos minutos en los que la imagino tan insegura y expectante como yo misma lo estoy, la mano de Nat se retira y deja libre la mía. ¿Debo ser yo quien decida? La oscuridad y el silencio nos envuelven, estamos en medio de la nada, tan lejos de la civilización que resulta difícil creer que algún día podamos volver a nuestra vida anterior. De nuevo recuerdo sus palabras:¿Qué reglas puede haber aquí? ¿Qué importancia puede tener lo que ocurra esta noche? Si mi amiga lo desea, ¿no estoy en cierto modo en deuda con ella? Casi sin ser consciente de ello, empiezo a mover despacio mi mano sobre su entrepierna. Ni siquiera tengo la sensación de estar haciendo algo de carácter sexual. Más bien siento que es una caricia, es dar apoyo a alguien a quien quiero y lo necesita. Es hacerle saber a Nat que puede contar conmigo, para lo malo y para lo bueno. A mi lado, el cuerpo tendido se estremece y deja exhalar un suspiro. No sé muy bien cómo debo proceder, acariciar a una mujer es algo que jamás me había planteado hacer, y ahora no sé si ir deprisa o despacio, entre otras cosas porque, de un modo absurdo, una parte de mí sigue pensando que quizá Nat solo quiera amistad, solo desee... —ummm... Su gemido cuando uno de mis dedos ha rozado sus labios ha sido elocuente. ¿Cómo puedo ser tan boba? Mi compañera de naufragio no necesita un hombro sobre el que llorar ni una caricia amistosa. Nat está esperando otra cosa de mí. ¿Cuánto tiempo lleva deseando esto? ¿Cómo es posible que sea ella la que me necesita a mí más incluso de lo que yo la necesito a ella? He sentido perfectamente su humedad, y apenas la he tocado. Por otra parte, sería ridículo y hasta cruel retroceder ahora. No lo he visto venir, pero lo que en Madrid hubiera sido descabellado imagino que en esta remota isla cobra cierto sentido. No es el momento de dudar. Ella me ha protegido, me ha alimentado y me ha apoyado siempre que me ha visto flaquear, ahora es mi turno de devolverle parte de sus desvelos. Siempre las dos en un silencio sepulcral, aventuro un dedo entre los pliegues de mi amiga. Su respuesta es inmediata. Siento cómo se ha tensado su cuerpo junto a mí; me ha recibido con una humedad caliente y tibia que parece que llevase siglos aguardándome. Es curioso, pero adentrarme dentro de otra mujer me parece completamente distinto a hacerlo con mi propio cuerpo. Es como si Nat fuese más suave, más cálida y acogedora para la falange de mi dedo corazón que yo misma.Con torpeza y precipitación, pero también con un deseo inmenso de no defraudarla, me muevo en círculos, penetrando apenas un par de centímetros en su vagina. Acaricio, palpo, salgo en busca del clítoris, vuelvo a entrar... Nat gime, su respiración cada vez más acelerada y su cuerpo despidiendo un calor inmenso a través de la oscuridad. ¿Se puede considerar esto una relación lésbica? Creo sinceramente que no. Solo somos dos amigas asustadas tratando de superar una prueba a la que jamás habrían creído tener que enfrentarse. La intuición me dice que es hora de dar un paso más, y entonces aventuro el índice y el corazón en el sexo de mi compañera. Ahora no me limito a explorar la entrada de su cueva, ahora avanzo centímetro a centímetro, y ella me recibe con ansia de ser llenada y sin oponer dificultad alguna. Es terreno rendido, y mi empuje provoca espasmos en su cuerpo que percibo con toda claridad a pesar del manto de oscuridad que nos envuelve. Me instalo en su interior y me clavo tanto como me es posible y, una vez allí, cimbreo los dedos y trato de ocuparla toda, culebreando, empujando, moviéndome con ritmo creciente y consiguiendo que de la boca de Nat broten gemidos de placer que ya he oído antes. La diferencia es que, al principio de las vacaciones, estos gritos los provocaba Miki. Ahora, los provoco yo, y darme cuenta de eso me hacer sentir como en un sueño, como si esto que está pasando no fuera del todo real. Pero lo que sí es real es el orgasmo de mi compañera. Nat grita, su mano izquierda se clava en mi antebrazo y sus muslos se cierran sobre mí mientras yo, sin poder creer lo que estoy haciendo, aumento la cadencia de mis embates buscando prolongar tanto como me es posible su éxtasis. Siento las paredes de su sexo palpitando, su humedad desciende por mi mano hasta alcanzar casi mi muñeca y su aliento fresco me llega con nitidez a través de la noche. Cuando noto sus caderas proyectarse hacia adelante en una dulce agonía, gano todavía unos milímetros y conquisto su interior por completo.¿Cuánto ha durado todo? No sé si ha sido un instante o una eternidad. *** ¿Qué va a pasar ahora? Me cuesta contener el impulso de levantarme, ir directa a la playa y hacer desaparecer de mi piel hasta el último resto de la humedad de mi compañera, pero temo que se sienta ofendida o avergonzada. ¿Es por esto por lo que Nat siempre me ha parecido diferente al resto de amigas que he tenido? Quizá intuía que ella es... ¿Qué, qué es exactamente? Hasta donde yo sé, estaba muy enamorada de Miki, y solo a esta maldita situación en la que nos hemos visto envueltas se debe que... Nat ha puesto una mano sobre mi muslo, y no he podido evitar replegarme con un movimiento brusco. —No —balbuceo a través de la oscuridad—. No es necesario. Sin decir nada, Nat insiste, pero entonces la detengo con gesto autoritario y, ahora sí, me levanto y salgo de cabaña. Aliviada, me doy cuenta de que no me sigue. Mis piernas parecen de trapo mientras camino hacia la línea del agua. ¡He masturbado a una mujer! Jamás pensé que pudiera hacer algo así, y en vano trato de decidir cómo me siento por ello. Estar dentro de Nat, arrancarle un orgasmo... me cuesta asimilar lo ocurrido. No diría que me ha disgustado hacerlo, pero tampoco estoy muy segura de ser capaz de repetirlo. ¡Dios! Estamos solas aquí, y a saber cuánto va a durar esto. ¿Y si ella da por sentado que...? Me relaja meterme en el agua hasta la cintura y frotar mis manos la una contra la otra, casi con violencia. Esto es una locura, nada tiene sentido. Nat y yo teníamos la vida sentimental resuelta, ella con Miki, yo con Joan. Estar solas nos está impidiendo ver las cosas con claridad, y es evidente que ella, que parecía la más fuerte, ha terminado por resultar ser la más frágil. Me doy cuenta de que mi amiga necesitaba esto y no me arrepiento de haberlo hecho pero... pero deberá asumir que lo de esta noche ha sido una excepción. Sin embargo, ahora no me siento con fuerzas para hablar con ella. Paso mucho tiempo pensando en la oscuridad y, cuando por fin regreso a la cabaña, compruebo con alivio que Nat ha caído dormida.Cuando despierto al día siguiente, estoy sola en la cabaña. Nerviosa, me levanto y miro alrededor sin ver a mi amiga, supongo que ha salido temprano a buscar fruta para el desayuno. ¿Cómo puedo estar tan alterada? Estoy segura de que me voy a poner colorada en cuanto nos miremos a la cara, me aterra pensar en cómo puede afectar esto a nuestra relación a partir de ahora. No entiendo cómo me dejé llevar, la amistad tiene ciertos límites, una cosa es que esté dispuesta a ayudar a Nat tanto como me sea posible y otra acceder a hacer algo que de ningún modo puede convertirse en rutina entre nosotras. ¿Debería ponerme el bañador? Ahí está, colgado desde hace semanas junto a su bikini, ¿no deberíamos fijar algún tipo de regla después de lo ocurrido? Ofuscada, trato de decidir la mejor manera de explicarle a Nat cómo me siento, y solo el temor de hacerle daño me impide vestirme con la única prenda que tengo a mi alcance en esta horrible isla. —Buenos días dormilona, ¿has descansado bien? Nat aparece como por arte de magia, magnífica en su desnudez y con una amplia sonrisa que hacía tiempo que no le veía. Me sorprende ver que, en lugar de fruta, trae dos peces, ¿tanto he dormido? —Estabas tan mona esta mañana que no he querido despertarte. ¿Te apetece un delicioso pez a la brasa para desayunar? No sé si yo me he puesto colorada, pero ella desde luego no parece en absoluto incómoda por lo ocurrido. Incluso diría que está tan repleta de energía como en los primeros días en la isla: se ríe por cualquier cosa, mueve una y otra vez la rubia cabellera al viento y habla con una locuacidad que parecía haber perdido. Sin duda, es una de las mujeres más bellas que he visto, y cuando pienso en la ironía que supone haber tenido que naufragar con ella y no con Joan se me hace un nudo en la garganta que me cuesta deshacer. Las dos nos sentamos a desayunar, y yo procuro evitar que nuestras miradas se crucen. ¿Es que no vamos a mencionar lo de anoche? Me siento bloqueada y no acierto a tomar la iniciativa, pero también me asusta dejarlo pasar, ¡no es natural que sucedan ciertas cosas entre amigas! Cuando las dos terminamos de comer, Nat se levanta y palmea sus nalgas para limpiar los restos de arena. Luego, me mira con ojos chispeantes: —¿Intentamos construir esa balsa de la que hablamos? Nos mantendrá ocupadas y, cuando la tengamos hecha, será divertido salir a navegar los días que el mar esté en calma. Es increíble, casi puedo ver cómo florece ante mis ojos segundo a segundo. De nuevo es la misma Nat alegre, impulsiva y repleta de optimismo que tiraba de mí en nuestros primeros días tras el naufragio. —Vamos, no te quedes ahí parada. Ven conmigo. Nat me ofrece una mano y yo, incapaz de decir nada, la acepto y me incorporo. Luego, las dos empezamos a caminar por la playa. Por lo visto, ha encontrado un árbol caído que puede servirnos a la perfección para iniciar nuestra tarea.Llevamos dos horas trabajando. Tenemos lianas que servirán como cuerdas y troncos finos y flexibles pero muy resistentes, y bajo sus indicaciones poco a poco estamos construyendo el armazón de lo que pretende ser una pequeña balsa con capacidad para dos personas.Es agradable saber en qué invertir el tiempo, te hace sentir útil. Desde luego es mejor esto que dejar pasar los días tumbadas en la playa sin hacer nada más que mirar a un mar inmenso y completamente vacío. —Espero que sea resistente. —¿Te imaginas que volvemos a naufragar? Nat ha preguntado esto muerta de risa. Ahora no me cabe duda: esta mañana está muy contenta, incluso parece feliz. En cuanto a mí, de pronto me siento incapaz de decidir si es mejor dejar correr el asunto. A la luz del día, lo que pasó en la cabaña parece solo un sueño, y a ratos me pregunto si llegó a suceder. Nat no da señal alguna de sentirse atraída por mí y no me mira de un modo especial esta mañana. Nos movemos desnudas la una al lado de la otra sin ninguna malicia, parece claro que todo se debió a un pequeño bajón anímico por su parte y que las cosas han vuelto a la normalidad. —¿Estás segura de que estos nudos aguantarán? —Por supuesto. ¿No te he contado que soy una experta en nudos marineros? Noto cómo poco a poco me voy relajando. Definitivamente, creo que es mejor dejar las cosas como están. Simplemente, ella necesitaba alivio y yo se lo proporcioné; luego, rechacé su claro ofrecimiento de equilibrar las cosas y Nat lo aceptó con naturalidad. Estoy siendo una tonta por hacer un mundo de un grano de arena: debo asumir que, dadas las circunstancias, no es tan extraño que una chica tan fogosa como ella se sienta nerviosa y necesite a veces un poco de... acción. —También necesitaremos remos. —He pensado en ello. Como no nos separaremos de la costa, bastará con dos ramas fuertes que podamos usar empujando sobre el suelo. Ya verás, será divertido dar paseos alrededor de la isla. —Podemos llevar cocos y beber mientras navegamos, será como un crucero de placer.Nos hemos echado a reír las dos, contagiándonos de un optimismo que ya parecía perdido. En cierto modo, a veces estar aquí parece igual que estar de vacaciones, unas vacaciones gratuitas, maravillosas... e indefinidas. Totalmente olvidada ya de los negros nubarrones que solo unas horas antes creía ver por todas partes, trato de seguir la broma: —También podríamos cantar, para que no falte la música. Nuevas risas. Sus senos se mueven alegres, y por alguna razón ahora no me importa mirarlos abiertamente. ¿Se ha dado cuenta de que mi vista ha reposado sobre ellos más tiempo del que quizá pudiera parecer apropiado? Me estremezco de angustia antes incluso de que, abandonado poco a poco su sonrisa, Nat vuelva a hablar: —Quiero darte las gracias por lo de anoche. Debería estar acostumbrada a estos vertiginosos cambios en mi estado de ánimo. En un momento dado me parece que todo va bien, y un instante después siento que estoy de nuevo al borde del abismo. Esta mañana me ofendía que Nat no mencionase el asunto y, ahora que lo hace, casi la odio por abrir la caja de los truenos. —No es necesario dar las gracias. He tratado de parecer calmada y, por un segundo, he querido creer que con eso era suficiente. Sin embargo, compruebo de reojo que Nat sonríe, y su voz suena cálida y confidente cuando vuelve a hablar: —Sí es necesario. Sentía que me volvía loca. Lo... lo necesitaba, no soporto la sensación de soledad que supone estar aquí. —¿Podemos dejarlo estar? Yo misma me sorprendo de mis palabras, teniendo en cuenta que hace unas horas pensaba que era imprescindible dejar claro que lo ocurrido nunca volvería a repetirse. Inquieta, Nat carraspea antes de volver a la carga:—Sé que no te gusta hablar de estas cosas, lo siento. Espero que lo de ayer no te pareciera... inoportuno. He percibido un tono de angustia en su voz que me desgarra por dentro. Es la persona más importante que tengo en mi vida; de hecho, es la única persona que hay en mi vida, y pensar en que se sienta rechazada por mí me duele casi tanto como me da miedo que confunda la verdadera naturaleza de nuestra relación. Pero de nuevo estoy bloqueada y, ante mi silencio, es Nat la que sigue adelante, ahora también ella visiblemente nerviosa: —Solo quería que supieras cuánto me ayudó. Hoy me siento mucho mejor de lo que me he sentido en las últimas semanas. Esta conversación me deja exhausta, y contesto tratando de ponerle fin lo antes posible: —Me alegra verte mejor. ¿Volvemos al campamento? Se acerca la hora de comer. He dado media vuelta en dirección a la cabaña pero, antes de que pueda dar el primer paso, vuelvo a oír su voz a mi espalda: —Escucha Alba, yo... Petrificada en mi sitio, me obligo a ser capaz de sostener su mirada, que esta mañana centellean de un modo especial. —Es evidente que tú... que tú no te sientes tan sola como yo en esta isla. Es la primera vez que la veo tan dubitativa. Hasta ahora, ella siempre había sido la fuerte, pero en este momento parece una chiquilla asustada. Completamente desnuda, con la rubia cabellera sobre los hombros y el ligero rubor que colorea sus mejillas, se me antoja de pronto tan frágil y vulnerable que tengo que contener el impulso de acercarme a ella y abrazarla con fuerza. —Olvídalo Nat —me obligo a decir, deseando poner fin a su evidente embarazo—. No me importó hacerlo, y me alegro de verte más animada.He dado un paso hacia la cabaña, pero al notar que ella no me sigue me vuelvo en su dirección una vez más. Está de pie, seria y concentrada, tan hermosa que me resulta increíble asimilar el hecho de que sea ella la que quiere cosas de mí que no puedo darle. —Quería preguntarte si... bueno, si... Esta es una Nat desconocida para mí. Más quebradiza, pero también más humana. Sin embargo, me asusta tanto lo que quiera decirme que no soy capaz de ayudarla a soltar lo que lleva dentro, y casi puedo ver cómo traga saliva antes de terminar su frase: —Quería saber si lo de anoche... podrá repetirse alguna vez. Ya está. Lo que tanto temía, lo que me aterraba, ha sucedido. Esta misma mañana, nada más despertar, mi primer pensamiento ha sido el de encontrar la manera de dejarle claro que nunca volvería a suceder nada parecido entre nosotras. Sin embargo, en este instante, viendo cómo me suplica con los ojos y sabiendo lo mucho que le está costando sobrellevar nuestro aislamiento, no sé muy bien qué contestar. Quizá pueda parecer extraño que dude tanto en un tema tan íntimo y delicado y que no corte por lo sano, pero pido no ser juzgada por nadie que no haya vivido una experiencia tan extrema como la que nosotras estamos sufriendo. En la ciudad, jamás podría producirse un embrollo semejante entre Nat y yo, pero en la isla todo es distinto. Aquí despiertas con la angustia de no saber si el árbol que tienes encima será tu único cobijo para siempre, aquí tienes que llenar cada segundo esquivando el miedo y el aburrimiento, aquí cada día es igual que el anterior y no parece haber futuro alguno esperándote. Supongo que cada una lo encara tan bien como le es posible. Yo necesito su ayuda para encontrar cobijo y comida, para que me guíe y me dé ánimos en los momentos malos. Si ella necesita afecto y desahogo sexual... ¿no debería intentar estar por encima de convencionalismos? Sin responder nada, esbozo una triste sonrisa, me acerco a ella y tomo su mano con la mía. Luego, las dos regresamos al campamento en silencio.Ha sido una tarde extraña. Me he quedado profundamente dormida después de comer y el Sol empezaba ya a bajar cuando me he despertado. Cuando he ido al encuentro de Nat, que apilaba leña y tenía todavía el pelo húmedo tras un largo baño en el mar, las dos nos hemos sentado en la arena y nos hemos quedado mirando el horizonte mucho tiempo. El lugar parece sacado de una postal. Casi irreal por su belleza, se impone de tal modo que es capaz de encoger el alma. Un océano inmenso que casi se confunde con el cielo, y siempre la misma monotonía capaz de alterar los ánimos de cualquiera. ¿Cómo vamos a conseguir no volvernos locas aquí? Apenas hemos cenado, y temo que la estabilidad emocional de Nat vuelva a sufrir una peligrosa recaída. Tampoco hemos conseguido que la conversación fluyera animada junto a la hoguera, lo que ha provocado que echase de menos el optimismo que las dos conseguíamos contagiarnos con facilidad durante las primeras semanas en la isla. Cuando por fin nos hemos retirado al interior de la cabaña, el silencio me ha resultado opresivo. Girada sobre un costado y con mi cuerpo orientado en dirección a la espesa vegetación, en vano he esperado su cálido abrazo. Imagino que teme incomodarme, y quizá por eso me da tanto miedo este inesperado giro de los acontecimientos. Hasta anoche, éramos solo dos amigas que se apoyaban mutuamente para superar esta prueba gigantesca, pero después de lo ocurrido es difícil saber dónde están los límites de nuestra relación. Y lo peor es que, después de tantas noches sintiendo cómo su brazo me daba calor y protección, ahora me cuesta conciliar el sueño. Además, la noto despierta a mi espalda, cambiando constantemente de postura aunque procurando hacer el menor ruido posible. —¿Estás dormida? —Sí. Llevo dormida ya un rato.Mi pregunta era evidentemente estúpida, pero ha sido un alivio escuchar su risa en la oscuridad. Si llega el momento en que dejemos de reír, estaremos perdidas. Girando en mi sitio, quedamos las dos tumbadas boca arriba, su hombro tan cerca del mío que puedo sentir su calor. —Es precioso este cielo, ¿verdad? Nat tiene razón. Sin Luna y sin el menor atisbo de civilización cerca, hay tal multitud de estrellas que da vértigo mirar hacia arriba. —Me encantaría ser astronauta. Viajar a toda velocidad por el espacio, ir de un sitio a otro en mi nave y... —¿Quieres que lo haga otra vez? Se ha quedado completamente paralizada. Es evidente que no esperaba mi ofrecimiento, tan evidente como lo mucho que lo esperaba aunque no se atreviese a pedirlo. Por mi parte, sé que he sido un poco brusca, pero esto me pone muy nerviosa y no sé hacerlo mejor. Su silencio resulta elocuente y, entones, me giro hasta quedar mirando hacia ella, que sigue tumbada boca arriba. Si ya lo he hecho una vez, ¿qué importancia puede tener repetir la experiencia? Ayer, al terminar Nat se quedó plácidamente dormida, como si mis caricias fueran una cura milagrosa para sus dolencias. Todavía con inseguridad, pongo una mano sobre su estómago. La siento temblar de inquietud, noto la tersura de su vientre y la suavidad de su piel. Su respiración se agita, y unas palabras entrecortadas salen de sus labios con torpeza: —Estoy bien, no te sientas obli... —Chissst —digo suavemente en su oído. Mi mano, como si tuviera vida propia, inicia un tímido movimiento hacia su pubis, pero entonces parece cambiar repentinamente de opinión y se dirige hacia arriba.No sé muy bien cómo explicar lo que siento al tomar en mi mano su pecho izquierdo. En primer lugar, me pregunto de un modo absurdo si no estaré yendo demasiado lejos, ¡estoy acariciando los senos de mi amiga! Luego, me doy cuenta de que mi prevención es absurda, y pongo todo mi esfuerzo en cumplir bien mi tarea. Debo admitir que los pechos de Nat son agradables al tacto. Se moldean y adaptan perfectamente a mi mano, pero también tienen una consistencia rotunda y firme. Sus pezones han reaccionado de inmediato, y durante mucho tiempo dedico a ellos mi atención, pellizcando, presionando con delicadeza, pasando una y otra vez sobre ellos mientras su propietaria, en la oscuridad, resopla sin oponer resistencia alguna. Ha llegado el momento de descender sobre su piel desnuda. Mi dedo índice baja despacio, se introduce caprichoso en su ombligo, juguetea allí un instante y, después, prosigue su camino hasta encontrar los primeros rastros de su vello púbico. Traviesa, me dedico a hacer tirabuzones con su pelo, jugando con su pubis como si se tratase de un gatito mimoso. Me sorprende a mí misma mi cambio de opinión. Esta mañana, estaba segura de que jamás repetiría esto. Sin embargo, y una vez decidida, deseo hacerlo lo mejor posible. Esta noche, algo más calmada y deseosa de complacer a mi compañera, busco a tientas su clítoris en la oscuridad. Cuando lo encuentro, la yema de mi índice presiona con suavidad, se mueve en círculos, acaricia con calma calculada. Nat gime, suspira, se remueve inquieta mi lado, sin decir nada pero dejándose hacer con evidente satisfacción. Sorprendida por mi propia audacia, pongo toda la palma de la mano sobre su cálida vulva, y sin pausa entierro el dedo corazón entre sus pliegues. Cuando empiezo a moverme con un vaivén rítmico, el grito que escapa de su garganta me sobrecoge y me recuerda otros gritos, escuchados no hace mucho a través del muro de la habitación de un hotel. Nat se convierte en un instante en un auténtico volcán en erupción. Su mano aprieta mi antebrazo, su cuerpo se abre, las caderas se alzan y sus gemidos resuenan en la noche con tal fuerza que casi doy gracias por el hecho de saber que estamos completamente solas en la isla.Por mi parte, pongo toda mi habilidad a su servicio, y durante unos minutos mágicos la penetro sin contemplaciones, avanzando y retrocediendo, moviéndome dentro de ella con dedos ágiles e incansables. —Oh sí, oh sí, ¡oh siiiií alb..a! Es curioso. Cuando Joan y yo oíamos sus gritos, una parte de mí consideraba que Nat era una chica un poco vulgar. Sin embargo, esta noche, y por increíble que pueda parecer, soy yo la que provoca su placer, y entonces compruebo sorprendida que su entrega me resulta algo natural, limpio e incluso... incluso tierno. Mi amiga explota de forma majestuosa. Sus uñas arañan mi antebrazo, su grito final se eleva por encima de las copas de los árboles que nos protegen y se diría que llega hasta las estrellas. Todo su cuerpo tiembla, como si gozase de su orgasmo desde los dedos de los pies hasta el último cabello que adorna su linda cabecita. Nat resopla, se retuerce, grita, ríe, llora... y yo soy testigo de todo ello a través de la pétrea oscuridad, mientras siento la humedad de sus paredes derramándose sin medida por el dorso de mi mano. Muy poco a poco reduzco el ritmo de mis embestidas, tratando de acompasarlas con su respiración, que también se va haciendo más cadenciosa. Nat se relaja, desfallece y, por fin, queda inerte y desmadejada junto a mí, como una muñeca a la que hubieran quitado toda su energía. Salgo de ella despacio y, como si fuera una intrusa que temiera ser descubierta, me giro hasta darle la espalda. Preferiría poder dormir ahora sin decir nada, como si esto no hubiera pasado, como si... —¿Lo habías hecho antes? Esperaba su pregunta, ridícula pero tal vez inevitable. Como no tengo demasiadas ganas de hablar, intento zanjarlo con una lacónica negativa. —No. —¿De verdad? Joder Alba, pues... ¡me ha encantado!—Me alegro. Ahora duérmete. Noto cómo ella también se gira. Ahora miramos las dos en dirección al interior de la isla, con el mar situado detrás de nosotras. Creo sinceramente que, de no ser por esta noche negra y compacta, no habría reunido el valor suficiente para hacer lo que acabo de hacer. —Yo tampoco había hecho esto antes con una chica. ¿De verdad tenemos que seguir con esto? ¿No puede simplemente disfrutar y olvidarse de ello hasta que vuelva a suceder? Un momento, ¿estoy dando por sentado que volverá a pasar? Lo que faltaba: ha puesto su mano sobre una de mis nalgas. Tratando de no resultar demasiado cortante, la detengo igual que hice la noche anterior. Espero que se dé por enterada y no insista. Durante unos minutos, ninguna dice nada. Es probable que, agotada y satisfecha, Nat caiga dormida por fin, igual que sucedió ayer. Por mi parte, me concentro en cerrar los ojos y poner la mente en blanco para que el sueño que invada. —¿Por qué no me dejas que te toque yo a ti? A veces, preferiría que Nat no fuese una persona tan abierta. No todo hay que decirlo en voz alta, no todo hay que hablarlo, y a mí me sigue produciendo un pudor inmenso pensar en esta "actividad extra" que hemos incluido en nuestra vida en común. ¿Tan difícil es comprender que lo hago solo por ella y que prefiero no insistir en el tema? —Déjame que pruebe. Te quedarás muy relajada, ya verás cómo... —No. Había puesto de nuevo su mano en mi trasero, y otra vez la he rechazado. Inquieta, me giro hasta quedar boca arriba, y ella me imita a mi lado. —Perdona, no quería... —No tienes que pedirme perdón. Es solo que tú lo necesitas, pero yo no.Nuevo silencio, esta vez más denso y difícil de sobrellevar. A mi derecha, Nat hace evidentes esfuerzos por controlar sus emociones. —¿Estamos bien? —Claro. —Siento... siento como si te estuviera forzando a... —No digas bobadas —exclamo en voz tal vez demasiado alta—. Ya somos mayorcitas las dos, y no me has obligado a nada. De nuevo me he girado dándole la espalda, y otra vez pasan unos minutos sin que ninguna de las dos diga nada. —Te quedarías muy relajada. Ya sé que no soy Joan pero... —Déjalo Nat, de verdad. Si lo desease, te lo diría. —¿De verdad? —Por supuesto. —Estamos solas Alba, y si algún día nos rescatan, nadie tiene por qué saber... —Lo sé, no hace falta que me aclares las cosas. Simplemente, yo no lo necesito. ¿Es verdad lo que acabo de decir? No en cuanto a que no lo necesite, en eso sí he sido sincera. Me refiero a que, si lo desease, ¿sería capaz de admitirlo? Una parte de mí no está demasiado segura de conseguir dejarse llevar como Nat. Teniendo en cuenta que aquí no hay hombres pero sí una amiga cariñosa de manos suaves y cálidas, parece razonable caer en la tentación como hace ella. Si esto se prolonga durante años, ¿terminaré por aceptar su ofrecimiento? Me siento incapaz de responder a esa pregunta. Solo quiero dormir, dejar mi mente descansar, sumirme en un sueño profundo y reparador. —¿Puedo al menos abrazarte como hacíamos antes?El tono tierno en el que me ha hecho su pregunta ha estado a punto de arrancarme un sollozo. —Puedes. Con suavidad, como si temiera molestarme, Nat se acerca y se acurruca junto a mí. Solo cuando noto el calor de su cuerpo y siento su brazo ligero rodeando mi talle, consigo cerrar los ojos y relajarme. Cinco minutos después, las dos estamos profundamente dormidas. Un día más acaba de pasar en la isla.

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