La Roca

528 16 2
                                        

He pensado mucho durante la noche. ¿No debería ser más práctica? Si vemos las cosas con perspectiva, es cierto que tengo a Nat toda para mí. Por otra parte, ella, que se siente muy poco atada sentimentalmente a mí, es paradójicamente la que toma siempre la iniciativa en materia sexual. ¿Por qué no disfrutar de eso sin cuestionarlo todo?¿Qué sentido tiene mostrarme molesta o celosa en un sitio en el que solo podría serme infiel con la imaginación? Además, si me ve todos los días feliz y optimista, ¿no será más sencillo que termine enamorándose de mí que si estoy llenándola de reproches a todas horas? Un momento, ¿he dicho "enamorándose de mí"? El subconsciente me traiciona, quizá estoy peor de lo que creo. Quizá Nat se me ha metido dentro mucho más de lo que yo misma soy capaz de admitir. De cualquier modo, cuando empieza a amanecer tomo la firme resolución de convertirme en una chica alegre y demostrar que sé disfrutar de lo bueno que me ofrece la vida y, cuando los primeros rayos de sol iluminan los glúteos desnudos de Nat, me veo obligada a admitir que la vida me está ofreciendo mucho. Solo entonces consigo quedarme dormida.


***

Como era de esperar, Nat no está a mi lado cuando por fin abro los ojos bien entrada la mañana. Sin embargo, no tengo que buscar demasiado para encontrarla: está junto a la hoguera, alimentando el fuego y preparando hojas secas para hacer humo en el caso de un cada vez más improbable rescate. Cuando me oye, se gira hacia mí con un rictus de preocupación en el rostro y, antes de que yo pueda decir nada, me suelta a bocajarro: —Perdóname por favor, he sido muy insensible. Esto sí que no me lo esperaba. De hecho, mi idea era ser yo la que pidiese perdón y la que prometiese cambiar las quejas por sonrisas. Sin embargo, y ante el aire arrepentido que veo ahora en su rostro, decido dejar que hable un poco más antes de tomar la iniciativa. —Te juro que no eres un simple instrumento erótico para mí, te prometo que me importas. Saber que te he hecho daño me deja desolada, no podía ni imaginar que tú lo estuvieses viviendo con tanta intensidad. Después de una noche tan agitada como la que acabo de pasar, las palabras de Nat son un bálsamo para mí. No me engaño y sé que lo nuestro terminaría tan pronto como la silueta de un barco se dibujase en el horizonte, pero en este momento esa posibilidad me parece tan remota que no estoy dispuesta a preocuparme lo más mínimo. —Dime al menos que no me odias. No soporto que estemos así, te prometo que no volveré a pedirte nada, a partir de ahora seremos solo dos buenas amigas, nada más. Me encanta la súplica que me hacen sus ojos, y no negaré que estoy disfrutando un poco haciéndola sufrir antes de responder a sus disculpas. —No quiero que nunca más vuelvas a pensar que solo eres algo así como un trozo de carne para mí, no quiero que...


Llevándome el índice a los labios, le hago un gesto para que guarde silencio. Luego, doy un par de pasos en su dirección. Nat me espera de pie, quieta como una estatua y tratando de adivinar cuál va a ser mi reacción. En cuanto a mí, hace tiempo que he renunciado a intentar comprenderme a mí misma. Después de semanas rechazando el sexo y creyendo que no lo necesitaba, ahora ni siquiera me reconozco. Es como si todos mis sentidos se hubiesen puesto alerta al mismo tiempo, como si algo que estaba callado dentro de mí hubiera despertado de golpe con una necesidad inmensa de gritar a pleno pulmón. Cuando llego a su altura, las dos nos observamos fijamente durante unos minutos, sin tocarnos. Noto su aliento sobre mí y descubro sobre su labio superior un lunar encantador en el que nunca había reparado, pero haciendo un esfuerzo contengo el impulso de besar y morder esos labios carnosos y rojos como la fresa. En lugar de ello, mi mano busca su pubis. El deseo de tocarla es inmenso, y los ojos de Nat se entrecierran al notarme avanzar entre sus piernas. Mientras me ocupo de ella, pongo mi atención en recorrer con la mirada cada centímetro de su bello rostro. Me encantan esas cejas perfectamente dibujadas, me fascina su naricilla respingona, me matan las larguísimas pestañas que parecen provocar una tempestad cada vez que suben y bajan. Nat trata de diluirse en silencio, pero es incapaz. Su grito final, que ya conozco bien y que no hace sino aumentar mi propia excitación, retumba en la playa desierta como si fuera el único sonido del mundo. Ha llegado mi turno. Mi compañera se recupera poco a poco, su respiración se va haciendo más regular y, entonces, me sonríe al tiempo que noto su mano caliente posándose sobre mi sexo. No entiendo cómo es esto posible. Sé que no me ama, sé que jamás estaríamos viviendo algo así de no ser por un trágico accidente pero, a pesar de todo, me enciendo como una tea a la primera caricia. Es como si me hubiera convertido de la noche a la mañana en otra persona. ¿De dónde sale este frenesí, cómo es posible que mi cuerpo reaccione de forma semejante? Parezco un animal en celo, nunca me había sentido tan viva, jamás creí que pudiera subir al cielo sintiendo este delicioso e incontrolable vértigo. Nunca había tenido un encuentro sexual estando de pie. Apoyada en Nat y rodeando su leve cintura con los brazos, se me antoja que las aves han callado, que el mar me contempla con gesto cálido y que incluso la Tierra ha detenido su movimiento de rotación solo en mi honor. Ha sido, sin duda, el mejor orgasmo de mi vida. 

NáufragosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora