Sentimientos Aterradores

287 15 0
                                    

Una vez desatada, las dos nos hemos separado para dedicarnos cada una a nuestras tareas, y he agradecido que ella me diera el espacio suficiente para asimilar lo ocurrido. Todavía sobrecogida, he estado buscando leña, he organizado un poco nuestras escasas pertenencias y he hecho acopio de fruta para dos o tres días. Ahora, una vez asegurada la subsistencia, mientras avanzo por la playa observo a mi amiga tratando de ser honesta conmigo misma. Apostada en su roca, Nat aguarda con paciencia para conseguir algo de pescado para la comida, y yo aprovecho que me da la espalda para espiarla a escondidas. Desde donde estoy, veo la curva de su elegante espalda descender con vértigo hacia la cintura y girar después hasta delinear una cadera turgente y rotunda. Sus nalgas, presionadas por la postura, me parecen sencillamente encantadoras. El pelo, que cae indómito en cascada, parece propio de un ser mitológico. ¿Es verdad entonces que Nat me ha gustado desde el principio? Nunca hasta ahora reconocí en mí misma ninguna inclinación homosexual, pero de pronto no estoy tan segura de que la curiosidad no hubiera estado ahí desde siempre, oculta en la sombra sin que yo fuera consciente de ello. Lo extraño es que, precisamente aquí, haya aparecido la persona que me haga dudar de quién soy verdaderamente. Me deja sin fuerzas pensar en ello. ¿Me gusta Nat? La pregunta puede parecer estúpida a estas alturas, pero se debe solo a que está mal planteada. Veamos si puedo hacerlo mejor: a ella le gusto yo y le gusta tener sexo conmigo porque, aquí, no tiene ninguna otra opción aparte del placer solitario. En cuanto a mí, y de no estar en la isla... —¿Estás ahí? No te había visto llegar. Casi agradezco que me haya descubierto, porque al menos así podré dejar de hacerme preguntas durante un tiempo. Devolviendo con la mano su saludo, me acerco a ella, trepo hasta la roca y espero a que me haga un hueco a su lado. Cuando me siento, y dejando un momento la caña apoyada entre dos piedras colocadas a propósito para ello, Nat coge su mano con la mía y me mira a los ojos. —¿Estás bien? —Claro. 


Me gusta quedarme en silencio a su lado, las dos mirando al mar en calma y las manos entrelazadas. Es sencillo dejarse acariciar por el viento mientras trato de poner la mente en blanco y disfrutar simplemente del momento. ¿Qué importa el futuro? Ahora estamos las dos juntas, eso debería bastar. ¿Qué importa el nombre que pongamos a nuestra relación? ¿Somos amigas, amantes, "amigas con beneficios"? A pesar de experimentar una calma que hacía mucho que no sentía, las palabras se escapan de mi boca sin poderlo evitar: —Supongo que debo darte las gracias. 

—¿Por atarte y abusar de ti?

Las dos reímos al unísono e inclinamos las cabezas hasta dejarlas reposar una contra la otra. —Por ayudarme a abrir los ojos. Es verdad que... El pudor me impide continuar, es como declararse a alguien después de haberse metido en su cama, aunque la comparación quizá no sea muy apropiada teniendo en cuenta que es probable que ninguna de las dos vuelva a ver una cama nunca. —¿De verdad era tan obvio que me gustabas? Te prometo que ni yo misma era consciente de lo que sentía. —¿Qué importa eso Alba? Todo esto que estamos viviendo es tan impactante que es difícil comprender nuestras reacciones. Asintiendo en silencio, vuelvo a mirar el mar. ¿Cómo es posible que siga siempre tan calmado? Muchas veces he pensado en aquella tormenta, casi se diría que una fuerza superior la mandó solo para que las dos quedásemos deliberadamente aisladas.


—¿Me estás utilizando? No he podido contenerme. La pregunta lleva abrasándome por dentro desde la primera noche en la que, con timidez, Nat cogió mi mano y la colocó con una súplica callada sobre su propio sexo. —¿Qué? —Sabes perfectamente a qué me refiero, ¿me estás utilizando? —No estoy segura de... —Si desde el principio notaste la atracción que ejercías sobre mí, ¿te has aprovechado de ello para conseguir sexo? Solo con gran esfuerzo reúno el valor suficiente para mirarla a los ojos. La sorpresa que leo en ellos me parece sincera, y vagamente intuyo que no es buena señal que ni siquiera sepa de qué estoy hablando.—Sé sincera conmigo Nat. ¿Te gusto al menos un poco o solo soy una especie de consolador humano? —Joder Alba, no sé cómo puedes pensar eso. Sabes que me importas y que me preocupo por ti. —No te estoy preguntando eso. Sé que me quieres como amiga pero... ¿podrías llegar a sentir algo más por mí? En contra de lo que suele suceder, esta vez es ella la que parece más incómoda con la conversación, y de nuevo me parece un indicio horrible que trate de escabullirse con evasivas: —No sé qué decir... ¿me estás hablando... de amor? Esto no va nada bien, pero ya no sé cómo pararlo. Comprendo también que es descabellado que esta misma mañana la acusara de violarme y que, solo unas horas después, quiera saber si podría llegar a sentir algo profundo por mí. Es la maldita isla, que todo lo altera y no me deja ver las cosas con claridad, que provoca que a cada segundo cambie de opinión y las palabras escapen como a borbotones y sin ningún control de mi garganta. Soy vagamente consciente de estar desvariando, pero no puedo evitar insistir una vez más: —No sé muy bien de qué hablo Nat. Solo sé que te gusta que te masturbe todos los días y que has hecho todo lo posible para tener sexo conmigo. Sin embargo, ni siquiera una sola vez has intentado algo tan inocente como darme un beso en los labios, y por eso te pregunto: ¿soy solo un juguete erótico para ti? ¿Me ves como la única forma de conseguir orgasmos en este odioso pedazo de tierra? Mi amiga está visiblemente desorientada ante mi inesperado cambio de humor. Está claro que no sabe cómo salir del asedio al que la someto, es posible que se esté arrepintiendo de su idea de atarme, porque sin imaginarlo ha hecho explotar la tempestad que llevaba semanas cociéndose a fuego lento en mi interior.


—No entiendo muy bien qué pretendes Alba. ¿Quieres que te diga que estoy enamorada de ti? —No, claro que no. —Entonces, ¿a qué viene esto? Estamos juntas en esta locura, sobrellevándolo lo mejor que podemos y tratando de arrancar ratitos de felicidad a la vida. Me gusta acostarme contigo y te quiero, claro que te quiero pero... De nuevo, una frase sin terminar, pero esta vez creo que sí puedo hacerlo por ella: —Pero si nos rescatasen mañana, nuestra historia juntas terminaría. Hay silencios que son más elocuentes que el mejor de los discursos, y precisamente por eso pueden hacer tanto daño. Poniéndome en pie, bajo de la roca y empiezo a caminar a buen paso hacia el campamento. Enseguida, noto que Nat me ha imitado y me sigue a corta distancia.


—No te enfades por favor. ¿Por qué no puedes simplemente hacer como yo? Se trata de superar un día y luego otro. —Quizá seamos más diferentes de lo que crees. Yo no necesito que me metan mano a todas horas, por ejemplo. —Eso no es justo. Y no te veo solo como un... ¿cómo has dicho? Como un consolador humano. Para mí eres mucho más que eso. Es probable que no esté siendo justa, pero me siento dolida y rechazada, de modo que aprieto el paso y trato de dejarla atrás, aunque ella insiste en su persecución y vuelve a ponerse a mi altura. —Esto no nos ayuda. Si nos pasamos la mitad del tiempo enfadadas... —¿Tienes miedo por tu orgasmo de todas las noches? Tranquila, cumpliré con mi función. Están claras nuestras obligaciones: tú te ocupas de la comida; yo me pongo en posición horizontal siempre que me lo pidas.—Joder Alba... Hemos llegado al campamento y me he metido con rabia en la cabaña. Lo malo es que no hay ninguna puñetera puerta que cerrar con violencia. Desde fuera, Nat suspira impaciente y da vueltas en círculo antes de dirigirse a mí haciendo evidentes esfuerzos por mantener la calma. —No entiendo todo esto, de verdad. Al fin y al cabo, lo más probable es que me tengas enterita para ti para el resto de nuestras vidas. ¿Por qué no eres capaz simplemente de disfrutarlo? Ahí está el abismo, ahí aparece de nuevo el pensamiento aterrador. Sin poderlo evitar, me pongo a llorar en el fondo de la cabaña. Al menos, Nat tiene la delicadeza de no entrar.


***

Por primera vez en semanas, nos hemos acostado dándonos la espalda y tan separadas como era posible. Ni siquiera disponemos de un sitio para dormir separadas, quizá deberíamos construir una cabaña más pequeña para situaciones como esta. En ese caso, ¿quién debería irse? ¿Por qué tengo la impresión de ser yo la que está asumiendo el rol de mujer tierna y sensible que siempre tiene un reproche que hacer? Quizá me falte la experiencia debida para calibrar correctamente la situación. Lo único cierto es que, en un momento dado, empiezo a oír los ronquidos suaves de Nat mientras yo permanezco totalmente desvelada. ¡Es irritante! Resulta tan evidente que no significo para ella lo mismo que ella para mí... La pregunta me quema en la oscuridad: ¿qué significa exactamente Nat para mí? Hoy he descubierto más cosas sobre mí misma que en mis primeros veintiocho años de existencia, hasta el punto de que no comprendo cómo he podido ocultarme sin ser consciente de ello sentimientos que ahora me parecen tan claros y evidentes. En efecto, Nat me gusta. Incluso diría que... que tal vez estoy un poco enamoriscada de ella. ¿Cómo es posible? Una cosa es tener una pasajera aventura lésbica, y otra quedarse prendada de una simple compañera de naufragio. ¡Joder, es tan frustrante! El problema es que me doy cuenta de que Nat solo busca en mí consuelo, un apaciguamiento de los sentidos que le lleve a superar lo mejor posible el duro aislamiento. Por otra parte, como ella misma ha dicho, aquí estamos solas, y es probable que esto ya sea así para siempre. En ese caso, mis celos se antojan ridículos: la persona elegida por mí estará eternamente a mi lado y nada podrá separarnos. ¿Debo conformarme con tenerla físicamente para siempre, aun sabiendo que su corazón nunca me pertenecerá? De nuevo aparece el pensamiento aterrador. Es difícil luchar contra él, y más cuando, después de lo ocurrido hoy, ya no puedo seguir ocultándome tras torpes excusas. Por eso, en la oscuridad de la cabaña y sintiendo la profunda respiración de Nat a mi espalda, permito al fin que la pregunta se formule completa en mi mente: ¿hay una parte de mí que desea que nunca nos rescaten? Ese, ese y no otro es el pensamiento terrible que me tortura inclemente. Da tanto miedo pensar en ello como ser sincera y dar la respuesta correcta. Porque ahora, y por mucho que me cueste admitirlo, soy consciente de que, en el fondo, estoy encantada en la isla. Cuando miro al mar todas las mañanas, no lo hago buscando anhelante un barco salvador. Lo hago temiendo ver el fin de mis días junto a Nat.

NáufragosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora