El trono

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El trono Han pasado tres o cuatro días más, no soy capaz de llevar la cuenta. Solo sé que el mundo es un lugar maravilloso, que Nat es la mujer más encantadora que lo habita y yo la persona más afortunada que ha existido nunca. Creo que, por primera vez en mi vida, soy completamente feliz. Solo tengo dos preocupaciones que a veces me impiden conciliar el sueño. Por un lado, la posibilidad de que tarde o temprano nos encuentre un barco o un avión. ¿Qué pasaría entonces? Por muy bien que estemos juntas, Nat no me ha dicho nunca que me quiere, o al menos no como a mí me gustaría que me lo dijera. Sé que siente afecto por mí pero, ¿tanto como para seguir conmigo si volviéramos a la civilización? Y esto me lleva la segunda preocupación: ¿debería confesarle mis verdaderos sentimientos? Ella intuyó desde el principio lo mucho que me gusta y que tengo unas tendencias lésbicas mucho más directas que las suyas, que solo obedecen a lo extraño de la situación. Sin embargo, y a pesar de su perspicacia, no creo que sepa hasta qué punto estoy enamorada de ella. Porque sí, estoy enamorada. Me despierto llena de alegría, la miro sin parar tratando de esconder la sonrisa bobalicona que sé que se me dibuja en la cara cuando la veo y me siento tan plena viviendo aquí que he dejado de echar de menos las comodidades de la ciudad, los amigos e, incluso, a mi familia. ¿Daniel, quién es Daniel? No volvería con él por nada del mundo; supongo que siempre he sido bisexual sin saberlo, tal vez debido a que nunca me había surgido la oportunidad de comprobarlo y a que no había tenido el valor suficiente como para indagar sobre ello.

Y ahora, de pronto, esto. El impacto de Natalia en mi vida es imposible de cuantificar, y los días pasan a su lado de una forma deliciosa que me gustaría que durase para siempre. ¿Debería decirle que la quiero de la forma más intensa que dos seres humanos pueden quererse? A veces creo que sí y estoy a punto de hacerlo, pero otras el miedo me obliga a ser prudente. ¿Podría seguir siendo feliz a su lado en esta isla sabiendo que ella solo está conmigo por obligación? Creo que, en el fondo, albergo la esperanza de que nuestra intensa vida juntas vaya ablandando poco a poco su corazón y sea ella misma la que acabe declarándose. Pero eso, de momento, no ha sucedido.

                                                                                                                                 ***

—¡Buen golpe! Estás en racha. —Gracias, tú tampoco lo haces mal.

—Gracias, tú tampoco lo haces mal.

Dando una vuelta de tuerca a su ya conocida habilidad, Natalia ha fabricado dos raquetas rudimentarias desbastando un tronco y ha confeccionado una pelota con hojas secas compactadas y atadas con una liana fina y corta. Evidentemente, la pelota no bota, las raquetas son muy irregulares y cualquier parecido de lo que hacemos con el tenis es mera coincidencia. A pesar de eso, lo estamos pasando francamente bien. La playa, la brisa del mar, los rayos de sol sobre nuestros cuerpos desnudos... Ver a Natalia lanzarse riendo para devolver mis golpes, sus senos bailando y sus nalgas ofreciéndose impúdicas cada vez que se agacha a recoger la pelota, es una experiencia tan gratificante que no puedo dejar de dar gracias a la horrible tormenta que nos trajo hasta aquí. —¿Cansada?

El cielo empieza a tener un espectacular tono anaranjado. Es mi parte favorita del día: otra jornada las dos solas, otra muesca más sobre el árbol donde tratamos de seguir el calendario. Resoplando por el esfuerzo realizado, recorremos la escasa distancia que nos separa y nos besamos un segundo en los labios. Me encanta hacerlo. Por la noche, antes de dormir, un beso fugaz y lleno de ternura; por la mañana, a modo de saludo, lo mismo. Me gusta poder besar a Natalia incluso más que tener sexo con ella, ¿se estará dando cuenta también mi compañera de que lo nuestro empieza a ser algo más que una simple forma de pasar el tiempo? —¿Damos un paseo por la playa? Mi pregunta es solo una excusa para coger su mano. En silencio, caminamos las dos por la arena, dejando que las olas más audaces mojen nuestros tobillos de cuando en cuando.

NáufragosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora