A la mañana siguiente, salgo de la cabaña sintiéndome de un humor excelente. Como siempre, hace rato que Natalia ha iniciado sus tareas: ha apilado leña junto al fuego, ha limpiado un par de peces que serán nuestra comida y ha preparado un suculento desayuno a base de frutas exóticas. Cuando me ve aparecer, su sonrisa se ensancha y me saluda con alegría: —Buenos días, perezosa. —Buscar leña es cosa mía, no tenías que... —No seas tonta, estás tan mona dormidita por las mañanas que no he querido despertarte. Se ha acercado a mí y me ha dado un beso en los labios que me ha alimentado más que cualquier manjar. Si esto no es la felicidad perfecta, desde luego se le parece mucho. Un lugar que parece sacado de una postal, las dos solas y nada que hacer durante el resto de nuestra vida aparte de estar juntas. ¿Cómo es posible que me sienta tan bien? En este instante, no echo en falta ninguna de las ventajas de la civilización, tengo a Natalia conmigo y eso me basta. Pasamos la mañana dando paseos por la playa, haciendo el amor sobre la arena y bañándonos en el mar. Mi compañera está radiante, hoy me parece más hermosa que nunca y, cuando la veo saltar jugando sobre las olas, me pregunto cómo es posible que alguna vez hayan podido interesarme los hombres. Además, me mira de una forma diferente. ¿Son solo imaginaciones mías o algo está empezando a cambiar? La noto más cálida, más cercana y, cuando hace menos de una hora me ha arrancado un orgasmo delicioso, me ha sonreído de una forma que ha hecho que me estremeciera de dicha mientras me abrazaba. Me doy cuenta de que no debo forzar las cosas, basta simplemente con dejar que todo siga su curso. Empiezo a creer que Natalia se está enamorando de mí, aunque quizá ni ella misma lo sepa. Es normal, todo esto es muy nuevo y estamos sometidas a mucha presión, no resulta sencillo asimilar según y qué cosas. Se acerca la hora de la comida cuando, viniendo hacia mí, Natalia pasa los brazos alrededor de mi cuello y vuelve a besarme con fuerza. Estamos las dos metidas en el agua hasta la cintura, yo de espaldas al mar. Sobre su cabeza, veo las copas de los árboles y las bandadas de aves que sobrevuelan sin orden aparente nuestro campamento. Si alguien me hubiera dicho, cuando llegamos aquí muertas de miedo, que este lugar iba a serme tan querido, le habría tachado de loco. Natalia me besa. Su lengua entra en mi boca, caliente, suave. Sus dientes hacen presa en mi labio inferior y tiran traviesos, su saliva se confunde con el sabor salado del agua. Sus manos ciñen mis caderas y sus pechos rozan los míos como con descuido. Me da igual que ella prefiera pensar que todo esto se debe simplemente al hecho de que estemos solas, no voy a presionarla más, sé que algún día, muy pronto... Algo ha llamado la atención de mi amiga. Primero deja de besarme y, luego, se separa de mí y fija la mirada en el horizonte, la mano sobre la frente para protegerse del Sol y las cejas fruncidas. De modo instintivo, me giro y sigo la dirección de su mirada. Al principio, no veo nada aparte del eterno y calmado mar azul que nos rodea. Luego, pienso que mis ojos me engañan y estoy sufriendo una especie de ilusión óptica. Por último, mi corazón se acelera, mis rodillas flaquean y la respiración parece faltarme. Frente a nosotras, todavía lejano pero dirigiéndose claramente hacia la isla, hay un barco.
***
Todo ha pasado muy deprisa, ha sido como estar viviendo un sueño en el que haces las cosas sin ser demasiado consciente de lo que implican ni de las consecuencias que tendrán. Hemos corrido hacia el campamento para ponernos los trajes de neopreno, pero enseguida nos hemos dado cuenta de que estaban prácticamente deshechos, de modo que lo único que teníamos para vestirnos era mi bañador y su bikini. Luego, el barco ha fletado una pequeña barca y, en un instante, la arena virgen que solo pisábamos Natalia y yo se ha visto mancillada por las huellas que dejaban seis o siete hombres que a duras penas conseguían hacerse entender. No soy capaz de reconstruir con coherencia los dos días siguientes. Sé que nos han visto varios médicos, que nos han hechos análisis de todo tipo y que, al llegar a tierra, nos han alojado en un hotel de lujo, cada una en una habitación. Por lo visto, nuestros familiares y allegados ya están avisados de la buena noticia y mañana mismo se reunirán con nosotras. Apenas he tenido un segundo para estar a solas con Natalia durante todo este tiempo. *** Nos han informado de que hemos estado perdidas un año, un mes y doce días. La corriente nos arrastró justo en dirección contraria al resto de los náufragos, y por eso nos han estado buscando muy lejos de donde nos encontrábamos. Parece ser que la insistencia de la familia de Miki, que ha aportado músculo financiero a la operación de rescate, ha sido decisiva para localizarnos en una de las islas más pequeñas e insignificantes del planeta. Los médicos están sorprendidos por nuestro excelente estado de salud. Por lo visto, lo habitual en estos casos es presentar desnutrición y todo tipo de problemas psicológicos, pero todas las pruebas indican que las dos estamos en perfectas condiciones. —Sin duda —nos explica un médico bajito y calvo—, os habéis ayudado mucho la una a la otra, tanto para resolver los problemas de alojamiento y comida como para daros apoyo moral. En situaciones como esta, es más importante incluso contar con alguien querido al lado que con comida y agua en abundancia. ¿Se ha puesto colorada Natalia al escuchar esto? Sí, estoy segura, y no puedo evitar pensar sobre ello. ¿Para qué sirve ponerse colorado, aparte de para que los demás sepan qué te afecta y qué no? ¿Qué tipo de adaptación evolutiva supone, qué ventaja aporta? No sé por qué se me ocurren estas cosas, pero me ha dolido que ella no me haya devuelto la mirada al escuchar las sabias explicaciones del doctor.
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Náufragos
RomanceDurante unas vacaciones de lujo en el Pacífico junto a sus respectivos novios, Alba y Natalia sufren un naufragio y quedan aisladas en una isla perdida en medio de la nada. Solas y asustadas, y viendo cada vez más remota la posibilidad de ser rescat...