Cinco

211 13 22
                                    


Narra Esmeray:

-Daniel, ¿Qué estas haciendo?

Pregunté mientras sentía como su mano se aferraba a la mía, para que acto seguido la fuerza de su brazo me obligaba a moverme, a lo que yo no estaba dispuesta a contrarrestar, sino más bien me dejé llevar por la misma entrada que había ingresado bajo la atenta mirada de todos.

Los gritos y el bullicio se hicieron presentes, pero a medida que nos alejábamos los mismos se fueron aplacando, hasta ser reemplazados por mi respirar agitado.

-Daniel, ¿Qué se supone que estas haciendo?

Volví a formular la misma pregunta, pero ahora con más dificultad, debido a que mi estado atlético me lo impedía, en tanto mi mente intentaba coordinar los pasos para que mis pies no se enredaran con mi gran vestido.

-Lo que te prometí

Respondió con obviedad, aunque más obvio era la forma en la que mi mirada se perdía en su sonrisa, tanto así que me impidió ver que una piedra se interponía en el camino obligándome a detener.

-¿Estás bien?

Preguntó al mismo tiempo que se agachaba para estar a mi altura, siendo ese el punto exacto en el cual mi mirada cargada de miedos, se conectaba con el brillo esperanzador y angelical de la suya

-Estoy bien, pero mi zapato no

No alcanzaron a pasar una milésima de segundos cuando sentí como sus dos brazos me cargaban, para pasar a sujetarme con fuerza, a lo que los míos se aferraron uniéndose por detrás de su cuello.

Pasamos de ir rápido y escapar, a ir lento para quedarnos, yo con mi cabeza descansando en el hueco que formaba su cuello y su hombro, en tanto él avanzaba, aunque su vista se desviaba más de una vez para fijarse en mi.

-¿Dónde vamos?

-A donde podamos ser

Contestó con su voz calmada, en tanto nuestros cuerpos se perdían entre los callejones de la ciudad.

Mi cuerpo se apoyó sobre el cemento, al mismo tiempo que sentía como sus brazos se relajaban a mi alrededor, liberando la tensión de su cuerpo, el cual ocupaba un lugar demasiado cercano al mío.

El silencio inundó el lugar, ambos permanecíamos inmutables con la vista puesta en el horizonte, como si un movimiento en falso nos llevara cuesta abajo de los cincuenta escalones que habíamos subido.

-La vista es hermosa - susurré.

-No sabes cuanto

Respondió, a lo que podía sentir como mis mejillas se encendían, al darme cuenta de que su mirada estaba clavada en mi.

-¿Por qué te gustan tanto los atardeceres?

-No lo sé...

-¿Cómo no lo sabes? Debes tener una razón

-Tal vez porque me dan la esperanza de saber que los finales también pueden ser hermosos

Contesté apartando mi vista de aquellos colores vibrantes, para centrarla en como los mismos iluminaban su figura.

-Ahora comprendo porque te gusta tanto la literatura

-Y a ti ¿Qué es lo que te gusta de los atardeceres? - pregunte con inocencia.

-Porque me gusta contemplar la belleza de la luna una vez que el sol se esconde

Soltó sin apartar su vista, generando que los nervios que sentía se vieran multiplicados, pero aun así eso no era impedimento para que pudiera disfrutar.

Tinta negra |Daniel Ricciardo | Trilogía F1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora