Ocho

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Narra Esmeray:

La oscuridad se sentía demasiado placentera, pero aún en ella podía ver o más bien sentir como una infinidad de colores se formaban en mi imaginario, al mismo tiempo que un cosquilleo recorría cada rincón de mi cuerpo.

Intenté abrir mis ojos, pero los párpados se sentían demasiado pesador, al igual que el dolor que punzaba mi cabeza me obligaban a querer cerrarlos, pero ver su imagen aparecer por medio de una hendija fue la fuerza que necesitaba para abrirlos.

Parpadee un par de veces para acostumbrarme a la luz del sol que ingresaba por la ventana, aunque nada se comparaba con la que irradiaba su sonrisa inmaculada, esa que te invitaba a sonreír, aunque había algo que me lo impedía.

La gran máscara de oxígeno que se apoyaba sobre mi rostro provocaba que mi respiración se escuchara de forma pesada y ruidosa, aunque nada se comparaba con los gritos que provenían del pasillo, y que a medida que se acercaba podía reconocer la voz de mi padre con claridad. 

¿Dónde está mi hija? 

Preguntó con una mezcla de enojo y preocupación, en tanto ingresaba decidido a la habitación ignorando tanto a las enfermeras y a los médicos que lo seguían por detrás.

Esmerita ¿Que ha pasado? 

Volvió a cuestionar a medida que se acercaba quedando a mi lado, provocando que dicha cercanía rompiera el lazo que la mano de Daniel junto con la mía había formado. Un vacío se formó en mi al instante, en tanto mis ojos comenzaron a aguarse, mientras que mi conciencia trataba de distinguir si esa angustia era producto de la falta de contacto o por la sorpresiva compasión de mi padre.

—Papá ¿Qué estoy haciendo aquí? Estoy asustada —Me comuniqué con dificultad a través de la máscara. 

Tranquila mi niña 

Habló hacia mí con suma tranquilidad, aunque la misma se esfumó para dirigirse hacia el médico, quien ante el tono de mi padre se vio apabullado. 

¿QUÉ PASO AQUI? 

Señor por favor déjeme explicarle, al parecer su hija se encontraba con sus amigos...  

Comenzó a relatar lo sucedido en tanto yo ignoraba el relato para percatarme de que, en la habitación además de Daniel, también se encontraban Rafael, Dana y Orión, quienes estaban parados en uno de los rincones de la misma, siendo sus rostros los que reflejaban la preocupación que ellos mismos sentían en su interior.

—Estábamos charlando junto con Dana y de repente te encontramos sentada en una de las sillas, al principio no dimos importancia porque pensábamos que estabas mirando el cielo a través del techo, pero cuando nos acercamos y no respondiste ahí nos alarmamos

—Pero que tonterías dices niño, como va a estar tranquila mirando el cielo, que estupidez 

—Tal vez a su hija la trate de ese modo, pero no se atreva a hablarle así a mi hijo porque no respondo de mi 

Contratacó Rafael de forma decisiva imponiéndose ante mi padre, el cual lo miraba sin pestañar, siendo eso algo muy bueno o muy malo. Bueno porque Rafael habría logrado domesticar a la fiera o malo porque solamente habría conseguido agitar un poco más su jaula. 

Y ante el mínimo movimiento que intentó hacer mi padre con su boca para escupir otra de sus tantas palabras hirientes, lo interrumpí porque no podía permitir que se librar otra batalla y que fuera Rafael el que saliera perdiendo. 

—Por favor... ¿Podemos escuchar al doctor? 

Ambos se separaron y con resignación se vieron obligados a guardar las palabras, aunque todos sabíamos que esa discusión no iba a morir aquí, sino que la misma podría librarse en cualquier otro momento.

Tinta negra |Daniel Ricciardo | Trilogía F1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora