Sant Feliu de Llobregat
Colometa permanecía sentada junto al ventanal, sumida en la paz matutina, poco frecuente, e inspeccionando los quehaceres de los vecinos. Muchos la hubieran llamado cotilla, pero ella, poseedora de varias artes, conocía bien la importancia de estudiar a sus potenciales clientes, o a sus potenciales traidores. Le gustaba tener oídos en las calles, también en los locales y, en especial, en las escaleras. No le interesaba lo más mínimo que Luisa, la vecina del sexto, le pusiera los cuernos al panadero; sí le interesaba conocer su miedo a quedar preñada. Alguien tendría que prepararle el té de flores de zanahoria, conseguirle una copa de mercurio si era preciso o, en el mejor de los casos, hacerle una intervención directa que beneficiase a ambas partes.
A pocos metros, sobre el brasero, una jarra de bronce humeaba, cubriendo la mañana con el aroma del café, mucho mejor del que, en ocasiones, surgía de su despensa.
La paz duró poco. Desde el cuarto venidero, se escucharon algunos sollozos, aunque más silenciosos que en días anteriores. Justo después, la pequeña Enriqueta arribó con legañas resecas en los ojos.
—Mamá —dijo la pequeña—, quiero otro. Este se queja mucho.
Una criada retiró la cafetera y le sirvió el brebaje en una taza de porcelana con flores dibujadas en ella. A la mujer le temblaba el pulso. Parecía nerviosa, nada fuera de lo habitual en un servicio que, cada vez, dejaba mucho más que desear.
—Retírate, Elvira. —Colometa dio un sorbo lento. Después, contempló a su pequeña sobre el filo de la taza—. Veré qué puedo hacer. Ahora regresa a tu cuarto, cielo.
La niña hizo un puchero, pero obedeció. Luego, su madre volvió la vista al ventanal. Pese a ser temprano, el humo de las fábricas cubría el cielo con un manto ocre. Sobre el enrevesado balaustre de forja, se posaba una paloma gorda con un mensaje atado al arnés. En agradecimiento, Colometa le dio algo de grano.
»Muy querida mía:
»Espero que cuidar de sendos negocios no le esté pasando factura a tu belleza. Sin duda, es posible que a nuestros clientes se les haga extraño que sea mi esposa quien les atienda, no obstante, estoy seguro de que te tratarán con respeto, más aún, sabiendo que eres la misma persona que les provee sus medicamentos.
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El Precio De la Inmortalidad
VampirosBarcelona, siglo XIX Marc es un joven huérfano que, en su desesperación por salvar a su hermana enferma, se ha visto arrastrado a un mundo de delincuencia y prostitución. Su destino cambia con la llegada de Bernat a Barcelona, un hombre misterioso...