La luna brillaba en el cielo, pálida y amarilla como la nieve que cubría el suelo bajo sus pies descalzos. Con paso vacilante, Hinata abandonó la sala de entrenamiento, sintiendo cómo sus hombros se sacudían convulsivamente por el cansancio y el temor que la embargaba. Abrazándose los codos en un intento de aplacar el temblor de su cuerpo, miró el grueso muro que parecía aprisionarla, sintiéndose sin fuerzas ni valor para escapar.
Se apoyó en la pared y dejó que su cuerpo se deslizara hasta el suelo. La sensación de vacío en su estómago amenazaba con volverla loca, mientras su debilidad y desorientación aumentaban.
Debido a su aumento de peso, su padre había ordenado la restricción de sus alimentos. Ahora solo recibía porciones insignificantes y se veía obligada a conformarse con una sola comida al día. Afortunadamente, el intenso dolor que la había torturado durante horas había desaparecido, llevándose consigo los latidos de su corazón. Ni siquiera el más leve palpitar lo agitaba ahora.
Miró sus brazos descansando sobre sus holgados pantalones, con las muñecas volteadas hacia arriba. Los moretones habían desaparecido casi por completo, dejando solo unas manchas tenues de color lila en su piel.
Un escalofrío recorrió su cuerpo al recordar cómo el entrenamiento físico aumentó considerablemente, y el olor de su propia sangre [cayendo por todo el dōjō] aún inundaba sus fosas nasales.
Tuvo que arrastrarse entre el fango y la nieve hasta las afueras de la mansión principal, tratando de proteger sus pies del frío a medida que sus fuerzas menguaban. Fue entonces que vio a una figura acercarse.
Se trataba de un hombre envuelto en un abrigo de pieles, que caminaba con paso firme haciendo crujir el agua congelada bajo los pies. Lo oía jadear con la respiración entrecortada, y podía ver cómo la nube que formaba su aliento se solidificaba en el aire.
El hombre se acercó a ella, se agachó a su lado y la miró con atención.
—¿Hinata-sama? —preguntó, inclinando la cabeza para poder ver su rostro. Ella levantó la mirada del suelo nevado, clavando sus ojos blancos en él.
—Tengo hambre, Kō —susurró.
El hombre mostró una mirada preocupada.
—¿Cuántos días lleva sin comer, Hinata-sama?
—Tengo hambre —repitió ella—, y mucha sed.
Extendió su mano y rozó la del hombre, sintiendo la cálida suavidad de su piel bajo las yemas de sus dedos.
—¡Dios mío, Hinata-sama está helada! —exclamó él, mientras se preguntaba cómo no había muerto congelada con esas temperaturas.
Pero ella no parecía escucharlo. Kō se sentía impotente, su trabajo era cuidarla, pero como podría él proteger a la niña de su propio padre.
—Yo podría llevarla a un lugar, no es lo suficiente elegante para alguien de su clase, pero es el único sitio en el que comer algo caliente. A cambio, podría mantenerlo en secreto... —dijo, dejando la frase suspendida en el aire mientras activaba su Byakugan para asegurarse de que nadie estuviera cerca.
Ella no respondió, se puso en pie, lo tomó de la mano y juntos saltaron sobre los tejados.
—¡Es aquí Hinata-sama! —dijo él con la voz entrecortada por la vergüenza. — Ichiraku Ramen, el único local abierto a esta hora.
Se quitó el abrigo y se lo colocó a Hinata con extremo cuidado.
—Tengo hambre —susurró ella.
Él le sonrió a la niña, la tomó entre sus brazos y entraron al local.
...
Desde el punto de vista externo, su vida parecía perfecta, ¿y por qué no? Ella misma se había encargado de vender esa imagen. Provenía de una familia adinerada y poderosa, con sirvientes que se ocupaban de casi todo. Sus modales y personalidad tímida encajaban perfectamente con esa imagen de ensueño. ¿A quién podía importarle lo que sucedía tras los muros?
Sin embargo, la realidad era muy distinta. Se encuentra sentada frente al espejo del tocador, mientras la música suena suavemente en el tocadiscos. Por tercera vez, tiene que cambiar el vendaje y aplicar un poco de pomada a sus heridas. Le tiemblan las manos...
—Maldita sea... —suspiró mientras se levantaba y caminaba lentamente hacia el armario. Con cada paso, el dolor de sus heridas le recordaba la fragilidad de su situación.
—Estoy segura de que lo guardé aquí... ¿Dónde está?— se preguntaba mientras fruncía el ceño.
Un presentimiento terrible se apoderó de ella.
—¡Byakugan...!
Con su sangre, comenzó a dibujar un círculo en la palma de su mano y, utilizando las pocas reservas de chakra que quedaban en su cuerpo, Hinata susurró con voz apenas audible:
—Relegra Agoendo
Enseguida, sintió cómo su cuerpo flaqueaba lentamente.
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Las Crónicas de Hinata Hyuga
FanfictionEn el futuro los ninjas han dejado de existir y el caos se ha apoderado de todas las naciones. Con ayuda de un viejo diario, Hinata se esforzará día y noche para cambiar el curso de la historia, creando a su paso un nuevo futuro.