VI.

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No tener miedo era lo más peligroso que alguien podía hacer.

No desapareció.

Ya habían pasado dos días y sentía que en vez de disminuir, iba en aumento. Ahora, la comezón era casi insoportable y se había extendido hasta tocar la parte alta de mi espalda y casi rozaba mis hombros.

No había vuelto a verlo en el espejo. Me aterraba. Sabía, o al menos presentía, que había empeorado.

Cuando me bañaba pasaba rápidamente la esponja con el jabón, pero más comezón me daba.

Mi cabello me picaba cuando tocaba mi piel, pero lo mantuve suelto sin querer que alguien más lo mirara.

Me mordí lel labio con tanta fuerza que casi me lo abrí.

No podía aplazarlo más. Debía echar un vistazo, darme cuenta de si en verdad era tan malo como creía, y si así era, empezar a pedir ayuda. No era normal, no me sentía normal.

Me coloqué frente a mi tocador y miré mi reflejo, mis ojos azules brillaban preocupados.

Suspire e hice un chongo con mi cabello, muy alto, casi en la cúspide de mi cabeza. Algunos cabellos dorados eran demasiado cortos y se liberaron, dándome un aspecto desaliñado.

Tomé el espejo mediano que había usado la primera vez y lo puse en la misma posición.

Miré el reflejo. Miré la mano negra sobre mi piel.

Solté todo el aire contenido de golpe y por un momento me sentí perdida.

Bajé el brazo que sostenía el espejo, y me quedé en esa posición, sin saber qué hacer.

Por unos momentos lo único que hice fue mirar el suelo de mi habitación, las tablas angostas de madera café oscuro, una encajando perfectamente después de la otra.

Estaba tan ensimismada en mis pensamientos, recordando su oscura mirada, que no fue hasta que el espejo que sostenía se estrelló contra el suelo que me espabilé de nuevo.

Me sobresalté y vi mi reflejo en cada uno de las docenas de pedacitos de espejo.

Me veía asustada.

Estaba asustada.

"¿Tienes miedo?"

"Deberías"

Sus palabras hicieron eco en mi mente, se repitieron una y otra vez hasta que la cabeza me empezó a dar vueltas.

¿Asustada?

No, no lo estaba. Estaba aterrada.

La mano hecha por pequeñas grietas negras, que ahora aceptaba que no eran para nada violetas y que no eran vasos sanguíneos reventados, no había hecho más que ganar intensidad y terreno.

Las grietas habían comenzado a extenderse, o simplemente habían comenzado a aparecer más sobre mi piel.

Aún se veía la forma de su mano enorme, pero se estaba extendiendo, las grietas ya tocaban lo más alto de mi espalda y estaban a 2 centímetros de llegar a mi hombro derecho.

Quise vomitar por el mero pensamiento.

Estaban invadiendo mi cuerpo.

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Love, Valeria.

Hijo de la Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora