VII.

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Era como el frío, te estremecía, te dejaba sin aliento.

Clearwater tenía una temperatura máxima de 12° C, eso en los días más calurosos y soleados, en primavera e inicios de verano.

Ahora, a mediados de octubre, en pleno invierno, ni mi largo y grueso abrigo gris, ni mi gorro tejido, ni mis guantes de piel, ni mi bufanda resultaban excesivos. En todo caso, resultaban insuficientes.

Mis dientes castañeaban y sabía que, dentro de mis botas de piel y los tres pares de calcetines que me había puesto, mis pies seguían helados.

Pero seguí caminando.

Ajusté mi mochila bien a mi espalda y seguí caminando.

Había metido los libros de las materias que hoy me tocaban, pero aún cuando los estaba metiendo en mi mochila, sabía que era en vano. No los usaría. No hoy.

Cuando tomé la dirección contraria de la que me llevaba a la preparatoria, tomé por fin consciencia de lo que mi subconsciente estaba haciendo, de lo que yo le estaba permitiendo.

Me dirigía al centro de Clearwater. Donde estaban poniendo la feria para Halloween, donde estaba el circo, donde estaba el gitano.

Por un momento el miedo me de tuvo y me quedé de piedra en medio de la acera mirando la carretera. Era muy temprano aún, las tiendas aún no abrían y sólo los estudiantes de preparatoria o las personas que iban al trabajo estaban en la calle.

En el centro no había nadie, más que ellos, los gitanos.

Apreté los puños, yo no era una cobarde. Y lo único más fuerte que el miedo que sentía, era la rabia que sentía.

Caminé de nuevo, más confiada, más segura.

Me emocionaban los enfrentamientos y presentía que hoy tendría uno de esos.

Reprimí una sonrisa.

Se había metido con la chica equivocada, se había metido con la única chica en Clearwater que se hacía más fuerte cuando más miedo sentía.

Incluso conseguí olvidarme por un rato de la picazón abrumadora que sentía en la nuca.

Cuando al fin pude ver de lejos las carpas viejas y sucias del circo, mi corazón se aceleró.

Miré todas, una a una, no había nadie afuera, y aunque lo hubiera, no le habría preguntado, no confiaba en ningún gitano.

Intenté adivinar en qué carpa se encontraría el domador.

Recordé la manera tan efusiva en que el hombrecito lo había presentado, como si fuera la súper estrella, imaginaba que la súper estrella tendría la carpa mediana, la única más grande que el resto, donde suponía dormían los acróbatas y contorsionistas, y más pequeña que la carpa principal.

Irónicamente, era la carpa más desgastada y sucia, ligeramente más oscura que el resto. El paso de los años había hecho mella en su aspecto.

Encontré la parte donde la carpa se dividía en dos y formaba un efecto de cortina a medio abrir, la puerta.

Sabía que si pensaba en mis acciones demasiado, al final me acobardaría y toda la adrenalina que mi coraje había acumulado se iría, así que sin darle rodeos, abrí la carpa.

Tragué saliva.

El gitano estaba sentado sobre un camastro, con los codos recargados sobre sus rodillas y sus ojos negros entrecerrados.

Me miraba sin sorpresa, inexpresivo.

Lo supe en ese momento, él me estaba esperando.

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Love, Valeria.

Hijo de la Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora