Olla de presión

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-Le daré veinte libras más si no hace ninguna pregunta -Prometió Albus al percatarse de como los ojos del taxista vagaban por la bata de hospital que aún cubría la parte superior de su cuerpo.

  El viejo hombre volvió la vista al frente, dirigiéndose inmediatamente a la dirección anteriormente otorgada.

  Su teléfono vibró en el bolsillo de su pantalón. Usó su brazo bueno para sacarlo, claro que sin poder evitar el inminente dolor de su costado, supuso que por su cotilla rota clavándosele en la carne interna... O perforando sus pulmones ¿Quien sabe?.

  La pantalla rota se iluminó con mensajes de Scorpius, totalmente paniqueado. Llamada entrante del rubio, rechazada. Llamada entrante de su madre, igualmente rechazada.

  Lo único conveniente de su episodio apático total, era la ausencia de culpa por dejarle a Scorpius todos ese cagadero. Se disculparía luego, pero debía ocuparse de ese asunto antes de que cambiara de opinión.

  Miró por la ventana, estaban a sólo unas cuatas cuadras de su destino. Respiró hondo y cerró los ojos, intentando ignorar el profundo dolor de su cuerpo lo más posible. Resultaba muy difícil con sus múltiples lesiones.

  Su cabeza latía ahí donde las vendas apretaban, el brazo roto punzaba y ni hablar de su torso. Aún así, era consiente de que lo que sentía, solo era una cuarta parte de su dolor real, adormecido en su mayoría por los analgésicos suministrados durante su coma temporal.

  Fue capaz de oír el horrible chirrido de los frenos otra vez, intentó respirar, no podía, se estaba ahogando, a su lado Harry no respiraba, ambulancia, debía llamar a una ambulancia. Debía...

-Chico, hey, chico ¿Todo bien? -Albus abrió sus ojos, parpadeando ante la luz filtrada por el vidrio.

La voz del chofer lo trajo de vuelta a la realidad, se frustró nuevamente al sentir como el pequeño momento de pánico se le escapaba entre los dedos. Su respiración de acompasó, maldijo y giró para mirar al hombre, quien lo observaba por el retrovisor.

  Albus le dio una mala mirada y volvió a su teléfono. No dejó de vibrar durante su pequeño trance. Trazó las letras del nombre de Scorpius. Tenía veinte mensajes nuevos de su madre, borró la notificación antes de que sus ojos curiosos tuvieran tiempo de leerla. 

  El auto estacionó frente el Instituto Hogwarts, sacando a Albus de sus cavilaciones. Tomó cincuenta libras de su bolsillo y las dejó en la mano del taxista.

-Quédese con el cambio.

  Salió del automóvil, cojeando con cuidado a través de la entrada. Hace mucho la jornada escolar había terminado. Por eso no fue problema movilizarse a través de los pasillos sin ser notado.

  Sus piernas, por obra de un Dios en el que en realidad no creía, no sufrieron más daño que una cortada superficial en el muslo y una tanda de hematomas. Sin embargo, el movimiento no le hacía ningún bien a sus costillas.

  Llegó a la puerta que deseaba, jadeando y sosteniendo su estómago. El vomito subía vertiginosamente por su garganta. Sus piernas, aunque útiles, parecían de gelatina, amenazando con dejarlo caer en cualquier momento.

  Hizo su último esfuerzo al enderezarse, espalda recta y barbilla en alto. La presencia lo era todo.

  Dio dos toques firmes con su mano sana, no hubo respuesta. Golpeó de nuevo, con un poco más de fuerza. Nada. Frustrado y cansado de la vida, pateó. Gimió por el latigazo que azotó su columna tras el rudo movimiento.

  No podía creer que había ido hasta allí para nada. Maldijo en voz alta. Sintiendo el nudo en su garganta prensando con crueldad.

  Se giró para irse, pero en eso escuchó una voz suave detrás de él.

-¿Albus? Dios mío, Albus. ¿Qué estás haciendo aquí?.

  Confusión y preocupación inundaron las normalmente apacibles facciones de Neville. Albus se sintió respirar de nuevo.

-Vine a verte -Respondió. Su garganta aún ardía y picaba, tenía que tomar agua en la próxima oportunidad que tuviera.

-Dios, espera Albus, deberías estar en el hospital, no estás bien. Llamaré a tu madre, espera...

-Necesito hablar contigo.

-¿No podías esperar a que al menos te dieran el alta?.

-Si no venía ahora, no vendría nunca -Neville lo miró, Albus tragó seco- Creo que me estoy volviendo un psicópata, Nev.

  Eso detuvo por completo el ademán del profesor de sacarse el teléfono del bolsillo.

  Se quedó parado allí, con los ojos como platos y una expresión que Albus, en su patético estado, no tenía ánimos de intentar descifrar.

-¿Por qué no entramos a mi oficina?.

Pelear, besar y... ¿Como es que iba? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora