Capítulo 5 "Los inventos"

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    Aquella noche, Selina y Bruce quedaron en unos de los restaurantes que más le gustaba visitar al Señor Wayne. Era un sitio discreto en el centro de la ciudad, junto a la famosa plaza de Gotham. Las luces del parque iluminaban con ternura el ambiente del vecindario, cuyo lugar alvergaba la paz. Lo cierto es que era algo extraño y más con los tiempos que corrían habiendo tanto maleante suelto. Los coches circulaban con calma mientras Bruce se bajaba del auto cuando Alfred le abría la puerta desde afuera. Entonces observaba el local y se colocaba su corbata para estar lo más arreglado posible antes de que llegara Kyle.

    El olor del restaurante era agradablemente característico. Aquella estancia no se trataba de cualquier hospicio, pues allí se juntaba la gente más opulenta de la capital. Bruce caminaba por el sendero de piedra que atravesaba el jardín de la terraza aislada para tapear y pasaba al interior para pisar la alfombra roja de la entrada. El mesero no tardó en acercarse a él para ofrecerle su trato, ya que lo había reconocido nada más entrar por la puerta.

    —Señor Wayne, es un placer verle de nuevo —le dijo con una sonrisa de oreja a oreja—. ¿La mesa de siempre?

    Ese hombre no podía ser más cobista, a pesar de que pudiera sentir una repugnancia inmensa hacia su persona. Mas Wayne no lo culpaba. De hecho, de eso se trataba su trabajo, de ofrecer a los comensales el mejor trato posible para que estos volvieran.

    —Por favor —le respondió Bruce, respetuoso.

    Tras esto, el mesero movió sus hilos para hacerle sitio a Wayne en una de las mejores mesas del local.
Mientras, este último se entretuvo en una de las barras donde tomó dos copas de color azul. Era un champán especial y el cual tendría preparado para cuando llegase Selina. En parte quería impresionarla. No sabía por qué razón, pero le parecía una mujer interesante y no le importaría conocerla a pesar de vivir el difícil momento en el que se encontraba.
Sin embargo, Kyle era alguien difícil de sorprender. Mas bien ella era a quien le gustaba impactar.
Vestida completamente de negro, Selina aparecía por la entrada. Aunque a diferencia de todas las mujeres que se encontraban allí, ella iba arropada con un mono de una sola pieza con pantalones de campana, pues como buena policía siempre le gustaba llevar los pantalones bien puestos. Su peculiar elegancia sorprendió al mesero y este no tardó en acercarse a la joven.

    —Buenas noches, señorita —tranquilo—. ¿Tiene reserva?

    —Eh, no —respondió inocente—. No sabía que había que reservar mesa.

    En ese momento, Bruce se volteó. Había reconocido su voz, pero sobre todo le encantó su ilustre físico distinguido. Nunca habría imaginado que vería a la comandante de la comisaría en aquel lugar y menos para cenar con él. Sin duda, el destino era inescrutablemente selectivo.
Wayne tomó las dos copas y se aproximó a ambos.

    —Sí —la explicaba el hombre—. Tenemos una lista de espera de unos meses, aunque puede esperar, haber si alguno de nuestros comensales se va.

    —Va conmigo —le interrumpió Bruce.

    El mesero los miró con picardía. Había insinuado con una pequeña sonrisita que los dos estaban teniendo una cita, pues la primera mirada que ambos protagonizaron fue bastante impúdica.

    —Disculpen mi torpeza, caballeros —excusó—. Acompáñenme, pues.

    El hombre, astuto a la vez que disimulado, llevó a Bruce y Selina a la mesa más apartada de la multitud, en la última planta del restaurante. Allí les explicó un poco como podían disfrutar de la velada:

    —Aquí tenéis servicio personalizado y la discrección que deseéis tener y ahora vendrá un compañero para tomarles nota —comentó el taimado mesero—. Sorpréndala, Señor Wayne.

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