Capítulo 10 "Aliados"

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    Con las manos metidas en los bolsillos, El Espantapájaros se mantenía tranquilo ante la presencia de Dinah. No era alguien al que pudiera ver todos los días y su peculiar aspecto sorprendió a la chica.

    —Dicen que fumar es malo, incluso para alguien tan estraordinaria como tú —dijo él, al observar el tabaco que mantenía agarrado ella con dos de sus dedos—. A veces la ansiedad puede llegar a obligarnos a hacer cosas que nunca haríamos sin llegar a tenerla.

    Tras esto, Dinah decidió tomar cartas sobre el asunto y proporcionarle la atención que merecía. El peligro era algo que no quería llegar a conocer y el miedo era algo que ya había descubierto gracias a las amanazas del Pingüino. Así que no iba a dejar que otro desconocido la incitara a tener nuevas inquietudes.
Tiró el cigarrillo y lo pisó son sus tacones de aguja para apagar su llama. Entonces se dispuso a utilizar su voz en caso de que aquel hombre intentara dañarla.

 Entonces se dispuso a utilizar su voz en caso de que aquel hombre intentara dañarla

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    —No te equivoques... —continuó diciéndola con voz suave para detener su impulsiva acción—. A diferencia de los demás yo sé que puedes acabar conmigo, con todos si quisieras...

    El Espantapájaros desveló sus manos desnudas y se las enseñó a la chica para que se diera cuenta de que sus intenciones no eran malas. Estaba desarmado y buscaba algo que solo ella podía ofrecerle.

    —Conozco tu poder, por eso El Pingüino te eligió —la hizo saber, misterioso.

    Mientras, se acercaba a ella con las manos en alto.

    —¡Quieto! —le pidió Dinah—. ¡No te acerques más!

    Él paró sus pasos para evitar que la chica gritara. Solo quería hablar con ella, pero no parecía cooperar en la conversación. Estaba aparentemente asustada y se notaba que lo único que quería era marcharse y desaparecer de toda esta historia.

    —No le protegas, Diha —la dijo después, refiriéndose al desalmado de Oswald—. Deja que El Joker lo mate, solo así estarás a salvo.

    Intentando reducir su estado de nervios, Dinah respiró profundo mientras observaba con detenimiento los rasgos de aquella máscara que ocultaba la verdadera identidad de aquel hombre entrometido. Sus ojos brillantes se clavaban en ella y supuraban justicia.

    —¿Quién eres? —se atrevió a decirle, valiente.

    Dejando caer sus brazos, El Espantapájaros se mantuvo callado durante unos segundos. Pensaba en qué contestarla porque hasta entonces tuvo muy claro las palabras que iba a decirla, hasta que la tuvo delante de sus ojos.

    —Pudimos habernos conocido antes —terminó diciéndola—, pero a diferencia de ti, yo me quedé junto a Oswald cuando ocurrió el asesinato en la sala.

    Sin embargo, Dinah no comprendió lo que quiso decir, hasta que El Espantapájaros desveló su cara al quitarse la máscara que había tapado su rostro durante todo este tiempo. Entonces entendió por qué la sonaba su voz, pues él fue uno de los hombres que había estado con Oswald mientras ocurría el asesinato de sus matones en el interior del local.

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