Capítulo 11 "La presa"

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    La noche oscura recaía sobre el tenebroso bosque de Gotham. Allá donde nadie era capaz de llegar caminando debido a la niebla, multiples coches de lujo surcaban la tétrica carretera que llevaba a la famosa mansión de Oswald Chesterfield.

    Muchos de los asistentes sabían a lo que iban. Varios ya se conocían entre sí y buscaban nuevas salidas de negocio que el mismísimo Pingüino les proporcionaba. Aun que esta vez tapaban sus rostros con distintas máscaras y antifaces decorados con formas de animales para que nadie los reconociera.

    Entre ellos, gran parte del cuerpo policial se mantenía oculto en sus coches camuflados, mientras observaban atentos la llegada de todos los invitados.
En uno de ellos se encontraba Selina, preparada con su chaleco antibalas y armada como todos sus hombres esperaba cauta el momento correcto en el que intervenir en la fiesta, pues quería situar al hombre al que se conocía como El Pingüino. Y junto a ella, en el asiento del conductor, Jonathan Crane esperaba sus órdenes para comenzar a actuar.
Sin embargo, Kyle estaba desconcentrada y no hacía otra cosa que mirar una y otra vez las llamadas que Bruce le había hecho durante el día. Pero estaba trabajando y no podía estar pendiente de eso, no ahora.

    —¿Qué hacemos? —la preguntaba él—. ¿Entramos en varios equipos?

    En ese momento, ella bajó el sonido de su móvil y desactivó la vibración antes de guardarse el teléfono en el bolsillo y le contestó pensativa:

    —No —mientras observaba la enorme entrada de la mansión—. Mira. Todos están entrado a cuentas gotas. Llamaremos demasiado la atención si lo hacemos de mucho en mucho —haciendo una pausa—. Podríamos pasar nosotros dos para ver qué se cuece dentro y avisar a los agentes en el caso de que tengan que intervenir.

    Tras esto, Jonathan carcajeó. Ya había visto los disfraces que algunos de los asistentes se habían puesto para la ocasión y él y Selina iban de policías.

    —¿Y cómo vamos a pasar?

    —Tranquilo, para eso tengo un plan —le dijo, al mismo tiempo que se quitaba el cinturón para disponerse a salir del vehículo.

    —Ah, me parece bien —sorprendido.

    —Atención —retransmitió Selina a través de su enano walkie—. Que todos los agentes se mantengan al margen de la misión hasta nuevo aviso. Yo misma les diré cuando intervenir.

    Ambos se bajaron del auto y caminaron juntos hacia uno de los vehículos que acababa de aparcar en uno de los huecos de alrededor. Era un coche de alta gama, algo inalcanzable para un ciudadado con un sueldo normal. Selina observó a sus integrantes y se fijó descaradamente en las chaquetas que llevaba puesta la pareja. Sin embargo, ninguno de los agentes decidió acercarse hasta que los invitados abandonaron los asientos de su automóvil.

    La pareja, embriagada por su delirio de poseer tanta clase, se mantuvo serena a la vez que tranquila ante los policias. Entonces, Selina les enseñó su placa.

    —Solo queremos registrar su vehículo —les decía ella al hacer una pausa—. Después, podrán seguir su camino.

    La pareja se miró entre sí, acobardada. Pero a Jonathan no se la daban. El traje de pingüino que llevaba puesto aquel noble delataba su relación con Oswald Chesterfield y su firme compostura transmitía desconfianza y miedo. Crane estaba seguro de que aquel hombre estaba pensando en probar el arma que llevaba escondida en uno de sus bolsillos contra ellos. Así que él reaccionó antes e interrumpió a Selina para alzar su pistola y apuntar al señor.

    —Crane, ¿qué haces? —preocupada, tras ver a la pareja poner sus brazos en alto—. Vas a conseguir que nos descubran —mientras observaba desde el otro lado de la rotonda a los matones que daban paso a los invitados, en la puerta.

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