capitulo 1

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"El amor es paciente; el amor es indulgente; el amor no es envidioso ni jactancioso ni insolente ni grosero. No insiste en su propio camino; no es irritable ni resentido; no se alegra del mal, sino que se alegra de la realidad."

Corintios 1 -13.

El cielo estaba tan relajado que fingía estar posado justo encima de la ciudad. El mundo pasó tan repentinamente mientras repiqueteaba por la acera. Avancé velozmente en mi bici; escuchando el sonido de las ruedas sobre el concreto y su golpeteo sobre las grietas cada vez que progresaba. Era una tarde templada y el aire hacía que se me taparan por completo los oídos. Había estado así a diario desde que mi familia y yo nos mudamos aquí, hacía catorce años.

Seguí mirando hacia arriba, admirando aquellas aterciopeladas y esponjosas nubes estrelladas en aquel hermoso cielo azulado. Me encantaba ver el cielo azul, sobre todo cuando...

—¡CUIDADO!

Tan pronto escuché aquél grito de advertencia, mis piernas perdieron su centro en

el camino y gracias a eso logré caer sobre un pavimento lodoso y pastoso. «¡Ahg! Ni para andar en bicicleta con rueditas sirvo». Estaba acostumbrada a recibir ese tipo de caídas, pero aún así, esa fracción de segundo antes de cada caída siempre resulta desorientada. Cuando perdí el equilibrio, sentí como si todo el mundo se hubiera volteado de cabeza. Besé el suelo con tanta fuerza, que sentí el doloroso rebote que daba en mi mandíbula.

—¡Dios santo! —Rápidamente se acercó a inspeccionar de que no me hubiera pasado algo malo—. ¿Te encuentras bien, amiga?

—Sí, creo que sí.

Pronto mi amiga me estrechó su mano para poder levantarme y sacudir la tierra que reinaba en toda mi ropa, sobre todo en mis pantalones.

—A ver si para la próxima tienes el cuidado fijo y la mirada al frente al conducir, tonta.

—Vale, eso haré —mencioné reincorporándome en el asiento de la bici, lista para seguir con mi recorrido—. A ver quién llega primero a mi casa, ¿vale?

—¿Así de fácil? Muy bien. Verás que yo te voy a ganar

—Como dijo el ciego, eso lo veremos.

—Que mala eres con el pobre ciego. Pero está bien.

En cuanto mi amiga dijo eso, lo primero que hizo fue encaminarse hacia donde había dejado su bici estacionada, mientras yo la seguía en la mía.

—Bien —Realizó la misma acción que yo antes de seguirla y prosiguió con su indicación—, a la cuenta de tres conduciremos lo más rápido posible hasta tu casa. Uno, dos...

—¡TRES!

Conduje con el mayor límite de velocidad posible hasta llegar a mi casa. Mientras dejaba a mi amiga molesta, sin palabras y persiguiéndome por la pequeña carretera hasta rebasarme y tener la esperanza de ganarme en la carrera.

Mi nombre es Cirila. Si, así me llamo; Cirila. Mi madre me puso ese nombre porque cuando yo era bebé, me llevó a la iglesia en brazos acompañada de mi padre; quién cargaba a mi hermana, Priscila. Y al observar una ventana la cual traía dibujada a la santa mártir Cirila de Roma, de inmediato me puso ese nombre. Mis padres y yo somos oriundos de Mazatlán, Sinaloa. Ahí es donde nací. Pero en cuanto cumplí mi primer año de vida, a mi padre le habían dado un buen trabajo en la Ciudad de México. Y fue así como nos tuvimos que mudar permanentemente a este lugar.

Al principio no pude adaptarme al lugar. Sobre todo por el tema de la escuela y las amistades que podría formar allí. Creí que nunca iba a encontrar una buena mejor amiga o amigo. Alguien con quién pudiera salir y contarle todo lo bueno y malo que pasa en mi vida. Pero después de mucho tiempo, al fin había encontrado esa gran compañía. La chica que va manejando como cafre, detrás de mí y a punto de querer alcanzarme, es Dayma, mi mejor amiga. Nos conocemos desde muy chicas. Desde que íbamos en primero de primaria, no lidiamos mucho. Tan solo cuando íbamos en tercer año; yo me encontraba en una situación muy pesada; dos niñas andaban peleando por cuál de ellas sería mi mejor amiga, involucrando a la profesora y también a mí. Me sentía muy angustiada y triste por no saber a cuál de las dos elegir como mi mejor amiga, sin dañar a la otra. Hasta que una mañana en clase de español, una chica castaña, ojiverde y con una cara pálida, se sentó en una silla frente a la mesa en dónde me encontraba y me dijo:

STAR, la fuerza del amor © N°1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora