Introducción

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El sonido de un corazón palpitando con fuerza lo colmó todo a su alrededor. Latía rápido, con vigor y pronto, se le sumó un quejido, seguido por una respiración dificultosa y pesada. Muchas voces de fondo, murmullos nerviosos, imposibles de entender.

Un parpadeo de luz. Luego otro. Y uno más. Le costaba enfocar la vista. Todo era demasiado borroso, lejano. Cerró varias veces los ojos en un intento por aclarar la imagen que tenía frente a él. Entonces, comprendió que se trataba de un vientre redondo y abultado.

Un par de manos lo cubrían casi por entero. Apenas lo tocaban, pero de sus palmas se expandía una dorada y brillante luz que reconoció en el acto. Era la energía sanadora.

Centró su atención de nuevo en aquellas grandes manos que lo abarcaban todo. ¿Eran las suyas? No, él no usaba accesorios y en una de ellas, había un llamativo anillo de oro que acaparó de inmediato su atención. La letra M pareció brillar al igual que sus palmas mientras de estas fluía el poder de la fuente vital.

Entrecerró los ojos en cuanto la luz se volvió más intensa y casi un instante después, el llanto de un bebé se alzó por encima de los demás sonidos. Un destello rojo parpadeó antes de que la imagen cambiase por completo.

Ahora se encontraba en el exterior, bajo el manto del sol del mediodía. Sonido de risas, fuertes pisadas y el rechinar de una hamaca oxidada. Parecía el patio de una escuela. Un largo y rojizo cabello ondeaba con cada movimiento que hacía adelante y atrás. La niña estaba de espalda y de pronto, la urgencia por ver su rostro lo invadió con fuerza, sorprendiéndolo.

Amagó a dar un paso hacia ella cuando el entorno cambió de nuevo. Era un cuarto pequeño, como los que se usan para guardar los objetos de limpieza, y había alguien dentro. Lloraba desconsoladamente. Desde afuera se oía un canto infantil, risas y burlas. Podía sentir la angustia de aquella pequeña y todo en él se sacudió ante la ira que inesperadamente eso le provocó.

Extendió una mano hacia ella deseando consolarla. Quería decirle que todo estaría bien, que no tuviese miedo, que él no dejaría que nadie le hiciera daño. Sin embargo, la imagen cambió otra vez justo antes de poder alcanzarla.

Ahora se encontraba en una habitación oscura, fría y desolada. En lugar de una niña, había una mujer, sentada en la misma posición, su espalda contra la pared y sus piernas flexionadas. Mantenía la cabeza oculta entre ambas rodillas mientras que el cabello caía por sus hombros hacia los costados de su cuerpo.

Intentó llamarla, pero de su boca no salió ninguna palabra y aunque pensó en acercarse, no lo hizo. Temía que volviese a esfumarse delante de él si lo hacía. Por eso, no se movió del lugar y la observó con atención, procurando memorizar cada detalle de ella. Sus manos estaban entrelazadas y alrededor de sus muñecas, oscuras manchas teñían su piel blanca, casi traslúcida.

Contuvo un gruñido al comprender que eran moretones. No estaba seguro de si ella podía escucharlo y no quería asustarla. No más de lo que ya estaba, al menos. No sabía a qué se debía, pero algo en esa chica lo atraía como imán, con una fuerza que logró asombrarlo cuando pocas cosas lo hacían. Nunca antes había experimentado algo similar.

Incapaz de seguir conteniéndose, se inclinó hacia adelante. Maldijo cuando una vez más, todo se volvió borroso. ¡Mierda! ¿Por qué carajo no podía tocarla?

Un destello rojo hizo que mirara hacia arriba. Ya no estaban en el pequeño cuarto, sino en un desértico y abandonado pasillo. Vestida con un camisón blanco y largo hasta los tobillos, caminaba descalza. Alrededor, se podían escuchar lamentos y risas macabras. ¿Dónde estaban? Y más importante aún, ¿hacia dónde se dirigía ella?

La observó alejarse en dirección a la escalera y la siguió sin dudarlo, incluso a riesgo de que volviese a desaparecer. Por fortuna no lo hizo, pero tampoco consiguió darle alcance. Era como si con cada paso que daba, retrocediera en lugar de avanzar. Afuera, la noche era cerrada, aunque un reflejo rojizo se filtraba por las ventanas como proveniente de un luminoso y parpadeante cartel de neón.

Como si fuese el espectador de una trágica obra de teatro, la vio subir hasta lo más alto y salir a la terraza. En sus brazos desnudos, se deslizaban largos senderos de finos hilos de sangre, los cuales goteaban sobre el suelo, dejando un camino tras ella, cual migajas de pan.

Entonces, una ráfaga de viento la golpeó, apartando el pelo de su rostro en el acto. Todo en él vibró al verla. Era increíblemente hermosa. Desde el cielo, una redonda y brillante luna al rojo vivo arrancaba destellos de su largo y revuelto cabello. Era un eclipse... La luna de sangre.

La vio avanzar hacia el borde de la cornisa y su corazón palpitó con fuerza. ¿Qué estaba haciendo? Tenía que detenerla o caería al vacío. Y lo peor era que ella ni siquiera parecía darse cuenta de lo que sucedía. Con un andar lento y pausado, caminaba sin detenerse hacia una muerte segura. Era como una marioneta manejada por alguien más.

De repente, sintió una fuerte descarga a lo largo de su columna, un intenso poder colmándolo por dentro. La energía se arremolinaba peligrosamente en su pecho mientras sus manos comenzaron a arder a la vez que irradiaban luz. No sabía qué era, pero algo en ella lo provocaba.

—¡No! —gritó con desesperación al verla dar el último paso.

Rafael despertó sudado, agitado y con el corazón acelerado. La cabeza le dolía, sus sienes palpitaban y sentía un extremo cansancio, como si regresase de una fiera batalla.

"Fue un maldito sueño", se dijo a sí mismo, intentando calmarse. No obstante, sabía que no había sido solo eso. Se trataba de una premonición, confusa e inconexa por supuesto, como las que siempre solía tener, pero visión al fin. Y esta vez, una mujer estaba involucrada. No tenía idea de quién era, pero estaba seguro de que lo necesitaba. Tenía que encontrarla antes del próximo eclipse. Solo él podía salvarla.

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¡Hasta el próximo capítulo! ❤

Su ángel vengadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora