Capítulo 3

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Sus puños golpeaban, implacables, contra la bolsa de arena que colgaba en un extremo de aquel cuarto convertido en sala de entrenamiento. Al igual que los humanos, ellos también se ejercitaban arduamente para mantenerse fuertes y en forma. No importaba que el poder corriese por sus venas por naturaleza, en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo era fundamental la resistencia, contar con una excelente preparación física y disponer de un vasto conocimiento de las técnicas de combate.

No obstante, no era esa la razón que impulsaba a Rafael a arremeter con tanta saña contra su inanimado contrincante. Como si estuviese poseído por el mismísimo diablo, golpe tras golpe, descargaba toda la impotencia que lo embargaba desde el mismo instante en el que abrió los ojos esa mañana. Durante días, o más bien meses, luchaba con la enorme frustración de no poder hallar una respuesta satisfactoria a sus interrogantes, en especial el que tenía que ver con aquella hermosa y misteriosa mujer que invadía sus sueños e, incluso, su vigilia.

Si bien sus visiones siempre habían tenido un efecto negativo en él, un impacto directo en su cuerpo que lo dejaba casi sin fuerzas, nunca antes habían provocado que su poder se activase, mucho menos estando aún dormido, y eso le preocupaba bastante. ¿Acaso estaba empezando a perder el control de sí mismo? Con un gruñido, lanzó un gancho de derecha que hizo crujir la argolla que sostenía la pesada bolsa, y continuó descargando en esta su furia contenida. La violencia empleada hizo que sus nudillos ardieran con cada embestida, pero no le importaba. Ya se curaría más tarde.

Era consciente de que su extraño don de la clarividencia era incierto e inmanejable y hacía tiempo que había dejado de intentar controlarlo, por lo que se limitaba a sacar provecho de este cuando podía y cuando no, simplemente lo desechaba. Pero esta vez no podía hacer eso. No desde que ella había aparecido en sus sueños. Algo en su interior lo impelía a buscarla, a encontrarla y protegerla. Sin embargo, por mucho que se esforzara, no hallaba la respuesta a ese enigma y eso comenzaba a desesperarlo.

Necesitaba con urgencia saber a quién pertenecían esos brillantes ojos verdes que refulgían con terror en sus visiones. Esos que habían quedado grabados en su memoria y lo acompañaban a cada minuto del día. ¿Quién era ella y dónde estaba? Y más importante aún, ¿por qué carajo no podía dejar de pensarla? Estaba seguro de que esa vulnerable joven pertenecía a su futuro, así como también que debía salvarla. Lo que todavía no podía precisar era de qué, o peor aún, de quién. Sentía como el tiempo se agotaba y no había nada que pudiese hacer al respecto.

—¡La puta que los parió! —gritó con furia a la vez que lanzó otra trompada contra la bamboleante bolsa.

A continuación, arrojó otra y luego, una más. Y no se detuvo allí. No podía. Asaltado por una efervescente y peligrosa ira, continuó descargando toda la frustración acumulada hasta que finalmente, con un gruñido, la pateó con tanta fuerza que esta terminó zafándose del gancho, cayendo contra la pared opuesta.

Un largo silbido proveniente de la puerta lo alcanzó haciendo que volteara en su dirección. De pie, apoyado en el marco y con una sonrisa torcida, Jeremías lo observaba con admiración.

—Eso sí que fue intenso. Sabés que no puede devolverte el golpe, ¿no?

En otras circunstancias, Rafael habría sonreído ante ese comentario, pero la inquietud que todavía podía sentir en su interior le impedía pensar claramente. Y sabía que su hermano podía verlo. Era imposible no hacerlo.

—Ahora vas a tener que limpiar todo este desastre antes de que Alma te lance encima a Ezequiel —provocó, de forma burlona—. Ojo, no me estoy quejando. Normalmente soy yo quien hace estas cosas.

La respiración de Rafael era rápida y sus ojos, fijos en los suyos, advirtieron a Jeremías de la oscuridad que flotaba cerca de la superficie. Eso lo sorprendió. Si bien sabía que, al igual que él, no había dejado de buscar una explicación a lo sucedido años atrás con su hermano mayor y que la falta de resultados lo frustraba, tuvo la impresión de que había algo más que lo perturbaba. Sin cambiar su expresión socarrona, lo pinchó un poco más, dispuesto a descubrir qué lo tenía así.

Su ángel vengadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora