Capítulo 11

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La preocupación fue en aumento cuando, tras cerrar la puerta, vio a Rafael pasearse, inquieto, de un lado al otro en su habitación. Incapaz de pronunciar palabra, se quedó inmóvil junto a la entrada, contemplando su errático andar. Se retorció las manos, nerviosa. La idea de haberlo ofendido de alguna manera o de que quizás su hermano se hubiese incomodado por su distendido comportamiento con el niño, no dejaba de rondar por su cabeza. Para ella había sido algo natural, pero ahora que lo pensaba, tal vez se había excedido un poco.

—Perdón, no debí dejarme llevar de ese modo.

Este se volvió hacia ella nada más oírla.

—¿Qué? —preguntó, confundido.

—Con David —aclaró—. Solo intentaba animarlo un poco... Estaba aburrido y pensé que... No creí que eso pudiera molestarles. Yo...

Rafael notó la tristeza en su voz, así como un agobiante sentimiento de culpa, y se maldijo a sí mismo por haberse quedado callado y dejar que imaginase cosas que no eran. ¿Cómo podía pensar que cualquiera de ellos se enojaría porque se relacionara con el niño?

—No es eso, nena —se apresuró a decir mientras avanzaba hacia ella—. Verte jugar con mi sobrino fue increíble —continuó, acunando su rostro entre sus manos.

—¿Entonces qué es lo que te puso así? Vi cómo te cambiaba la cara al vernos. Algo va mal.

Él negó con la cabeza.

—Perdoname vos a mí por haberte hecho sentir así —susurró a la vez que le acarició las mejillas con ternura—. No hay nada malo en que juegues con David. Al contrario, verlos divertirse juntos me hizo muy feliz. —Inspiró profundo—. Es solo que en ese momento me di cuenta de que hay algo que no te dije antes y te afecta directamente.

Luna frunció el ceño.

—¿A qué te referís?

Rafael le sostuvo la mirada por un instante antes de apartarse y darle la espalda. Lo avergonzaba haber sido tan descuidado y temía que luego de decírselo, ella lo odiara. Avanzó hasta el escritorio, lleno de papeles y libros amontonados, y apoyó ambas manos sobre la madera. Cerró los ojos en un intento por reunir el coraje necesario y volvió a girar hacia ella.

—Anoche te hablé de lo que pasó con Ezequiel y lo mucho que esperaba... que espero —se corrigió— que suceda conmigo también, pero no te dije que él no fue el único que cambió. Alma también lo hizo.

—Pero ella es humana —afirmó, más que preguntó.

Había estado en su compañía durante horas y no notó nada extraño en la mujer. Por supuesto, tampoco se había dado cuenta de que Mateo era un demonio hasta que este se rebeló a sí mismo. Aun así, le parecía raro no haberse percatado de que hubiese algo diferente o singular en ella.

—Sí, lo es. Eso nunca cambió. No desarrolló poderes, ni le crecieron alas —se animó a bromear, esbozando una débil sonrisa, aunque esta no alcanzó sus ojos. Lo aterraba la posibilidad de encontrar arrepentimiento en su mirada cuando le dijera lo que había omitido sin siquiera proponérselo—. Lo que sí obtuvo fue su inmortalidad.

Hizo una pausa para permitirle procesar lo que acababa de confesarle. Había cometido el error de pasarlo por alto antes y no iba a restarle importancia ahora. Sin embargo, no le parecía demasiado afectada por su declaración.

—Entiendo.

Frunció el ceño ante su respuesta. ¿En verdad lo hacía? No estaba tan seguro de eso. El ser humano muchas veces reacciona de forma extraña ante situaciones que no tienen explicación lógica.

Su ángel vengadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora