capitulo 2

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—La he encontrado. Franco se quedó de piedra.

Era lo que llevaba esperando desde el mes de junio, pero en ese momento le daba miedo formular la pregunta. Sintió que le daba un vuelco el corazón, se reclinó en la silla y miró al detective en busca de pistas.

—¿Dónde? —le preguntó al fin.

—En Suffolk. Está viviendo en una casita.

«Viviendo», pensó y su corazón recuperó el ritmo normal.

Durante todo ese tiempo había temido que...

—¿Está bien?

—Sí, está bien.

—¿Sola?

El hombre hizo una pausa.

—No. La casa pertenece a un hombre que se llama Leandro Santos. Trabaja en el extranjero, pero viene y va.

Cielos. Se sentía tan mareado que no fue capaz de registrar las últimas palabras que le habían dicho.

—¿Que tiene qué?

—Bebés. Dos gemelas. Tienen ocho meses.

—¿Ocho? —repitió él—. ¿O sea, que él tiene hijos?

—Al parecer, no. Creo que son de ella. Lleva viviendo allí desde mediados de enero del año pasado, y las pequeñas nacieron durante el verano... en junio, según decía la mujer de la oficina de correos. Fue de gran ayuda. Creo que ha habido muchos rumores sobre su relación.

Estaba seguro de ello. Cielos, deseaba matarla. O a Santos. Quizá a los dos.

—Por supuesto, según las fechas, parece que estaba embarazada cuando lo dejó, así que podrían ser sus hijas... o podría haber tenido una aventura con ese tal Santos.

—Sólo dedíquese a su trabajo. Yo haré los cálculos —soltó Franco, tratando de ignorar la idea de que hubiera podido serle infiel—.

¿Dónde está? Quiero su dirección.

—Todo está aquí —dijo el hombre, y le entregó un sobre—Con mi factura.

—Me ocuparé de ella. Gracias.

—Si necesita algo más, señor Reyes, cualquier otra información...

—Me pondré en contacto con usted.

—La mujer de la oficina de correos me dijo que Santos está fuera en estos momentos, si le sirve de algo —añadió antes de abrir la puerta.

Franco miró el sobre y esperó a que se cerrara la puerta para abrirlo. Al ver las fotos que contenía, se le cortó la respiración.

Sara estaba preciosa. Aunque diferente. Tenía el cabello más largo y lo llevaba recogido en una coleta, de forma que parecía más joven y más libre. Ya no llevaba mechas rubias y su cabello volvía a ser castaño, con un pequeño rizo al final de la coleta que hacía que él deseara acariciárselo y tirar de él con suavidad para atraerla de nuevo a su lado.

También había engordado una pizca, pero le sentaba bien. Parecía feliz. Curiosamente, a pesar de que había estado desesperado por tener noticias de ella durante un año, tres semanas y dos días, no era Sara la que llamaba su atención después del shock inicial. Eran los bebés que aparecían sentados en un carrito de supermercado.

Dos gemelas preciosas.

¿Sus hijas? Era una posibilidad. Sólo tenía que mirar el cabello rubio, tan parecido al suyo cuando tenía esa edad. Era como si estuviera mirando una foto suya de cuando era pequeño.

Doble Sorpresa - Sarita y Franco -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora