capitulo 7

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—Será mejor que haga algunas llamadas —dijo él al día siguiente, mientras desayunaban—. Primero a Andrea.

—¿Y a tu madre?

—Sí. A ella también. Pero primero solucionaré los asuntos laborales.

—Iré por tu teléfono —dijo ella, y corrió al piso de arriba. Nada más regresar, se lo entregó—. Parece que tienes varias llamadas perdidas.

Él miró la pantalla y suspiró resignado.

—Tengo que ocuparme de algunas de ellas.

—No lo dudo. Tienes una hora —dijo Sara, antes de tomar a las niñas en brazos para llevarlas arriba y bañarlas—. Hoy vais a conocer a vuestra abuela —les dijo con una sonrisa—. Os va a adorar.

Pero Sara se percató de que, quizás, con ella se mostrara un poco distante después de haber estado todo un año sin contacto.

...

—¡Renata, no! —exclamó y agarró a la niña antes de que se cayera hacia atrás—. ¿Cuándo has aprendido a ponerte de pie? Vas a ser una pilla, ¿no? Renata se rió y, agarrándose a la colcha de la cama, se puso otra vez en pie.

—Vas a ser un problema —dijo Sara, y se percató de que Regina había salido gateando de la habitación hacia las escaleras—.¡Regina! —la llamó, y salió corriendo a buscarla, pero se encontró con Franco sentado en el escalón de arriba sujetando a su hija en brazos.

—Creo que necesitas una valla para la escalera —dijo él. Sara asintió.

—Sí. He comprado una, pero no puedo montarla. No es suficientemente ancha. Tengo que buscar otra.

—Yo lo solucionaré —dijo él. Se puso en pie, levantó a Regina en el aire y le hizo una pedorreta en la tripa.

Cielos. ¿Franco haciendo pedorretas? Quizá, después de todo, hubiera esperanzas...

...

Andrea era maravillosa.

Eficiente, inteligente y muy mayor para Franco, en caso de que a Sara le preocupara. Aquella mañana, Andrea miró a ambos y sonrió.

—Bien —le dijo a Franco—. Por fin pareces una persona. Necesitabas un descanso.

—Me estoy volviendo loco —dijo él, pero Andrea sonrió y se volvió hacia Sara.

—¿Se porta bien?

—Más o menos. Siempre intenta robarme el teléfono.

—Es implacable. Deberías saberlo.

—Pero no es un juego.

—No. Y creo que él lo sabe. Si no, no estaría aquí contigo. Ahora, si me lo prestas un rato, hay varias cosas que tiene que solucionar. Después, te lo devolveré.

—Puedes pasar —le dijo él—. Para que veas qué estamos haciendo.

—Estaremos bien aquí fuera —contestó Sara, y se sentó en su antiguo despacho con las niñas. Miró a su alrededor. Nada había cambiado, excepto ella. Y al parecer, había cambiado muchísimo, a juzgar por la expresión del hombre que asomó la cabeza por la puerta.

—Huy, lo siento. Estaba buscando a Andrea. Ella sonrió.

—Hola, Stephen —le dijo.

—¿Sara?

—Sí, soy yo.

Stephen soltó una carcajada.

—Bueno... ¿Cómo estás? Pensé...

Doble Sorpresa - Sarita y Franco -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora