capitulo 6

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Franco llegó a la M25 antes de recuperar el sentido común. Tomó la primera salida, paró en un área de servicio, apagó el motor y golpeó el volante con las manos.

¿Qué diablos estaba haciendo? ¡Ella sólo estaba bromeando! Eso era todo. Nada drástico. Sara solía tomarle el pelo, pero él lo había olvidado. Había olvidado todo tipo de cosas. Lo que sentía al abrazarla, al acariciarla, al penetrarla...

Tragó saliva. No. No podía permitirse pensar en eso.

Era demasiado pronto, todavía le quedaba mucho para que Sara le permitiera tanto. Pero la deseaba, quería tocarla, abrazarla, sentir su calor.

Se sentía solo. Demasiado solo sin ella.

Así que no podía hacerlo, no podía tirar la toalla, dejar a sus pequeñas y salir huyendo ¡porque ella había bromeado sobre el maldito ajo!

Tras un suspiro, arrancó el motor, salió del aparcamiento y regresó hacia la A12 para volver junto a su esposa.

Franco no regresaba.

Sara estaba sentada junto a la ventana y, acurrucada contra el cristal, había esperado a que cerrara el pub, pero no había rastro de Franco.

¿Y si había tenido un accidente? ¿Y si se había salido de la carretera a causa del enfado? Durante los últimos días había estado muy enfadado, más enfadado de lo que ella lo había visto jamás.

¿Era culpa de ella?

Debía de serlo, si no, ¿qué más podía ser?

Y a saber dónde estaba él, quizá con el coche volcado en cualquier lado.

De pronto, unos faros iluminaron el jardín, cegándola mientras Franco apagaba el motor. Ella oyó cómo cerraba la puerta del coche y el sonido de sus pisadas sobre la grava.

Franco se detuvo para mirarla a través del cristal. Después, negó con la cabeza y se dirigió a la puerta.

—Lo siento —dijo, una vez en el interior.

—No, yo soy quien lo siente —respondió ella, y se acercó—. No debería haber sido tan mala contigo.

—Está bien, no es culpa tuya. Reaccioné de manera exagerada.

—No, no. Lo hiciste lo mejor que pudiste. Yo sabía que no sabes cocinar, y debería haberte ayudado en lugar de ponerte en un apuro por haberme criticado.

—Mi intención no era criticarte. Sólo preguntaba. Lo siento si te pareció una crítica.

Demasiados «lo siento». ¿En boca de Franco? Ella negó con la cabeza y se acercó a la cocina.

—Olvídalo. ¿Has comido?

—No. Me iba a casa. Llegué a la M25 antes de recuperar el sentido común.

Sara frunció el ceño.

—¡Eso está a ochenta kilómetros!

—Lo sé. Estaba... Bueno, digamos que tardé un poco en calmarme. Lo que es ridículo. Así que no, no he comido, y sí, por favor, si no se ha estropeado. Y no es que crea que quizá lo hayas estropeado. Yo ya hice mi trabajo.

—Está bien —dijo ella, dispuesta a comérselo aunque le dieran arcadas—. Bueno, creo que ¿estaba a punto de servirte un vaso de vino?

Él se rió.

—Suena bien.

—¿Blanco o tinto? Franco sonrió.

—Tinto. Compensará el ajo —dijo con ironía.

Doble Sorpresa - Sarita y Franco -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora