capitulo 9

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—¿Estás segura?

—Sí.

Franco respiró hondo, la miró con los ojos entornados, se puso en pie y le tendió la mano para levantarla. Ambos se miraron a poca distancia, pero sin tocarse.

—No tienes que hacerlo.

—Lo sé.

Franco cerró los ojos y dijo algo que ella no pudo oír, después se volvió.

—Tenemos que recoger esto y sacar al perro.

—Yo lo haré.

—No. Lo haremos los dos. Tardaremos menos —lo colocó todo en la bandeja y la llevó a la cocina. Murphy iba tras él, así que le abrió la puerta para que saliera mientras guardaba la leche en la nevera.

Franco entró de nuevo con el perro, agarró las trufas y miró a Sara a los ojos.

—Éstas me las llevo —le dijo.

Fue como si la trasladara a otra época y a otro lugar, cuando él llevaba bombones a la cama y se los daba, uno a uno, mientras hacían el amor.

Todavía recordaba su sabor.

—No me mires así o perderé el control —dijo él con una sonrisa.

Sara se volvió y salió de la cocina, apagando la luz y esperando que él la siguiera.

Oyó que se despedía del perro, que cerraba la puerta y que se acercaba a ella por detrás.

—¿En tu habitación o en la mía?

—En la mía. Está más lejos de la de las niñas.

Sólo un poco, pero Sara no estaba segura de poder controlarse cuando él le hiciera el amor.

Ella encendió la luz, pero Franco llevó una vela y la puso sobre la cómoda, junto a las trufas. La encendió y apagó la luz. Ella lo agradeció, porque de pronto se le ocurrió que no la había visto desnuda desde que habían nacido las niñas, y entre los estragos de la lactancia, la cicatriz de la cesárea y que había ganado peso, quizá necesitara acostumbrarse a la nueva Sara.

Pero al parecer, Franco no tenía prisa por quitarle la ropa. Le acarició el cabello y la besó en los labios con delicadeza, moviendo la cabeza de un lado a otro, haciendo que el deseo se apoderara de ella.

«Franco, bésame», suplicó en silencio, y como si la hubiera oído, él le sujetó el rostro con las manos y le acarició los labios con la lengua para que los separara.

Ella reaccionó como era de esperar, separó los labios permitiendo que él introdujera la lengua y explorara el interior de su boca, volviéndola loca.

—Sarita, te deseo —susurró él.

—Yo también... Por favor, Franco. Ahora.

Y sin más dilaciones, él se quitó la ropa. Todo menos los calzoncillos. Y esa prenda no ocultaba su potente erección. Al verla, a Sara se le secó la boca. Había pasado mucho tiempo. Estaba temblando, sentía tanto deseo que apenas podía moverse, pero no lo necesitaba. Él estaba allí, acariciándola y quitándole la ropa a la vez. Primero el top, y después el sujetador.

Al verlo, cerró los ojos un instante y murmuró:

—Menos mal que no me enseñaste esto en la tienda. Ella soltó una risita.

—Hay más —le dijo.

Él gimió y le bajó los pantalones.

Le acarició el vientre con la palma de la mano y, con un dedo, estiró del elástico de sus braguitas.

Doble Sorpresa - Sarita y Franco -Donde viven las historias. Descúbrelo ahora