—Andrea, soy...
—¡Franco! ¿Estás bien?
Él pestañeó, sorprendido por su preocupación.
—Sí —mintió—, estoy bien. Mira, necesito que me hagas un favor.
—Por supuesto —le dijo, y añadió—: ¿Cómo van las cosas?
—No estoy seguro —dijo él—. Necesito tiempo para descubrirlo.
¿Puedes anular todas las citas que tenga durante las dos próximas semanas?
—Ya lo he hecho —dijo ella, sorprendiéndolo una vez más—. Bueno, he cambiado las que he podido. Todavía estoy esperando a que Yashimoto se ponga en contacto conmigo.
«Maldita sea», pensó él. Se había olvidado de Yashimoto.
Se suponía que tenía que ir a Tokio, desde Nueva York, para firmar un contrato.
—A lo mejor...
—Franco, hablaré con él. No hay problema. Puede tratar con Stephen.
—No. Stephen no sabe todos los detalles. Diles a los dos que me llamen.
—¿Franco?
Al oír la advertencia de Sarita se volvió y la encontró en la puerta con una taza de té en la mano. Lo estaba mirando fijamente.
—Nada de llamadas —le recordó en tono helador.
Él hizo una mueca de frustración y le dio la espalda de nuevo.
—Está bien. Olvida eso, habla con él y deja que Stephen se encargue de todo. Yo tengo que... Bueno, hay algunas...
—¿Normas? —preguntó Andrea.
—Dos semanas. Sin trabajo ni distracciones.
—Bueno, ¡aleluya! Creo que tu esposa me va a caer bien. Sólo espero tener la oportunidad de conocerla. No lo estropees, Franco.
Cielos, ¿qué le había pasado? ¡Se suponía que debía estar de su parte!
—Haré lo posible —murmuró él—. Mira, sé que va contra las normas, pero si hay un problema serio...
—Si hay un problema serio, te llamaré, por supuesto. Dame el número de teléfono de tu esposa.
—¿Qué?
—Ya lo has oído. La llamaré a ella.
—No es necesario que la molestes.
—No, supongo que no, pero prefiero que ella sepa por qué quebranto las normas.
Él maldijo, se disculpó y le entregó el teléfono a Sara.
—Quiere tu número de teléfono por si hay una emergencia.
—Bien —dijo ella, agarró el teléfono y salió de la habitación, cerrando la puerta con el pie.
Él maldijo de nuevo, se pasó la mano por el cabello y oyó que una de las pequeñas lloraba en su habitación.
Sus hijas. De eso se trataba todo aquello. Se dirigió al dormitorio de las niñas y tomó en brazos a la que estaba despierta.
—¿Tú eres Renata? —preguntó en voz alta.
La pequeña se volvió y miró hacia la otra cuna.
—¿Regina?
Ella se volvió de nuevo y sonrió, agarrándole la oreja. Él la retiró un poco y tomó aire. Hmm. Tenía un problema que no sabía cómo solucionar. Esperaba que Sarita no tardara demasiado.
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Doble Sorpresa - Sarita y Franco -
Fanfiction𝘢𝘥𝘢𝘱𝘵𝘢𝘤𝘪ó𝘯. 𝘦𝘴𝘵𝘢 𝘩𝘪𝘴𝘵𝘰𝘳𝘪𝘢 𝘯𝘰 𝘮𝘦 𝘱𝘦𝘳𝘵𝘦𝘯𝘦𝘤𝘦